Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

La incertidumbre de Taiwán

A día siguiente de la inauguración el pasado fin de semana del XX Congreso del Partido Comunista chino, PCCh, el titular más destacado sobre el contenido del discurso inaugural leído por el presidente Xi Jinping en la prensa internacional estuvo relacionado con lo dicho a propósito de Taiwán, y casi todos los medios se sintieron obligados a subrayar que Xi no descartaba el uso de la fuerza para recuperar aquel territorio, amenaza que de llegar a cumplirse con un escenario bélico haría palidecer lo que hoy vemos en Ucrania.

No es la primera vez que Xi Jinping habla de recuperar el control de Taiwán, que se separó políticamente del continente en 1949 después de la guerra civil de China, como una “misión histórica” ni la primera que promete “aplastar” cualquier movimiento hacia la independencia formal de aquella isla de 23 millones de habitantes.

La visita de la presidente de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, a Taiwán a principios de agosto pasado, tuvo como respuesta unas maniobras militares chinas en aguas taiwanesas sin precedentes, la ruptura de los lazos comerciales existentes a ambos lados del estrecho, y la congelación del diálogo entre Pekín y Washington. Al mes siguiente, el senado norteamericano aprobó 4.500 millones de dólares en ayuda militar para Taiwán, mientras Joe Biden dijo por cuarta vez que defendería Taiwán de un ataque chino, por si quedaban dudas de lo que se piensa en la capital norteamericana sobre el asunto.

A la espera de las conclusiones que haya que sacar después de este XX Congreso del PCCh, y dando por sentado que Xi será entronizado como jefe incontestable del país quizá de por vida, la gran incógnita, pues, durante su renovado mandato será el futuro de Taiwán. No está claro qué podría suceder. Algunos creen que solo en caso de un malestar generalizado en el país o de un desafío grave dentro del partido Xi Jinping podría tirar de la cuerda nacionalista y aplicar a Taiwán esa fuerza de la que habla.

El ex primer ministro australiano Kevin Rudd, autor de un reciente libro sobre la confrontación USA-China, decía hace unos días a un periódico canadiense que “cuando los líderes de China dicen que lograrán el rejuvenecimiento nacional para el año 2049, es inconcebible en la visión que tienen del mundo lograr esto sin Taiwán”. El Sr. Rudd identifica como el período más peligroso en este sentido el final de la presente década, cuando Xi se acerque al término de su vida política por razones de edad y pueda sentir presión o ambición para conseguir finalmente el objetivo de la “reunificación” con Taiwán.

El gobierno taiwanés y los habitantes de la isla, que ya están acostumbrados a estas andanadas dialécticas y a “fuegos artificiales” como los padecidos tras la visita de Pelosi (aunque estos últimos han sido más serios que nunca), se toman las cosas con una calma envidiable. Son muchos años fuera del control de Pekín, de una población que rechaza abrumadoramente la idea de una reunificación, y que hace esfuerzos para tratar de disuadir al gigante asiático de una invasión.

Los taiwaneses han sacado partido a guerra desatada por Putin en Ucrania, y Taipei se ha beneficiado de un mayor apoyo últimamente de muchos países democráticos empeñados en impedir otra devastadora guerra imperial en el Extremo Oriente. Hay un consenso entre los analistas de que una guerra por Taiwán sería mucho más grave de lo que está ocurriendo en Ucrania.

Incluso un conflicto por más focalizado que fuera o un bloqueo de la isla, además de un doloroso flagelo sobre la población, tendría tremendas consecuencias sobre el comercio mundial, en particular sobre los microchips, la principal exportación de Taiwán. Y un conflicto a mayor escala involucraría a Estados Unidos, Japón y otros países aliados, un escenario de conflicto que eclipsaría lo que hoy ocurre en Ucrania.

Si bien el equilibrio de poder desde el punto de vista militar está claramente a favor de China, y Xi Jinping escribió en su discurso del domingo (aunque no lo leyó) que, “nuestro Ejército…deberá poder modelar, desactivar y manejar las crisis y conflictos y ganar guerras regionales”, la capacidad de Pekín para controlar Taiwán no está clara. Al igual que en Ucrania, los invasores probablemente enfrentarían una feroz resistencia y el costo de pacificar la isla podría ser grande.

Xi Jinping habrá tomado nota de lo que le ocurre a Putin no solo en Ucrania sino en su propia casa, en donde la invasión es cada vez más impopular a pesar del bombardeo propagandístico. Y aunque el Ejército de Liberación Popular chino no necesita una campaña de reclutamiento como se está llevando a cabo Rusia, el apoyo popular a una guerra por Taiwán no parece garantizado. Igual que en Rusia con respecto a Ucrania, la idea de matar chinos en una isla de la que siempre se ha dicho que está poblada por parientes no resulta ideal.

Esto sobre el papel, porque lo ocurrido en Pekín en 1989, tras los disturbios de Tiananmen, nos enseña que el pragmatismo de la dirigencia china no se detiene ante consideraciones de tipo humanitario. 

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