El aire que respiramos

Desde el mes de febrero, el aire de Bogotá viene atravesando una dura y crítica época. El pasado 5 de marzo, cuando solo habían transcurrido un par de días desde la suspensión de la alerta por la mala calidad del aire, la Secretaria Distrital de Ambiente decretó nuevamente la alerta amarilla en toda la ciudad, debido a las altas concentraciones de material particulado que volvieron a elevarse, colocando la salud de todos los bogotanos en una situación de gran vulnerabilidad. 

Según la Alcaldía de Bogotá, el porcentaje de emisiones por fuentes móviles en la ciudad se da en un 43,6% por transporte de carga, 13,6% por SITP Provisional, 10,13% por transporte especial,10,13% por camperos, 9,5% por motocicletas, 8% por SITP y alimentadores, 2,4% por particulares, 1,8% por Transmilenio y 0,25% por taxis. De esta manera, los propietarios de los camiones y tractocaminones, que son la principal fuente móvil contaminante, tuvieron que hacerle frente a las medidas impuestas por el “molesto” Decreto Distrital 840 de 2019, mediante el cual se aplicaron tres tipos de restricciones, que se resumen principalmente en: limitación de los horarios y zonas de circulación, y restricciones de mayor severidad en la movilidad de los camiones de más de 20 años. Según estudios del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales –IDEAM-, un vehículo de más de 20 años de antigüedad emite 21 veces más material particulado que un automotor de menos de 10 años, cifra que permite estimar que el nuevo mandato reducirá en un 19% las emisiones.

A lo anterior hay que sumarle que, según el programa Bogotá Cómo Vamos, un camión circula con su capacidad total solo el 21% de sus viajes y cerca del 62% de los recorridos tiene a Bogotá como punto de origen o destino; circunstancia esta que obliga a la ciudad a recibir gran parte de las emisiones de los 83 mil vehículos de carga provenientes de todo el país, que transitan a diario por la capital.

Otra de las acciones tomadas ante la alerta amarilla ha sido el pico y placa ambiental, una medida que también ha resultado polémica pero efectiva, según lo demuestra las cifras. La Secretaria de Movilidad Distrital manifestó que, durante los días en los que se ha puesto en marcha la disposición, se hizo evidente una reducción de entre el 30% y el 40% del material particulado. Y, aunque muchos por estos días se han preguntado sobre la conveniencia de mantener esta medida que, al incentivar el uso diario y masivo del transporte público, pareciera ir en contravía a las recomendaciones para evitar la propagación del Coronavirus, el Secretario de Salud Distrital, Alejandro Gómez, afirmó que “no se puede sobreponer un riesgo a otro”, en clara alusión a la importancia que tiene la preservación de las condiciones de salud de los ciudadanos. 

En este sentido, el Instituto Nacional de Salud, teniendo en cuenta cifras con corte a enero de 2019, estableció que 15.681 personas mueren en Colombia anualmente por la contaminación del aire. Constituyéndose este factor en el principal argumento para que el pico y placa ambiental y la entrada en rigor de las demás medidas medio ambientales estipuladas vía decreto en la Capital de la República, aunque resulten bastante impopulares para la opinión pública, continúen vigentes, e incluso, tiendan a su fortalecimiento. 

Por otra parte, la ciudad viene siendo azotada por una crisis climática. En los últimos días, los bogotanos hemos sido testigos de drásticos cambios atmosféricos y de temperatura, que han desatado desenfrenadas lluvias acompañadas de granizo, y han hecho un caos en la movilidad y el desplazamiento de millones de capitalinos. El problema de estas lluvias radica en la insuficiente capacidad de las redes de alcantarillado pluvial, situación que sumada a nuestra falta cultura al arrojar basura a la calle, conduce al taponamiento de las alcantarillas y sumideros, generando incontrolables inundaciones por el colapso del sistema, y creando de esta forma, el escenario propicio para el origen y la reproducción de enfermedades respiratorias. 

En este escenario, sin ánimo de generar pesimismo u auspiciar el pánico, y sí, con intención de invitar al realismo y la sensatez, procede afirmar que en este momento Bogotá es una ciudad “amarilla”; con una alerta amarilla por la presencia de un virus que cada día aumenta el número de personas contagiadas; por la calidad del aire que venimos respirando, y por el creciente grupo de personas económicamente afectadas como consecuencia de las medidas adoptadas, quienes acuden a vías de hecho, bloqueando los principales portales del Sistema de Transporte, y en consecuencia, obstruyendo el flujo normal de las personas, generando con ello,  grandes aglomeraciones y dando lugar a las ya conocidas congestiones, siendo todas estas circunstancias contrarias al propósito de evitar la propagación y el contagio del virus.

Como sociedad debemos tomar conciencia que estamos atravesando una crisis climática, ambiental y sanitaria, la cual debe asumirse de manera individual y colectiva. Por ello, resulta crucial el autocuidado, el espíritu de colaboración y actitud solidaria, así como la articulación institucional de los niveles nacional, regional, distrital y local, que deben establecer hojas de ruta claras y contundentes, que prioricen la prevención ante la reacción, pues de esta actitud, depende que entendamos en donde radicó la diferencia, en cuanto a la oportunidad y contundencia, entre las medidas adoptadas por Italia y por Corea frente a la propagación y manejo del COVID-19.

 

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