Alexander Velásquez

Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha trabajado como reportero para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana y El Tiempo. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Cree en la vida después de la muerte, uno de sus temas favoritos. La lectura y caminar una hora diaria mientras escucha podcast son sus pasatiempos favoritos. Escribe su segunda novela.

Alexander Velásquez

Más respetico con el periodismo y con el Presidente Petro

La última vez dije que dejaría de escribir esta columna si ganaba Rodolfo Hernández… y bueno, ya ven quién perdió. Lo diré por mucho tiempo: estoy feliz de estar vivo para ver el primer gobierno de izquierda mandando desde la Casa de Nariño. Mis abuelos murieron sin semejante privilegio. 

Lloré a solas porque su triunfo y el de Francia Márquez es el triunfo de quienes cayeron asesinados en su intento por hacer un cambio en la manera de gobernar. Se hizo justicia con los ex candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal,  Bernardo Jaramillo Ossa –dos de las miles de víctimas del genocidio contra la UP- y Carlos Pizarro –candidato de la Alianza Democrática M-19-, sin olvidar que líderes de la derecha también fueron víctima de los magnicidios a finales del siglo XX cuando yo andaba en mis veinte. 

Elegido Gustavo Petro ya no tiene sentido hablar de antipetrismo. Lo correcto es hablar de oposición. El país no quedó dividido como lo quieren hacer ver, si tenemos en cuenta que de 50 millones votaron menos de 22 millones. Los demás se adaptan a lo que la mayoría decida, así ha sido por secula seculorum. Hagan cuentas entonces. 

Es un hecho que a los votos que obtuvo de Rodolfo Hernández en la primera vuelta se sumaron casi todos  los de Fico Gutiérrez (cuya tesis parecía imparable: “cualquiera menos Petro”) y con esa irresponsabilidad rampante (desprovista de argumentos contundentes) pretendían imponer como presidente a un empresario con plata pero inexperto en los tejemanejes del Estado. Las cuentas no les dieron a pesar que tuvieron de su lado a buena parte de la prensa y sus titulares incendiarios.  

Los que dijeron que “Gustavo Petro nunca será presidente” (entre ellos las senadoras María Fernanda Cabal y Paloma Valencia y el ex fiscal y columnista de El Tiempo Néstor Humberto Martínez)  debieron, calladitos, tragarse sus palabras. Petro logró su anhelo así como Juan Manuel Santos  el suyo de hacer la paz. Los detractores deben pasar la página: entender que el 6 de agosto termina una era política.  Y que Dios nos coja confesados, porque si a Petro le va bien, al país le ​irá​ bien. Es sabia filosofía​ callejera. 

Reconozcámoslo de una  vez: Petro partió en dos la historia política colombiana y de él dependerá que la ​misma ​historia le reconozca sí estuvo o no a la altura del encargo​​. Pocos calculan  lo que el triunfo de la izquierda significa para un país lleno de múltiples dolores y heridas abiertas.  Se abre la posibilidad para que una camada de jóvenes figuras demuestren  que son superiores a esa clase política rancia e impregnada de naftalina. Los partidos deben reinventarse y les tocará empezar por reescribir sus estatutos. Para un bachiller recién graduado, resultará atractivo estudiar ciencias políticas y sociales o pensar en el activismo político de cara a las nuevas realidades. Debemos echar mano de las formación humanista para volver más humana la política y a esta sociedad, a ratos apática, por lo general insensible. 

Los partidos políticos –los de izquierda, derecha o centro- deben impulsar nuevos liderazgos y tienen cuatro largos años para lograrlo.  No puede ser posible que cuando Petro entregue las llaves de Palacio  en 2026 vuelva a surgir de la nada un candidato con plata y el caprichito, como  lo dijo el mismo ingeniero Hernández, de ser presidente, sin tener las condiciones, como el país pudo constatar cada vez que dijo mú. Un capricho semejante tuvo Pablo Escobar (también empresario a su manera y con plata de sobra) y ya sabemos dónde paró la cosa.

El nuevo congresista Rodolfo Hernández dijo que su papel en el Senado sería como poner a Messi de arquero. Hágame el favor: de ese tamaño era el papelón de haber sido ungido presidente con el voto de más de diez millones de cristianos. 

Pongámonos de acuerdo en algo: Hay que dignificar la política. Esta es la oportunidad para pensionar a tanto cadáver político que se resiste al retiro, que nos quieren obligar a creer que todavía son indispensables: Me refiero  por decir algo a un Álvaro Uribe, a un Cesar Gaviria o a un Andrés Pastrana, tres de los grandes perdedores de estas elecciones.​ 

La era Uribe debe terminar y cualquier era de reyezuelos. Qué lo haya dicho un pelado de 23 años -hijo de uribistas pura sangre- corrobora ese anhelo de empezar de cero;  además, tengan en cuenta que también los jóvenes le dieron el triunfo a Petro en las urnas.  Imperdonable eso sí que su papá ganadero, José Félix Lafaurie, lo haya regañado en público por pensar distinto. ¿No que defienden las libertades? 

 

En adelante el país debería hablar de partidos políticos fuertes y no de caudillos o salvadores. El culto a la personalidad debe ser un mal a combatir como principio para superar sectarismos y polarizaciones. A ojos del buen cristiano,  el Mesías prometido sigue siendo uno solo y lo seguimos  esperando después de veinte siglos.  

Se requiere  una reforma política de manera urgente y enhorabuena el senador Iván Cepeda del Pacto Histórico anunció que presentará una propuesta al Congreso con su bancada el próximo 20 de julio. 

Debe ser inadmisible que en el futuro personas con cuentas pendientes con la justicia –y más por asuntos de corrupción ligadas a las finanzas públicas- puedan aspirar al primer cargo de la nación.  

Me atrevo a decir que, salvo algunas excepciones,  el periodismo fue el gran perdedor anticipado de las elecciones que terminan. El periodismo queda malherido y no es con cáscara de huevo que lo curaremos. La prensa tiene la enorme tarea de ayudar a recoger el desorden que dejó;  esa misma prensa –no toda- que sirvió de altoparlante a unos candidatos y se fue de frente contra otro, en lugar de dedicarse al oficio. El abierto antipetrismo de ciertos medios, los puso a competir de tú a tú con un electorado atrincherado en las redes sociales, cuando debieron estar por encima de la opinión pública, del ciudadano de a píe,  para orientarlo sin sesgos y brindarle las herramientas para tomar una decisión sin presionarlo, ni constreñirlo​  a punta de titulares prefabricados. 

Esa prensa malintencionada que se prostituyó en el camino desdibujando su esencia  debe reinventarse y es posible que  r​ueden ​ cabezas para  descontaminarse. Recuerden que ya no estamos en campaña. Un periodista militante debe estar al lado de los políticos  y no en los medios dictando titulares que profundicen más la polarización. Cada quien dedíquese a lo suyo con responsabilidad. Zapatero a tus zapatos. 

Es menester fortalecer el periodismo independiente y en tal sentido gremios como el CPB y la FLIP deberán ponerse las pilas y fijar posiciones. Las redes sociales demostraron, para bien y para mal, que están por encima del llamado cuarto poder y si los medios de comunicación se duermen en sus laureles el orden de los poderes podría alterarse. Tal vez, el país deba agradecerle a esos medios que critico el hecho de que más gente haya salido a votar esta vez; así que no hay mal que por bien no venga. 

 

Para el mandatario entrante un par de recomendaciones​ ​respetuosas. 1. Revise cuidadosamente cada tuit que escribió contra el gobierno saliente  para no cometer las mismas fallas  que criticó. 2. Aprenda de sus errores como  alcalde de Bogotá: no gobierne con soberbia, ni haga a un lado a sus amigos. 3. Tenga la humildad para reconocer las metidas de pata. Eso lo hará más humano y más cercano a la gente común y corriente que todos los días nos equivocamos. 4. No se deje guiar por la terquedad.  Escuche al filósofo ruso Immanuel Kant:  “El sabio puede cambiar de opinión; el terco, nunca”.  5. No se esconda de la prensa, ni siquiera de aquella que lo maltrató como candidato. La prensa es uno de los estandartes de la democracia y fue también gracias a ella que lo conocimos mejor, señor presidente. 6. Gobierne con la grandeza de quien quiere pasar a la historia por construir una Colombia mejor de la que va recibir y en coherencia con lo que prometió. 

Creo que el presidente Gustavo Petro  es  una versión mejorada de sí mismo, comparado con aquel que gobernó a los bogotanos entre 2012 y 2015. Se nota en él a una persona  madura -política e ideológicamente hablando-, adaptada a los nuevos tiempos, menos radical y menos prepotente si se quiere.​ De no ser así, entonces lo disimula muy bien. ​ 

Su amigo y ex asesor Daniel García Peña lo resumió en una entrevista con la BBC. 

“…si el poder de la alcaldía lo cambió para mal, el poder de ser el jefe de la oposición estos últimos seis años lo cambió para bien, porque supo leer el país y entendió que necesita concertar y que si alguien tienen una propuesta, no importa quién sea, lo tiene que escuchar”.

Ricardo Bonilla, su asesor económico, también brinda tranquilidad cuando afirma: “No vamos a ser Venezuela ni Nicaragua, seremos un gobierno socialdemócrata”.

Me alegró escuchar en su discurso de la victoria que impulsará un nuevo capitalismo: más humano con la gente y más amable con lo poco que queda del planeta, por lo que entendí. Confío en que,  con él de piloto, Colombia será una versión mejor de sí misma. 

 

Como el domingo ganamos los que perdimos en el Plebiscito por la paz de 2016, le toca recoger las trizas que quedaron del acuerdo logrado por el presidente Santos para cumplir lo que nunca debió interrumpirse y que es una de las razones por las cuales Iván Duque pasará a la historia sin ton ni son, cargando además con el estigma del creciente número de líderes y sociales y ambientales asesinados durante su cuatrienio. Entre todos debemos remendar este país a partir del 7 de agosto. 

Treinta y dos años esperó Gustavo Petro con paciencia para acariciar la posibilidad de un cambio para Colombia. Tres décadas queriendo  ser Presidente de la República hasta que se salió con la suya. Nadie se preparó tanto y haciéndose a pulso para llegar donde él llegó. Hoy un ex guerrillero nos confirma lo que me enseñaron de donde vengo yo: "el que persevera alcanza". Otra lección de vida para nunca olvidar: vale la pena soñar despierto.  Es más: con un ex guerrillero en el poder, carece de sentido irse al monte a desafiar al Estado. 

Su elección deja una enseñanza adicional para las generaciones presentes: las segundas oportunidades pueden alimentar las utopías. Gustavo Petro estaba tan seguro de la victoria que el discurso lo tenía escrito en su memoria, tal vez desde que era ese muchachito flacuchento  en su natal Ciénaga de Oro, Córdoba, porque ninguna hora oscura pudo detener a quien nació para brillar con luz propia. 

De tanto repetir la frase “Me llamo Gustavo Petro y quiero ser su presidente”, el milagro se hizo, porque las palabras tienen  poder o, como dice una amiga, “lo que se decreta, se concreta”. Cómo no… si hasta los astrólogos vieron en el Universo su triunfo.

Este economista va camino a convertirse en un estadista, título que muchos desean y pocos abrazan. Que no nos falte la humildad para reconocerle tales méritos.  El mayor castigo para la derecha y para ciertos periodistas será tener que decirle "Señor presidente" a un ex guerrillero. Tendrán que aceptar que así quedará escrito en la historia. Y la historia nadie la puede cambiar. Llegó el momento de jalarle al respetico porque se llama Gustavo Francisco Petro Urrego y es nuestro presidente. O Petrosky, para quienes admiramos su entereza. 

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