Ignacio Arizmendi Posada

Periodista de la Universidad de Navarra.

Exdecano de la Facultad de Comunicación de la UPB.

Excolumnista de El Colombiano y El Mundo (Medellín), El País (Cali), El Tiempo y Revista Cromos (Bogotá).

Autor de 15 libros de historia y ensayo.

Ignacio Arizmendi Posada

La Navidad: ¿decir o hacer?

Los romanos celebraban la Saturnalia, las fiestas en honor de Saturno, el dios de la agricultura, a partir del 17 de diciembre, su día, hasta el 23. Se deseaban una feliz Saturnalia, se visitaban unos a otros, se daban objetos entre sí, se organizaban banquetes inolvidables, se divertían “de lo lindo”, se invertían las normas sociales, los esclavos dejaban de serlo durante dichos días. No obstante, con la aparición y expansión del cristianismo, tales fiestas vinieron a menos al consolidarse, entre los cultores de la nueva fe, la conmemoración de la Natividad, esto es, del nacimiento de Jesús, el Mesías, según se dice, esperado por muchos, hijo de María y José.

La nueva costumbre se fue revistiendo de gozo y esperanza, de nobles deseos y evocaciones. Las gentes anhelaban, cada año, vivenciar las narraciones que se transmitían alrededor de la venida de Jesús “en un humilde pesebre”, respecto de lo cual se sostenían y repetían no pocas cosas. Dinámica que condujo, por ejemplo, a que en 1223, San Francisco de Asís recreara por primera vez, en una cueva próxima a la ermita de Greccio, Italia, el nacimiento de Cristo en el pesebre.

El significado de la celebración llegaría a contener un matiz social, dada la trascendencia que los creyentes asignaban a la aparición de Jesús, y generó el impulso de conmemorar en familia la buena nueva y anhelar que los demás actuaran de un modo similar. Es cuando nace la consigna “¡feliz Navidad!”, que sería atrapada por el apetito comercial y materialista para impulsar la compra y el intercambio de objetos materiales, a la manera de la antigua Roma, que sirvieran para alimentar la propia felicidad en aquellos días y contribuir a que otros alimentaran la suya.

Así, esas dos palabras pasaron a ser una construcción verbal común, tradicional, mecánica, con ciertas condiciones, resumidas por un picarón malévolo y corrompido:

Ÿ • “¡Feliz Navidad!” se le dice a quien no se conoce.

Ÿ • Se le desea a quien se conoce.

Ÿ • Se le da a quien se quiere.

Ÿ • Se le niega a quien se desprecia… (en la Colombia de 2022-2026 y siguientes todo es posible).

Entonces, ¿qué querremos significar con lo de “¡feliz Navidad!”? Podría depender de si se es creyente practicante, creyente no practicante, agnóstico o ateo. Telón de fondo que facilita perfilar dos grandes tendencias:

• Si la fórmula “¡feliz Navidad!” la empleamos desde una concepción espiritualista, lo que queremos sugerirle al otro es que viva esta época con recogimiento, con el pensamiento en el pesebre, evocando las dificultades de Jesús, María y José, pero también con el júbilo producido por la llegada del Mesías, según se crea. Estaremos hablando, en consecuencia, de novenas, plegarias, rezos, villancicos, ceremonias, alumbrados, decoración…

• Si la fórmula la utilizamos desde una concepción existencialista, no religiosa, nos deseamos y deseamos al otro un sinfín de cosas: brindis, comidas, cantos, bailes, juegos, ropa, joyas, utensilios, dinero, viajes, reencuentros, abrazos, besos, caricias, alegría por reunirnos, gozo por vernos, dicha por sentirnos, emoción por tocarnos, recogimiento para oírnos, lágrimas por el ayer, nostalgias por los ausentes.

En fin, creyentes y ateos, a lo que vinimos: que sigamos con la costumbre, mientras los sistemas políticos dejen, de decir, desear o dar “¡feliz Navidad!”, esto es, horas y días hondos, encantados, alegres, aunque no falten las carencias, el dolor, la tristeza, el desgarramiento. A lo romano: Gocemos, que mañana moriremos”.

INFLEXIÓN. “Cuando en estas fechas bebo algún vino dulce, me visto de fiesta, invito a familiares y amigos o doy y recibo regalos navideños, no puedo dejar de pensar en que en el fondo seguimos siendo romanos celebrando las saturnales” (Rosario Moreno S., Catedrática de Filología Latina, Universidad Pablo de Olavide, España). ¡Felicidades!

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Ignacio Arizmendi Posada
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