Escalona y sus desafueros emotivos

Las aguas frías y cristalinas del río Guatapuri bajan zigzagueantes desde su nacimiento en la laguna Curigua situada a 4.400 msnm en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde viven los Koguis, Arhuacos, Aiwas y Kankuamos y en su largo recorrido de 85 kilómetros reciben como afluentes los ríos Donachui, Curiba, Los Mangos y Mamanqueca. 

Su corriente tempestuosa, alegre y bulliciosa corre por un cañón resguardado por impresionantes 
rocas que la conducen hacia su desembocadura en la margen derecha del río Cesar, cerca de Valledupar, y en su recorrido saluda emocionada a los pereguetanos, árboles frondosos de troncos leñosos que se ramifican a cierta altura del suelo y que con el tiempo inclinan sus ramas buscando frescura, por ésta razón se muestran agradecidos con la arcilla que sostienen las piedras de variados colores que se encuentran a lo largo de la rivera.  

Gracias a este soporte y al tejido rígido de su cofia, que protege la punta de raíz cuando se introduce en la tierra, el color de las hojas permanecen verdes a pesar del vaivén generado por las brisas que en muchos ocasiones son tan fuertes que al juntarse unas ramas con otras buscando acariciar la corriente, producen una apacible exhalación sonora. 

En ese espectáculo natural, se generan situaciones que impresionan. De la montaña donde el ambiente taciturno hace vibrar el alma al sentir el eco, el fenómeno acústico impregna de misterio el momento con la onda sonora que se refleja en una superficie y el regreso hacia el emisor. 

Al cambiar la temperatura, aparecen de pronto variados alaridos estridentes al rozar una rama con otra, fomentándose un enigmático ambiente único, diferente al entorno tropical de cercanos parajes donde sobresale la espesura de enormes matorrales silenciosos, que dificultan el  ingreso de los rayos del sol a la orilla. 

Este entorno natural consentido por los Vallenatos representan parte de su patrimonio cultural, muchos disfrutan bañándose en el Guatapurí, cuyas aguas son necesarias para irrigar cultivos y el sostenimiento de los hatos ganaderos generadores de ingresos para la economía regional.  

Este venerado río considerado vital para la cotidianidad de los habitantes de la región, ha sido fuente de inspiración de muchos compositores enamorados que se acercan a observar el espectáculo motivador que brinda las cristalinas aguas y el hermoso paisaje. 

El puente de Hurtado construido en concreto y acero agiliza  el tráfico de la carretera que comunica Valledupar con los corregimientos de Patillal, Badillo, Atanquez y con el Departamento de la Guajira.

Por allí pasaba Rafael Escalona permanentemente cuando visitaba Patillal, la tierra de su madre, para encontrarse con sus familiares y su mentor el compositor Tobías Enrique Pumarejo.

En una mañana del mes de mayo cuando Escalona salió para Patillal, al pasar el puente lo impresionó el alto nivel de la corriente del Río Guatapurí y su desbordamiento. De inmediato agilizó el paso presintiendo el incremento del volumen de la corriente de La Malena, un riachuelo cercano a Patillal, en cuyas aguas se bañaba en invierno cuando era niño y jugueteaba con las sardinas que se movían en cardúmenes numerosos.  

Deseaba sentarse en las piedras grandes que se encontraban en sus orillas para contemplar el revoloteo de las mariposas cuyas al​as son de diversos colores por los pigmentos que tiñen las células o por el comportamiento de la luz cuando choca con ellas.  

Escalona disfrutaba ese hermoso paisaje natural y con enorme satisfacción compartía los retozos de esos invertebrados que en su conjunto organizaban un espectáculo atrayente que lo hacía vibrar.

Allí, absorto se deleitaba observando su revolotear de un lado a otro. Esos momentos inolvidables lo estremecían y sentía una sensación de felicidad y de regocijo ante la majestuosidad de la naturaleza que contemplaba en silencio. 

Para él era suficiente observarlas y acariciarlas desde la distancia para que se acercaran y poder compartir la emoción de los machos desde la orilla, al beber enormes cantidades de agua y el coqueteo de las hembras al unirse a su compañero para aparearse mirando curiosamente en direcciones opuestas.  

Al llegar a Patillal, después de visitar cada uno de sus amigos y parientes que vivían en esa hermosa población, donde el "Cerrito de las cabras" observa expectante sus acontecimientos cotidianos, visitaba a su parienta Pacha Martinez, en esa acogedora casa con hermosos árboles de mango en el patio.

Allí se sentía feliz escuchando las historias de sus ancestros familiares y disfrutaba los versos románticos del poeta Chema Maestre, acompañado de un café con ajinjible arrecostao en un taburete de guayacan. 


Escalona era un hombre inquieto, no permanecía mucho tiempo en un mismo lugar, tenía que aprovechar las horas del día, porque al llegar la noche se recogía temprano, como lo hacen las mariposas cuando desaparece el sol. El sabía que debía recargar  baterías para continuar al día siguiente su vida parrandera de un lado a otro, pendiente de un nuevo idilio. 

Toda esa conjunción de naturaleza, familias, historias y cariño verdadero, lo llevaron a
pensar en La Maye, en amores pendientes y en todo el hormigueo de escaramuzas sentimentales que por momentos disfrutaba y en otras que lo atormentaban inclementemente y le causaban honda herida.  

De pronto se despidió y tomó la decisión de regresar a Valledupar, recoger a Colacho y hacer una nueva parranda en Palmarito, la hacienda del distinguido medico, Leonardo Maya Brujes ubicada en el municipio de La paz.

Al llegar al Puente de Salguero en la carretera que de Valledupar conduce a la tierra de las buenas almojábanas, se encontró el rio Cesar crecido, a cuyas aguas habían desembocado las del Guatapuri.

Los sonidos de ese paradisíaco lugar impresionaban el ambiente con lenguaje y voz propia, creando una inusitada sinfonía que variaba de acuerdo a la fuerza del cause y a los obstáculos que encontraba.  

Todos esos fenómenos naturales eran semejantes a sus amores pasajeros, apacibles algunos, otros tormentosos e inquietantes. Ese sonido particular que se daba en la confluencia de los dos ríos y el plácido ambiente generado por los frondosos algarrobillos que crecen en el entorno, lo llevaron a reflexionar sobre los encontrados sentimientos que lo avasallaban continuamente. 

Disfrutaba las parrandas comentando sus recientes composiciones producto de amores furtivos que en su trajinar encontraba, pero sabía que su mente creadora y sensible no se apartaba del cariño que le entregaba su Maye. 

Esa situación lo atormentaba, pero no era capaz de resistir las tentaciones que a diario lo acechaban. Tenía claro a quien verdaderamente quería y sabía que su espíritu conquistador con las mujeres que encontraba, no era suficiente para compensar las penas que le ocasionaba el distanciamiento con la mujer que amaba. 

Esa situación recurrente lo dominaba, tenía claro que ninguna mujer era capaz de calmarlo, disfrutaba momentos con una y otra pero en el fondo deseaba que su corazón se pareciera a las aguas tranquilas del Río Cesar en verano.  

Rafa disfrutaba muchísimo conquistando. Su obstinación por un nuevo amor lo obnubilaba, día y noche luchaba por una nueva conquista, nada lo detenía. Esa férrea condición era similar al embate que la creciente genera con el fin de sobrepasar los obstáculos que encuentra en su cause.  

Su condición de hombre andariego no le permitía estar tranquilo y entregarse a la mujer dueña de su corazón; disfrutaba temporalmente algunos relaciones, otras eran difíciles y tormentosas, similar al enfrentamiento de la corriente del rio con las piedras que se interponen a su recorrido. 

Quería a La Maye que en aquel momento estaba en Urumita al otro lado del río con sus hijos en la casa de su pariente Pedro Nel Aponte, pero sentía que no podía dejar  los amores pasajeros aunque no le brindaran el equilibrio emocional que tanto anhelaba. 

Ante esa lucha interna que lo estremecía, constantemente inventaba pretextos para parrandear con sus amigos que al unísono festejaban sus andanzas. Al pasar por el puente y observar el río crecido, contagiado por el espectáculo natural sintió la necesidad de dirigirse a ella.  

El estremecedor vigor de la creciente motivó su estado emocional, sintió la necesidad de contarles a sus amigos cercanos en pletóricos versos la situación que vivía. 

"Maye no le tengas miedo
a la creciente del Cesar
Que yo lo voy a cruzar
es por el puente de Salguero. 

Y si el río se lleva el puente
Busco otro modo de verte
Por que pa'l cariño mío
nada importa un río crecido 

Yo vi al río Cesar caer en su corriente a un ahogao
Que se ahogó porque iba a ver a su novia al otro lao'
Como el otro iba bollao el doctor Maya exclamó
fue Escalona que se ahogó porque estaba enamorao". 

Escalona estaba convencido de que el amor profundo que sentía producto de sus innumerables virtudes, lo podían calmar y era consiente de que un hombre soñador, luchador y romántico requería de una mujer inteligente y cariñosa, pero era imposible mantener esa relación por el asedio permanente de sus amigos parranderos que le patrocinaban sus andanzas con el fin disfrutar sus cantos.  

Esta situación permitió que su alma solitaria se devastara emocionalmente. Rafa, la quería a su manera a La Maye, como lo hacen las  brisas indómitas del Caribe que se deleitan retozando en las diferentes playas que encuentran y besan fugazmente la arena del mar.  

Ella una mujer entregada a sus hijos esperaba su regreso anhelando que las cosas tomaran un rumbo distinto. Lamentaba que no pudieran compartir el calor del hogar en su plenitud, siempre soñaba con un amor duradero cuyos cimientos profundos mantuvieran unidos sus  corazones. La realidad era dura, sentía que el sol brillaba, pero la soledad la atormentaba, necesitaba resignarse para no sufrir tanto, pero aún esperaba que volviera. 

En alguna oportunidad le pregunté a La Maye: Si Rafael resolviera regresar, ¿tu lo recibirías? Sin titubear me contestó: Sí, yo hace mucho tiempo entendí que Rafael no era para mi sola. El nació para el mundo entero.  

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