Colombia lleva 25 años en una batalla ciudadana que se debate entre el odio y el miedo. Los mensajeros del odio y del miedo, le han puesto tanto fanatismo a su guerra, que el odio apasiona más que la esperanza y el miedo exalta más que las oportunidades. Así, por aquí, el odio y el miedo tienen más fuerza que el amor y la esperanza; y esta es la primera señal que nuestra sociedad está enferma. Cuando una sociedad está enferma mata a los buenos. Y aparece el primer síntoma de los enfermos de poder: Quieren seguir gobernando toda su vida; quieren perpetuarse en el poder; no ven a nadie mejor. Esos enfermos del poder tienen traumatizada las relaciones ciudadanas.
Tenemos líderes furiosos del odio y líderes del miedo. En ese diabólico dilema se mueven los colombianos. Los extremos políticos, unos son pregoneros del odio; y otros pedagogos del miedo. Lo más curioso es que los extremos políticos se odian en público, pero se aman en secreto. No pueden vivir el uno sin el otro.
En Colombia cabemos todos. Nadie sobra. El problema de los extremos es que actúan y obran como si sus contrarios estorbaran; como si quisieran desaparecer a sus contrarios. La extrema izquierda tiene la perversa convicción de que sobran los de derecha. Y la extrema derecha actúa con la infame doctrina de que hay que erradicar lo que huela a izquierda. Por eso la historia del país es una colcha de retazos rojos, que ha derramado tanta sangre y desaparecido a tantos líderes sobresalientes de izquierda y de derecha.
La cultura de no respetar la diferencia tiene que erradicarse. Pensar diferente es lo que hace crecer una nación. Cuando se habla con alguien de los extremos políticos, en todos se siente un tufillo de venganza. Si dos personas son distintas, eso no empodera a ninguno de los dos a decir que la otra es indecente, o corrupta, o que sobra.
La esencia es respetar la vida, construir en la diferencia, poderse abrazar sin odios y tener el derecho a vivir sin miedo.
Se tiene la incultura que a quien ofenden debe responder de igual manera. Y así nunca habrá forma de construir una sociedad fraterna.
La violencia, el odio, la venganza, se volvieron una opción de vida y una opción de respuesta a cualquier situación. La violencia se ha posicionado como una anticultura cotidiana. La violencia física, la agresión, el chisme dañino, las palabras destructoras, la calumnia, la falta de misericordia, la venganza, destruyen la sociedad. En un ambiente de miedos y de odios la voluntad del pueblo se perturba.
Cuando se siembra odio, la cosecha es más odio, más violencia, más pobreza, más muertes. Cuando se siembra miedo, la cosecha es más miedo, más desconfianza social, más venganza. Una sociedad no es viable cuando se pierde el derecho a vivir sin miedo.
Da vergüenza que los que predican odios, miedos y venganzas siempre invocan nobles ideales. Lo hacen en nombre de la equidad; o en nombre de Dios; o en nombre de la democracia. En nombre de la paz ponen de moda la agresión, el odio, el miedo y la violencia. Y cuando no son suficientes esos nobles ideales, inventan problemas imaginarios para convertir a Colombia en un bazar de intolerancia.
Hasta cuando Colombia estará esclava de odios y miedos. Hasta cuando la anticultura de la violencia, la venganza y la falta de respeto a la vida reinarán. Es hora de decir no más. El amor y la decencia tienen que regresar a la política. Con amor se puede hacer todo y todo queda bien hecho. “Ama y has lo que quieras”. Política sin amor es un arma destructora.