Ricardo Felipe Herrera

Abogado, especialista en régimen del Distrito Capital de Bogotá y magister en derecho con énfasis en derecho administrativo. Docente universitario con una experiencia profesional de cerca de 35 años con área de práctica como profesional independiente en régimen de los servicios públicos, derecho ambiental, régimen de contratación, arbitraje y amigable composición.

Ricardo Felipe Herrera

“Nos ahogamos en residuos”

La divulgación de la ciencia del clima sufre el “problema del aceite Wesson” que metafóricamente Richard Feynman refería, uno de los físicos más destacados del siglo XX: “como la intención es persuadir en lugar de informar, se presenta la información sin su indispensable contexto u omitiendo todo lo que no concuerda”.

Steven E. Koonin, miembro de la Academia Nacional de Ciencias y ex subsecretario de ciencia del presidente Obama, advierte que la opinión pública no es la única que está mal informada de lo que la ciencia dice sobre el clima. Resalta que ésta se halla mucho menos avanzada de lo que se cree.

Koonin devela que “los resultados de los numerosos modelos climáticos que se emplean no concuerdan entre sí ni con muchas observaciones de todo tipo, o incluso dicen todo lo contrario” y que “los comunicados de prensa y los resúmenes oficiales del Gobierno y la ONU no son fiel reflejo de los informes originales”.

Sin desconocer que el ser humano ejerce una influencia creciente sobre el calentamiento climático, dice Konnin que es pequeña desde el punto de vista de la física. Es un hecho, por ejemplo, que los máximos históricos de récords de temperaturas en Estados Unidos no abundan más hoy que en 1900 y que la superficie global quemada por incendios cada año ha disminuido un 25% desde 1998, el año en que empezaron a hacerse observaciones.

Cada vez más queda en evidencia que la ciencia no avala lo que se dice en buena parte de la información escrita o en los debates más divulgados, en los que se basan por ignorancia e ingenuidad muchos políticos y comunicadores como ocurre, por ejemplo, con el presidente Gustavo Petro o su congresista Agmeth Escaf.

En lo que sí hay coincidencia mundial y local, más allá del real impacto que lo propio tenga respecto del calentamiento global, es en la desbordada generación de residuos, resultado de un esquema basado en la desacerbada extracción de los recursos finitos del planeta que utilizamos para la fabricación de cosas de poco valor y poca durabilidad (empaques, ropa, zapatos, artefactos, muebles, vehículos, etc.) que luego tiramos a la basura.

Manuel Maqueda, profesor de economía circular aplicada y de economía regenerativa en la Universidad de Harvard afirma que hoy se mide “el valor de la economía no por el acceso a las cosas sino porque esas cosas atraviesen nuestra vida, cosas de poco valor, cosas que son de usar y tirar”. Resalta Maqueda que aproximadamente el 90% de todo lo que se crea -fabrica- en la economía en un año se tira.

Aun cuando Colombia es pionera en legislación y políticas ambientales de residuos a partir de la adopción en 1974 del Código Nacional de Recursos Naturales (CNRN), no ha sido igual de rigurosa y eficaz en la gestión y actuación gubernamental sobre la materia. Desde entonces -hace 50 años- está previsto, por ejemplo, la necesidad de “sustituir la producción o importación de productos de difícil eliminación o reincorporación al proceso productivo”, como elemento estructural de lo que hoy se denomina con acierto “economía circular” que no es la “economía del reciclaje”, como lo destaca Maqueda.

No puede desconocerse el inmenso avance que trajo la ley 142 de 1994 a partir del que Colombia cuenta en su gran mayoría con empresas prestadoras del servicio público de aseo robustas y eficientes (oficiales, mixtas y privadas) que nos han permitido tener acceso a un servicio eficiente que recoge, transporta y entierra sanitariamente el cada vez mayor volumen de cosas que desechamos, pero debe advertirse que esta labor lejos está de corresponder a una integral gestión de los residuos y mucho menos a la “economía circular”.

Esta consiste en generar valor sin extraer recursos y sin generar residuos. Es un modelo que mantiene todo en uso, para lo que resulta indispensable e imprescindible que las cosas que se fabrican sean de calidad (duraderas) y su diseño permita que cuando sean obsoletas y ya no nos sirvan puedan utilizarse para otros usos o para hacer otras cosas.

Así, las actividades del servicio de aseo que más relevancia deben tener hoy bajo este concepto, además del diseño de los productos que es un tema de industria, son las de aprovechamiento y tratamiento de los residuos, como lo viene demostrando el giro que visionarias empresas de aseo están dando para ser actores útiles dentro de la imparable economía circular y la economía del reciclaje, siguiendo la senda que empresas privadas han transitado exitosamente desde tiempo atrás de la mano de la industria, por ejemplo, para cerrar el ciclo ecológico del PET (tereftalato de polietileno) o el aumento de la tasa de reciclaje de envases para bebidas a partir de un diseño que asegure su destinación futura como es el caso del material conocido como “Tetra Pak”.

El enemigo de una real y exitosa gestión integral de los residuos bajo el criterio de la economía circular no son los rellenos sanitarios como el actual y anteriores gobiernos erradamente lo expresan como políticamente correcto. Lo propio merece rigurosidad y una seria discusión y efectivas acciones, para evitar seguir ahogándonos en residuos.

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Ricardo Felipe Herrera
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