Escribir esta columna no fue fácil, fui de los convencidos, en el 2002, de que Álvaro Uribe iba a cambiar este país; en un momento coyuntural difícil por la amenaza terrorista de las Farc que puso en vilo nuestras instituciones, se mostraba como un líder natural, con una capacidad asombrosa de impactar las masas con su discurso y una vocación de trabajo única; además, con un carácter y una sapiencia que lo descolgaba del lote de políticos de esa época. En su primer gobierno ya se escuchaban voces que lo vinculaban al narcotráfico, cuando fue director de la Aerocivil y al paramilitarismo, cuando fue gobernador de Antioquia; en ese entonces, no presté atención porque su estilo de gobierno implacable con la guerrilla y cercano a las regiones, me obnubilaba, insistía en que todo eran montajes y que había que defenderlo a capa y espada, incluso mi primera novela fue prologada por él, pero a medida que los días avanzaban, siguieron saliendo más y más cosas de toda esa maraña de la que se ha rodeado para mantener el poder y que lo ha llevado a ser el político más importante de los últimos 100 años en Colombia.
Al terminar su primer mandato comencé a entender su dinámica y al hacer balances no se notaban los grandes logros, se recuperó en parte la seguridad, pero ¿A qué costo? En temas de igualdad, el país continuó igual o peor; en cuanto a la forma de hacer política, se atrincheró con los clanes regionales corruptos y su relección fue un compendio de corrupción: la Yidispolitica; los diálogos con los Paramilitares no pudieron resultar peor, no hubo reparación, verdad y tampoco justicia, solo unos jefes extraditados que nunca dieron la cara a sus víctimas. Pero la idea de acabar con el terrorismo seguía ahí, en su segundo mandato, con las encuestas a su favor por los golpes a las Farc, instauró un modelo de doctrina militar desbordada que dio origen a una de las peores tragedias de este país, los falsos positivos; también se presentaron escuchas ilegales a la oposición, poderes de justicias y medios de comunicación; mi decepción seguía creciendo, ya hasta el punto de cambiar posturas y exigir en mis columnas que se aclarara todo, no me iba a quedar en ese fango asqueroso y podrido. Pero ese eje envolvente, politiquero y perverso del que siempre se ha rodeado Uribe, en algunos casos bastante básico, comenzó a protegerlo, nunca entendí que un hombre tan inteligente como él, tuviese que buscar alianzas con corruptos de élite como Sabas Pretelt de la Vega o Gabriel García Morales, asesinos como Jorge Noguera y Salvador Arana, o narcos como el General Santoyo, solo por mencionar algunos de los muchos de una larga lista, quienes acudieron a las peores prácticas para mantener su plataforma y luego se inmolaron. Después, puso a Santos en la presidencia con el mismo discurso, derrotar al terrorismo, ahí, tampoco me le me comí el cuento de que uno de los oligarcas más acérrimos de este país, fuera el presidente ideal, menos mal que Santos con todo y su mala gestión, no se dejó manipular y se enfocó en cerrar un conflicto que ha desangrado al país por muchos años, una decisión que despertó la ira del expresidente y, hasta la fecha, tiene a Colombia dividida y polarizada al máximo, todo por el obstinamiento de no darle una oportunidad a la paz y que se conozca toda la verdad.
Hoy, Álvaro Uribe luce acorralado, fatigado, tratando de defenderse, acompañado de un ejército de rábulas intimidadores y aduladores, sin ética, que se creen dueños de la verdad y un grupo de seguidores fanáticos quienes no aceptan sus malas actuaciones y menos, que su líder poco a poco fue quedando en evidencia, sobre todo en el caso de manipulación de testigos, como el tal abogado Cadena que resultó ser un delincuente y se lo puede llevar también a él, porque la ponencia del Magistrado Cesar Reyes, según se rumora, le es desfavorable. Sería la noticia política del año en Colombia y un golpe a esa estructura que ha manejado este país a su antojo. Ojalá que la justicia actué, si no, quedará demostrado que hay intocables y uno de ellos se llama: Álvaro Uribe Vélez.