Sentado en el balcón, encantado de ver llover a cántaros para que suban los niveles de nuestros embalses y no falte el agua en el campo, me invadió un sentimiento simultáneo de tristeza y felicidad; noté como nuestras vidas han cambiado radicalmente. No podremos ser los mismos cuando salgamos de la pandemia. Preocupa la fragilidad de la memoria y que de pronto volvamos a la senda facilista que llevábamos antes de este desastre.
A pesar que apenas han transcurrido 3 meses, que parecen una eternidad, recordé que no había contactado a muchas personas que hacían parte de mi vida diaria y aunque reconocía su trabajo, no lo dimensionaba en sus justas proporciones. Ahora que hemos desempeñado parcialmente sus roles y sentido su ausencia, se los diré y agradeceré nuevamente.
No podemos meternos en nuestro trabajo físico o remoto gracias a las telecomunicaciones, y olvidarnos de todo. Es el momento de mostrar de qué estamos hechos y mantener “el todos ponemos” para que la solidaridad sea la que gane esta batalla.
Además del reconocimiento a los trabajadores de servicios públicos y de servicios de salud, añoro la visita al expendedor de carne, frutas y verduras; saludar al dependiente del pequeño mercado de abarrotes y al panadero con el delicioso aroma del pan recién horneado y la consabida ñapa.
Ni que decir del peluquero que en mi caso era una visita social más que corte de pelo; en estos días recurrí a mis hijos porque cuando me atreví a hacerlo solo, la trasquilada se notó inmediatamente así no existiera mucho pelo; más angustioso era para mi mamá el drama de las canas apareciendo en las raíces o el de la ausencia de la manicurista porque las uñas no dan espera… Así mismo el lustrabotas, el expendedor de periódicos, y los que venden paletas, conos, raspados, en fin todos estos amigos de vida.
Mira uno el jardín o la pequeña matera donde hay que desyerbar y nota la ausencia de la empleada del servicio doméstico; volveremos a agradecer su impecable tendido de la cama, el juguito de las mañanas, los baños limpios. Hemos hecho y en muchos casos aprendido a hacer estas necesarias labores, con certeza no tan eficientemente. Todos esos trabajos que parecían intrascendentes y fáciles no lo son y, al contrario, son esenciales y deben ser mejor remunerados.
La virtualidad ha permitido hacer transacciones financieras pero falta hablar con el cajero, saludar al portero del banco y dialogar con el gerente.
Mención final a lo maestros y profesores a todo nivel; hemos visto su abnegada labor desde el otro lado de la pantalla, pero falta escuchar su voz y la de todos en el salón aseado por personal de mantenimiento.
Esperamos pronto retomar los encuentros en el restaurante, oir el ruido de los cubiertos, los pedidos de los meseros, el chef y sus ayudantes y el café y o el te de la media mañana o la tarde.
En resumen, no podemos olvidar que todas las personas, dentro de su marco de acción, siempre han sido, son y serán irremplazables; cuidémoslos y respetémoslos como se lo merecen, siendo conscientes que en el futuro deberemos ser más autosuficientes sin dejar de agradecer a los que siempre están y no dejarán de estar, porque son fundamentales.
¡No más personas y labores invisibles!