El ilusionismo de lo público

Analizar el convulso contexto político-social en el que nos encontramos, resulta ser un doloroso desafío, un tortuoso proceso en el que se trata de vislumbrar las más penosas de las causas, para así, comprender el fundamento de nuestra realidad.   

Brillantes pensadores a lo largo de la historia han desarrollado ideas que han confluido en ideologías, doctrinas de pensamiento y modelos económicos, que otros hombres en su posteridad han convertido en causas, y estas a su vez, han desembocado en cruentas guerras que han esculpido a nuestra humanidad, un poco agobiada, un poco indolente. 

Nuestro Estado, nuestra amada Colombia, nuestra gente, se encuentra inmersa en semejante turbulencia, en la que aún no hemos logrado identificar ni las causas, ni las posibles salidas para menguar esta catarsis mientras encontramos un rumbo.

Es justamente aquí donde asoman los ilusionistas de lo público, hombres y mujeres que, sin vergüenza alguna, construyen discursos en los que dicen lo que la gente quiere oír, aparentan lo que la gente quiere ver, y simulan lo que la gente desea percibir. Populistas disfrazados de renovación, que señalan al Estado como el benefactor de todo, en donde lo público debe resolver lo privado, exigiéndole todo a ese Estado y nada al individuo. 

En esa ecuación indeleble, se fractura por completo cualquier Estado de Bienestar, es imposible la prosperidad y la equidad. 

¿Cómo se ha llegado a pensar que es el Estado el enemigo, el principio y el fin de los problemas de una sociedad? No hay mayor equivocación, que cobardía la de esos ilusionistas de lo público. El liderazgo en sí exige la verdad por más dura que sea para avanzar, y no la dulce mentira que lleva al retroceso. Sapientes los pueblos que alrededor del mundo han identificado esta sustancial diferencia, esos hoy gozan de tener los Estados y sociedades con mayor desarrollo, riqueza y equidad.    

La única vía, ya comprobada por muchas sociedades, para lograr el mayor estado de bienestar posible es el individuo; su capacidad, su entereza y su irrefutable terquedad para quebrar la adversidad trayendo consigo prosperidad para él, para los demás que trabajan con él y para su Estado. Esa es la ecuación correcta.   

Hoy, en nuestro país se confirma que decir la verdad es un acto de revolución, un acto de amor de los que queremos ver a Colombia cada día más rica, más próspera, en la que la equidad sea una realidad, bajo el único camino viable, el éxito personal, social y económico de cada uno de nuestros ciudadanos en franca competencia, y no a través de asistencialismos falaces.

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