
Las fiestas de fin de año se celebraron de una manera diferente. Eso no se lo esperaba Uvita, mi perrita. El sonido del timbre que marcaba la llegada de un familiar fue reemplazado por llamadas, notas de voz y muchos mensajes remotos. En pandemia lo normal es que durante la navidad la prevención al virus esté por encima de la misma celebración. Lo importante es que se conserve la unión y el cariño con las personas que solemos compartir a pesar de la distancia. Todo esto era aceptable hasta que los vecinos empezaron a encender pólvora. El corazón de Uvita se aceleró a tal punto que sus orejas que siempre permanecían erguidas se agacharan por tres minutos. Nuestra sonrisa por las luces moradas, blancas y rojas en el cielo fue una experiencia aterradora para ella, no podía soportar ese ruido aturdidor después de ver a sus dueños cantar villancicos. A Uvita le parecía injusto e incomprensible que los humanos necesitaran de esa bulla violenta para estar felices. Abrazarla fue el antídoto para calmarla, pero la forma como nos miraba era más de ¿qué les pasaba por la cabeza?
Nuestras mascotas entienden el reto que ha sido vivir este cambio de hábitos, son un apoyo incondicional y por eso creo que no merecen sentir la incertidumbre e indignación que sentimos a diario con nosotros mismos. Y mucho menos materializar el injusto aumento del salario a 5.12% de los congresistas, la inseguridad en el transporte público en Bogotá y la falta de empleo, en juegos pirotécnicos, un distractor que dura poco, pero nuestras mascotas nos recuerdan que está mal, y que no debería ocurrir. Debemos llevar el poco tiempo que falta para que llegue la vacuna, en calma, sin aturdir a los más importantes de la familia. Solo así podremos decir que le hemos ganado esta batalla contra el Covid-19.