“L’écart” o la diferencia

“Écart” es una palabra de la lengua francesa que no tiene equivalente en español. Separar, diferenciar, apartar son traducciones que no alcanzan a darnos su pleno significado aunque nos aproximan a él como ocurre con “écarté” cuya traducción es descartado, separado o apartado según el contexto de la frase. Es una lástima que entre tanto galicismo no se haya incluido “ecart” o algo que se le acercara para utilizarla en la presente reflexión.

En mis indagaciones sobre la pintura china he encontrado de todo mi interés la manera como plantea el concepto de “écart” el filósofo y sinólogo François Jullien, aunque no he llegado a asimilarlo plenamente. En una conferencia, dictada hace pocos años en Montpellier en la que habló de “esa extraña idea de lo bello”, recordó que en la esencia del dialogar está “l’ecart” como lo indica la raíz de una palabra tan malinterpretada como lo es “diálogo” que tantos pesares nos ha traído. El prefijo “dia” viene de la raíz indoeuropea “dis” que significa en diferentes direcciones. Ese diálogo es el que Jullien propone para un encuentro entre occidente y China teniendo en cuenta que, más que una diferenciación dialéctica, lo que ocurrió durante siglos y siglos fue un fenómeno de indiferenciación entre China y Europa. Se desarrollaron indiferentes y solo hasta ahora, y de manera muy tímida, han pretendido enfrentar sus miradas Es a partir de la mundialización que se han visto confrontadas esas dos visiones del mundo que guardan en sí mucho que enseñar y aprender una de la otra. Es a partir de esa fragmentación cultural y geográfica entre Europa y China que América ha jugado un papel fundamental en la mundialización desde su incorporación en la incompleta cartografía del momento. Lo que resultó del descubrimiento del Nuevo Mundo fue el comienzo de un mundo nuevo globalizado, mundializado.

Paradójicamente, mientras presenciamos el fenómeno de la globalización es justo cuando venimos a percatarnos de lo distantes que estamos los unos de los otros. China sigue siendo ese lugar lejano del que sabemos poco como, también, se han hecho patentes las diferencias entre las mismas naciones occidentales y, al interior de ellas, entre sus gentes como se ha hecho palpable en Estados Unidos con lo que ha venido pasando con su proceso electoral. Esto es un llamado de atención a un mundo que se ha visto desgarrado por las diferencias, alejado cada vez más de los ideales del humanismo democrático en el que “l’écart” era parte de su esencia.

En 2022 los colombianos estaremos replicando lo que se está viviendo en este momento en la superpotencia si no se obtienen respuestas racionales al caos generado en la disputa por la presidencia en el país faro de la democracia. Un proceso de “écart”, y no el tan manido de polarización, podría llegar a ser parte de la solución si no fuera por el carácter emotivo que se ha ido instalando en la psiquis de los individuos de una manera casi irracional. Es evidente que se dé la confrontación entre un partido y otro, entre un líder y su oponente pero no lo es, en la misma medida, entre los ciudadanos. La distancia entre Trump y Biden o entre Uribe y Petro se ha vuelto infranqueable y, lo que es más grave, especialmente entre quienes los apoyan. Pensar el país gobernado en el futuro por un partido y un candidato a los que nos oponemos, es una idea tan aterradora como creer que el mundo llegue a estar dominado por unos Estados Unidos imperialista o por una China comunista. 

Se ha ido deconstruyendo nuestro mundo y lo vemos fragmentado cada vez más, cosa extraña, a partir de la globalización. La mundialización que surgió más como un fenómeno cultural que uno económico, se ha ido pervirtiendo hasta convertirse en la promotora de rencillas que corroen la democracia. Lo que ha planteado Trump es un “écart”, una toma de distancia, que pone en evidencia un estado de cosas insostenible. Si Óscar Iván Zuluaga no hubiera aceptado el deshonesto triunfo de Santos nos habríamos ahorrado muchos desastres. Estados Unidos dejará de ser el faro de la democracia si se decreta un triunfo de Biden plagado de irregularidades que solo acarrearía males equivalentes a los que padecemos los colombianos por no haber sabido mirar de frente los vicios de la corrupción en las elecciones de 2014. Elecciones que fueron, por desgracia, tan fundamentales para la región como lo son las de Estados Unidos para el mundo.

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