
La retractación se ha vuelto parte del paisaje cotidiano en medios y redes sociales. Casi todos los días vemos como políticos, periodistas o líderes de opinión deben retractarse, muchas veces a regañadientes, por una afirmación apresurada, sin fundamentos y llena de prejuicios contra una persona u organización.
El discurso del odio se ha vuelto cotidiano y lo reproducimos sin entender las consecuencias, al contrario, lo hemos normalizado. No nos damos cuenta, que, aunque las personas se retracten, ya las ideas fueron instaladas en la opinión pública y pueden dañar gravemente la reputación de una persona o institución.
Jamás será ético mentir ni contar verdades a medias para poner el buen nombre de una persona o institución en la picota pública y mucho menos difamar a alguien para ganar entrevistas, seguidores en redes sociales o votos. No podemos permitir que se mienta deliberadamente para confundir a la opinión pública y sacar un beneficio personal o colectivo. Nuestro compromiso como sociedad siempre debe ser con la verdad, especialmente ahora en estas épocas de pandemia.
Según un estudio realizado en Latinoamérica por la compañía Karpesky, Colombia se ubica en el segundo lugar entre los países latinos que más consume noticias falsas con un 73%. El primer lugar lo ocupa Perú con un 79%. Adicionalmente, un estudio de la revista Science revela que las noticias falsas se distribuyen más rápido que una noticia verdadera.
Debemos tener mucho cuidado también con las falsas afirmaciones, opiniones desde la rabia y los rumores, estos pueden dañar la reputación de una persona o de una compañía inmediatamente. La reputación es tal vez el activo intangible más valioso que tenemos. Ganarlo toma tiempo, esfuerzo y buenas acciones. Perderlo es más sencillo hoy en la era de la rumorología y el chisme digital, mientras que recuperarlo es una tarea que lleva años y, de hecho, quizá nunca se recupere completamente.
Las mentiras hacen mucho más daño del que creemos. Hace unos días, viene circulando en redes sociales el video de un médico que recibió amenazas de muerte por información falsa sobre supuesta negligencia médica. Este es el mejor ejemplo de cómo un rumor, cómo alguien que habló de la rabia o hizo afirmaciones inexactas puso en peligro la vida de otros. El video es simplemente desolador y es síntoma de una sociedad enferma que está dispuesta a difamar el buen nombre de las personas que lo están arriesgando todo para protegernos contra el COVID-19. No basta con que rechacemos las amenazas en redes sociales y nos indignemos, necesitamos comprometernos con la verdad y frenar la cadena de difusión de falsos contenidos. Hagamos un llamado a leer la historia completa y no sólo a compartir con titulares.
La cadena de propagación del virus no es la única que tenemos que romper, también debemos frenar la cadena de fake news de la que a veces, sin darnos cuenta, participamos. El compromiso con la verdad empieza por los medios de comunicación, quienes deben tener la historia completa y no tratar de escoger lados antes que la justicia. Esta cadena continúa con la suposición sesgada que hacemos en la sala de nuestra casa sin conocer toda la verdad simplemente porque la persona de la que hablamos no nos gusta. La historia continua en nuestras redes sociales, donde jugamos con la reputación del otro tildándolo de bandido, traidor, asesino, corrupto, terrorista entre otras etiquetas que vemos de diferentes personas. Comentarios que acá se vuelven afirmaciones y dañan al otro.
La difusión de noticias falsas es uno de los mayores desafíos para la democracia, a pesar a los esfuerzos de compañías como Facebook y Twitter para combatirla. La política ha sido el principal escenario de noticias falsas y estas son utilizadas para confundir a los votantes y afianzar los sesgos y prejuicios. Lamentablemente durante las elecciones locales del año pasado vimos cómo muchos candidatos difundían información falsa para dañar a un competidor o para victimizarse frente la opinión pública. Verdades a medias que terminan confundiendo al elector o reforzando sesgos de confirmación que no necesariamente son la realidad. Hoy a algunos de esos “rumorólogos” los vemos ocupando distintos cargos públicos.
Las fake news no son sólo un arma en las contiendas electorales, sino que afectan también a las empresas y organizaciones, al dañar su valor de marca y afectar la relación con sus clientes. Las empresas también son víctimas de boicots basados en información falsa que sólo busca dañar su reputación. Existe una gran diferencia entre dejar de consumir una marca porque la consideramos poco ética y dejar de consumirla a base de mentiras y engaños.
Los consumidores son libres de dejar de comprar una marca que no consideran ética después de todo su billetera es su voto. La situación actual en Estados Unidos demuestra que las personas están dejando de comprar marcas que no condenan el racismo y el uso excesivo de la fuerza policial, así como a aquellas cuyos CEO´s han hecho declaraciones reprochables. Además, están premiando a aquellas que se han abanderado de estas causas sociales, especialmente a las que lo hicieron mucho antes de que comenzaran las protestas en el país.
Los boicots basados en mentiras y rumores engañan a los consumidores y los manipulan en busca de un beneficio personal. El daño reputacional que estos pueden causar es incalculable y la confianza de los clientes tarda mucho en reconstruirse o, en algunas ocasiones, jamás se logra.
Un tweet o un post tienen una responsabilidad, son afirmaciones que se hacen públicas y que instalan ideas en el imaginario colectivo. Necesitamos apagar el micrófono a aquellas personas que sólo utilizan las mentiras como trampolín para figurar en la escena pública.
Basta ya de personas que dañan la reputación de una empresa con boicots y cuyo único argumento son sus prejuicios propios. Basta de difundir información falsa para conseguir votos y dañar el buen nombre de las personas. Basta de difundir mentiras y luego salir a retractarse sin pensar en el daño causado. Necesitamos una ética clara de la relación entre el hecho y la mentira, entre la verdad y la opinión, y un compromiso de todos respecto a lo que se difunde.