El mes pasado, me fui para Irlanda, en uno de esos viajes de “trabajo”. Así me gozan mis hijos cuando me llaman y estoy en algún país y les digo que de trabajo. Es que viajar no es un lujo únicamente puesto que se ha vuelto una forma de ganarse la vida para aquellos que vivimos de nuestros viajes. En fin, casi después de un año de estar planeando una semana en dos de las Islas Británicas, el mes pasado me monté en el avión y todo cambió cuando aterricé. El Coronavirus estaba haciendo estragos en todos los países del mundo e Irlanda no se había salvado. En todo caso, ya estaba en Dublín y me tocó sacarle jugo al tiquete.
Alrededor del mundo, la gente estaba paniqueada por la pandemia, pero los Irlandeses estaban aún relajados porque los casos no se habían propagado allá con la agresividad que se estaban propagando en otros países de Europa como Italia. Dada la costumbre de los Irlandeses de salir del trabajo al pub (casa pública con licencia para vender bebidas alcohólicas), los pubs estaban abiertos, y la gente seguía departiendo, pero con medidas impuestas por el gobierno para prevenir la propagación del Coronavirus que, a la final, no sirvieron para nada.
Todo mi recorrido consistía en manejar sin clemencia alrededor de Irlanda y visitar 3 sitios que hacían parte de mi lista de cosas por hacer antes de morir. Uno de ellos era asistir a un desfile de San Patricio en Dublín. Para mi desgracia, todos los desfiles fueron cancelados por el COVID-19. Sin embargo, el segundo sitio era el Museo del Titanic en Belfast, Irlanda del Norte, lo que pude hacer una vez que aprendí a manejar del lado izquierdo de la carretera.
Tip para manejar en Irlanda: mantener la izquierda aún para cruzar a la derecha y comenzar las rotondas por la izquierda y no por la derecha.
El Museo del Titanic fue edificado en el mismo lugar donde construyeron el barco trasatlántico británico en 1911. El museo es sin duda una de las atracciones turísticas más concurridas en el mundo porque además de presentar la historia de la construcción del barco, también exhibe el progreso económico de Belfast antes de la guerra Anglo-Irlandesa.
Un par de días después manejé hacia los Acantilados de Moher. Aun cuando estaba lluvioso y gélido, la vista asombrosa desde el mirador no se opacó por el clima ni la recién declarada pandemia. Adicionalmente, los restaurantes se mantuvieron abiertos durante mi visita, por lo que pude disfrutar de un delicioso pastel de carne con verduras en Galway. Al llegar al restaurante nos imploraban a los clientes lavarnos las manos antes de sentarnos en la mesa; vergonzoso, novedoso, y bastante inusual, pero la vergüenza se disipará con la pandemia misma. Después de cenar, caminé por el barrio latino en Galway y me pegué una prendida a punta de cervezas; todas en diferentes lugares, de diferentes marcas, pero hechas en Irlanda.
En algún punto a mitad de mi semana fui informada de que Trump iba a cerrar las fronteras incluso para ciudadanos estadounidenses y residentes, entonces adelanté mi viaje al tercer lugar al que quería llegar: Limerick.
Limerick es una ciudad en el Medio Oeste de Irlanda y tiene uno de los puentes peatonales más largos de Europa, además de ser el puente peatonal más largo del país. Así mismo es cuna del Castillo del Rey Juan (King John’s Castle), un ícono con más de 800 años de historia de Irlanda y mi tercer lugar escogido para visitar porque desde que leí sobre su existencia, me pareció irónico que el nombre del castillo y la construcción hubieran sido ordenadas por el Rey Juan, y que él nunca hubiera podido poner un pie en el castillo por temor a ser asesinado a su llegada. Esa visita al castillo fue especial porque tienen actividades para todos y un cuarto con actividades para personas que les gusta descifrar datos y pensar.
Una vez cumplida mi lista, adelanté mi viaje de regreso a Pensilvania, no sin antes pasar unos días en Londres. Ya les contaré sobre ese viaje que fue otra perla, pero por ahora me despido en gaélico, el idioma casi olvidado irlandés: slán.
Hoy desde Irlanda, mañana desde Inglaterra.