Impertinente, hablar de fútbol.
Así la copa Libertadores siga su camino, con las trabas de la pandemia; se prepare, con freno de mano, la copa América, o ingrese en los tramos de cierre el torneo local, en medio de polémicas.
La prelación es otra.
Estamos mamados de encierros, confundidos con impaciencia, abrumados con noticias contradictorias que crean pánico, con un aliciente: es mejor prevenir que curar.
Soy consciente de que, si me descuido, soy un hombre muerto.
No quiero entrar al baile irresponsable de los idiotas a quienes les importa un pelo lo que se vive o la muerte.
Tampoco se me suelta la cadena, en disciplina, pero me cuesta mucho jugar al espacio reducido, entre cuatro paredes que traen desasosiego, por los silencios, la soledad, la desconexión física y ausencia de sentimientos… La lejanía trae olvido.
Mueren y mueren mis amigos en la distancia
Percibo el desconcierto y rechazo general, por la indisciplina del pueblo y la irresponsabilidad de los intocables que saltan filas para vacunarse detrás de las cortinas, en desmedro de las gentes menos pudientes.
La basura de las influencias.
En el fútbol, que siempre es tentación, el escándalo acude a escena, fuera de los estadios, por la ausencia de juego limpio.
A punto del pequeño torneo de cierre, a la espera de los clasificados, los hinchas complicados con el descenso se muerden los labios y señalan culpables, con acusaciones sobre inequidad, conspiraciones, deslealtades. Mientras se denuncia rebeldía frente a los protocolos de bioseguridad que poco se cumplen.
Por eso, en ocasiones, está fuera de lugar hablar de fútbol.
Para la mayoría la vida es preferencia, por encima de que se muera un príncipe llamado Felipe el incorrecto, Teo se vaya a Arabia, un hombre se ponga tetas, me afeite, o una tal Epa Colombia, subversiva en los valores, ocupe los primeros planos de la prensa.