Reflexionar sobre cómo gestionar el conflicto en el lugar de trabajo ha sido un tema constante para mí, pues diferir es una situación inherente tanto al ámbito laboral como a la vida misma. En diversas ocasiones, he presenciado —y vivido— momentos en los que perder la paciencia ante una situación difícil genera más efectos negativos que positivos en términos de liderazgo.
Sin embargo, también he aprendido que, cuando enfrentamos estas situaciones de manera adecuada, no solo crecemos como personas, sino que fortalecemos los equipos. Recientemente asistí al World Business Forum (WOBI), donde destacados conferencistas abordaron temas relevantes para la vida organizacional.
Una de las ponencias que más resonó en mí fue la de Amy Gallo, titulada “Construyendo
equipos con propósito abordando el conflicto saludable”. Gallo, autora del libro “Getting Along: How to Work with Anyone (Even Difficult People)”, compartió reflexiones y estrategias que respondieron muchas de mis inquietudes sobre el manejo del conflicto, y quisiera compartir algunas de ellas.
Uno de los conceptos que más me impactó fue el de la “armonía artificial”. Esta se refiere a esas situaciones en las que evitamos expresar desacuerdos, creando un ambiente de tensión no verbalizada que, a largo plazo, puede derivar en insatisfacción y falta de confianza en los equipos. La primera reflexión que se desprende de esto es que está bien no estar de acuerdo todo el tiempo.
Gallo propone tácticas clave para manejar los desacuerdos de manera constructiva. La primera es hacer las paces con el conflicto. Reconocer que los conflictos son inevitables es un paso esencial. Esto implica priorizar siempre el respeto, enfocarse en los problemas realmente importantes y evitar confundir desacuerdos con comportamientos inadecuados. La clave está en abordar las diferencias dentro de un contexto donde el respeto sea innegociable.
Otra táctica importante es conocer mejor al otro. Profundizar en el conocimiento de las personas con las que trabajamos regularmente permite comprender el origen de las diferencias: su formación, cultura o contexto personal. Esto nos ayuda a no personalizar los desacuerdos y a abordar las discusiones de manera más racional y empática.
También es fundamental establecer normas claras. Acordar reglas de comunicación para gestionar los conflictos incluye expresar las ideas con claridad y respeto, escuchar activamente, aceptar perspectivas diferentes y comprometernos con las soluciones encontradas, aunque no siempre sean ideales para todas las partes.
Finalmente, Gallo destaca la importancia de fomentar la seguridad psicológica, entendida como la creencia compartida de que es seguro tomar riesgos, expresar ideas y admitir errores sin miedo a represalias. Este concepto es clave para construir entornos laborales saludables.
Gallo también advierte sobre comportamientos que debemos evitar: fingir inseguridad, pedir retroalimentación sin intención de considerarla, aceptar solo comentarios que no desafíen el status quo o culpar únicamente a ciertas personas. Estos hábitos, según la autora, van en contra de cualquier esfuerzo por construir equipos sólidos y auténticos.
Una frase de la conferencia quedó grabada en mi mente: “Los pequeños conflictos que evitas hoy pueden convertirse en grandes problemas mañana”. Esto me hizo recordar situaciones que he vivido y cómo, al evitar enfrentarlas, terminan saliendo a la luz de forma poco constructiva.
El liderazgo implica trabajar constantemente en nuestra capacidad de resolver conflictos, pero también en conocernos a nosotros mismos frente a estas situaciones. Somos seres humanos, y eso nos exige ser auténticos, vulnerables y sinceros. Construir relaciones positivas y redes de apoyo con nuestros equipos es crucial para abordar las diferencias de manera
constructiva.
Un artículo de The Economist titulado “Why You Should Sometimes Lose Your Temper at Work (Without Throwing Anything)” aporta una perspectiva interesante. Según este, expresar frustración de manera controlada y en el momento adecuado puede ser efectivo para resaltar la urgencia de ciertos problemas y acelerar su resolución. Sin embargo, esta aproximación debe ser situacional, con un balance que permita mantener el profesionalismo y no comprometer la confianza.
Gestionar el conflicto en el trabajo no es sencillo, pero es necesario. Conócete a ti mismo, identifica cómo reaccionas ante el estrés y la presión, y recuerda que puedes expresar desacuerdos siempre que lo hagas desde la reflexión, fomentando el respeto y evitando reacciones impulsivas. Solo así construiremos entornos donde las diferencias se conviertan en oportunidades de aprendizaje y crecimiento.