No hay eufemismo inocente

Durante una visita del entonces presidente del Gobierno español Adolfo Suárez a Colombia, me tocó presenciar una de las puestas en escena políticas más divertidas que recuerde, de las muchas que he visto en el ejercicio de la profesión de periodista. Se conmemoraba el 150 aniversario de la muerte de Simón Bolívar en Santa Marta, y con tal motivo hubo en esa ciudad de la costa Caribe una de esas reuniones inútiles que suelen congregar a presidentes latinoamericanos.

Estaban allí todos los firmantes del fantasmal Pacto Andino, más el presidente del Gobierno español como invitado especial. Aprovechando la ocasión, todos los dignatarios allí reunidos improvisaron un discurso con los clásicos tópicos sobre la gloria del Libertador, que sabían de memoria desde la escuela elemental. Improvisación que puso a Suárez en un apuro, pues salir a cantar desde un balcón lo bien que había hecho aquel criollo caraqueño al arrebatarle a España sus territorios americanos, no parecía lo más propio de un jefe de Gobierno español.

Pero Suárez, que era un hombre carismático, simpático como no lo ha sido ningún otro presidente de Gobierno en democracia en España, improvisó un magnífico discurso con “lenguaje de madera” al más puro estilo latinoamericano, en el que no dijo nada y quedó bien con todos. Tengo la anécdota como un ejemplo de la buena utilización que se puede hacer de un recurso de oratoria sumamente peligroso y extendido en nuestros días.

El término lengua de madera (langue de bois) fue acuñado en Francia para referirse a los discursos de los líderes de la antigua Unión Soviética, y en general de los países comunistas, que hablaban mucho y nunca decían nada. Pero la práctica viene de más lejos; alguien dijo que “la palabra se le ha dado al hombre para que oculte sus pensamientos” y eso en política lo vemos a diario. Los jefes de Estado o de Gobierno, los ministros, los funcionarios públicos, se pasan la mayor parte de sus vidas echando mano de este recurso.

“Nadie se va a quedar atrás”. “Un paso de gigante en la lucha contra la desigualdad y la pobreza, esto es lo que llamamos política útil desde el gobierno”. He leído en estos días este tipo de declaraciones del ejecutivo en la prensa española a propósito del enfrentamiento oficial allí a la pandemia. Que se lo digan a los que hacen hoy colas en las oficinas de empleo porque se han quedado sin trabajo.

Y aquí en Colombia qué quieren que les diga. Vivimos en ésas hace años y tenemos verdaderos titanes del lenguaje de madera. Entre los políticos hoy en ejercicio se lleva la palma el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo; sus explicaciones sobre la presencia en territorio colombiano de “asesores” militares norteamericanos para la “lucha contra el narcotráfico”, podrían terminar como ejemplo en la Escuela Nacional de Administración de París, que tiene unos cursos de lenguaje de madera absolutamente entretenidos.

Otro maestro del lenguaje de madera entre nosotros es Álvaro Uribe quien, en una entrevista en El Colombiano hace años, confesó que había aprendido con un profesor norteamericano, a responder asuntos que nada tenían que ver con las preguntas que le formularan los periodistas.

Vivimos tiempos oscuros, de polarización, de mentiras, de manipulación, tiempos en los que los políticos parecen haber inaugurado el festival del lenguaje de madera, y lo que nos cuentan quienes nos gobiernan viene muchas veces, envuelto en una máscara de eufemismos. Y el eufemismo en política, casi por definición, nunca suele ser inocente.

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