Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Embajadas, golosinas de la política

Cada vez que hay nuevo gobierno en Colombia, cambio de administración, nombramiento de nuevos funcionarios públicos, etc., encuentro particularmente en las tertulias radiofónicas, un tema de conversación recurrente que parecería una preocupación nacional: quién va de embajador a tal o cual capital del mundo. Locutores, periodistas y comentaristas antes de interesarse por  la posible mejora en los niveles de educación, por la seguridad en la vía pública, por el problema que supone para el país ser el mayor productor de cocaína del mundo o por cualquiera de los muchos asuntos que deberían ser inquietantes para la vida de los colombianos, parece que lo más trascendente es saber a quién van a nombrar cónsul en Miami.

Este interés tan colombiano por conocer por parte de los forjadores de opinión, los nombres de los ganadores de la lotería que aquí supone una embajada o consulado en algún destino apetitoso refleja, en primer lugar,  el nivel de provincianismo de la sociedad; y luego, el poco respeto que siente la administración por la imagen exterior del país y lo poco que les importa a todos los gobiernos la relación de Colombia con el resto del mundo. 

Ya hemos hablado aquí más de una vez de este asunto, y de lo curioso que resulta cómo desde los tiempos en que el territorio americano fue colonia europea, las regiones en donde se asentó un virreinato de importancia —lo que son hoy México y Perú, o hasta llegó a ser asiento de un rey, en el caso de Brasil— tienen cancillerías de prestigio. En todo lo demás, y muy especialmente en Colombia, el ministerio de Relaciones Exteriores suele ser una agencia de viajes para enviar de vacaciones a los amigos del gobierno de turno.

Recuerdo particularmente, por haber vivido muchos años en España, las maniobras para hacerse con la embajada de Madrid. Hubo momentos en que aquella legación diplomática permanecía apenas unos meses en cabeza de un embajador por las peleas que había para conseguirla. Era una vergüenza con el Gobierno y el Jefe de Estado allí. Cuando, por poner un ejemplo, un político paisa que apenas llevaba unos meses fue reemplazado por Ernesto Samper, una colega me justificó el cambio por el hecho de que este hoy ex presidente acababa de obtener en las elecciones de “mitaca” con su facción política un resultado tan favorable para sus intereses, que debía de ser premiado de alguna manera. “Le toca”, fue lo que me dijo aquella colega para explicar semejante grosería con un país amigo.

Todo esto viene a cuento por el bochornoso episodio esta semana del embajador de Colombia en Nicaragua, León Freddy Muñoz, que, luciendo pañuelo rojinegro sandinista, no tuvo ningún empacho en aparecer en las redes sociales como un seguidor más de la tiranía conyugal del matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Políticos y comentaristas le han caído encima a este pobre hombre que no tiene idea ni de dónde está parado. En lugar de censurar al presidente y a su canciller, responsables máximos de nombramiento tan lamentable.

Lo que ha hecho este “diplomático” no se le ocurre ni al que asó la manteca. Y menos en un momento en que Colombia esperaba un fallo trascendental del tribunal de La Haya en el contencioso sobre la plataforma continental entre los dos países.

Luego León Freddy, un político hecho a pulso en un territorio difícil, el municipio de Bello, Antioquia, sacó un comunicado justificando su conducta; comunicado cuyo solo membrete personal lo retrata de cuerpo entero: un León, en caracteres verdes bien contundentes, encima de un Freddy Muñoz más coqueto y adolescente. Muy acorde esto último con el  contenido de su mensaje.  

Explica el hombre su “relacionamiento” estratégico “para poder llevar a cabo la mejor representación de Colombia”. Y dice que no quiere ser una “figura decorativa” y que, “como lo ha dicho nuestro Presidente, Gustavo Petro, la Diplomacia del Gobierno del cambio debe ser una Diplomacia franca, mirando directamente al otro, simpatizando con el otro para lograr los objetivos” (sic).

Armando Benedetti siguió siendo embajador en Caracas después de que el canciller Álvaro Leyva lo calificara de borracho y drogadicto. Venezuela y Nicaragua. Estamos hablando de dos de los países con los que Colombia debería tener un cuidado exquisito a la hora de enviar allí un embajador.

Y termino citando las palabras de Gustavo Petro como candidato a la presidencia: ”Nos proponemos que nuestro equipo diplomático, funcionarios en consulados y embajadas, sea mucho más profesional… “La diplomacia colombiana falla, es incompetente e incapaz”. Cómo se nota que él llegó a remediar esta anomalía.

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