Las clases más baratas de swing están en Berlín

Me apasiona bailar como cualquier otra costeña nacida y criada en el Caribe colombiano y cuando escucho un tambor, aun usando zapatos cerrados, los dedos gordos de los pies comienzan a vacilar como impacientemente esperando una reacción de las rodillas y las caderas. Eso sí, que el tambor suene a mapalé o a cumbia y no me resisto, esté donde esté y vaya con quien vaya. 

Era el verano de 2017 cuando fui estudiante en la Universidad Humboldt en Berlín. Harry, mi esposo, alquilaba una bicicleta en las mañanas después de dejarme en la “u” y se manejaba una parte de la ciudad hasta que volvía a recogerme al finalizar la jornada del día. Luego de las clases nos íbamos a tomar cerveza y a recorrernos los museos más populares.

Entre los recuerdos consoladores del pasado que hoy me devuelven la emoción de viajar cuando la pandemia mengüe, son aquellos con días frescos, soleados y briosos, pero con Harry. Harry es mayor que yo 20 años, pero tiene la energía de un pelao’ de 20 y con él, he aprendido a brincar de las alturas al vacío, subir cerros hasta sus cumbres y cruzar arroyos caudalosos entre las montañas. Mis aventuras más extremas son con él y también las más locas.

Una tarde, entre esas locas, no se me olvida que con todo y que me siento una dura para bailar, el gringo me ganó la batalla bailando swing en Berlín y para más humillación, delante de un mundo de berlineses que eran tan buenos como él. Aún así yo insistía y no me creía que esta culozunga fuera tan tiesa para ese baile.

Bailando en berlin
Créditos:
@culozunga

El swing tiene su origen entre 1930 y 1940 en Estados Unidos, y es una forma de jazz además de uno de los bailes más concurridos en la actualidad en Berlín. También es una actividad muy común organizada durante el verano en las calles más populares de esa gran ciudad. Para muchos no se necesita más que un trago de algo para iniciar el atardecer bailando, pero para mí un par no hacen justicia. 

Con Harry hemos optado por hacer dos cosas cuando viajamos — obvio, además de conocer los recovecos a los que vamos — tomar clases de baile y de cocina. A él no le interesa ni la una ni la otra, pero con tal de tenerme contenta, hace lo que sea. Sin embargo, cada martes y jueves había una pareja de bailarines en el Berliner uferpromenade enseñando a bailar swing a los locales por la módica suma de 5 euros y él no se quería perder las clases, así que me tocó. Ahí conocimos a una pareja de franceses (aún más tiesos que yo) que andaban recorriendo Europa en bicicleta y con quienes todavía hoy mantenemos contacto.

Con ellos nos recorrimos varios museos de Berlín y bebimos cervezas, aquello de las clases no resultó. Osea, las clases si se dieron, pero no aprendimos porque el swing demanda mucha destreza y sincronización de la pareja. Yo con trastorno de déficit de atención y Harry sin motricidad fue una calamidad, aunque la pasamos riquísimo.

La última clase fue diferente porque nos sentamos a ver las otras parejas bailar (esas que si aprendieron) y las chalanas pasar sobre el río Spree. Nos resguardamos temprano esa noche porque al día siguiente era nuestro último día en Berlín y nos faltaba un museo de nuestra lista por visitar.

Les queda recomendadísimo tomar clases de swing si pasan unos días en Berlín y espero escuchar todos sus comentarios porque me gustaría saber si ese baile es trabajoso para otros también.

El próximo domingo les traigo la receta de los fattayers libaneses (empanadas en triangulo) porque muchos me han escrito que quieren aprender a cocinar comida libanesa. No se olviden de enviar sus sugerencias a skamerow@culozunga.com.

Cuídense y mantengan el toque de queda; más vale prevenir que lamentar.

Instagram: @culozunga
www.culozunga.com

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