Me disculpan si mis recuerdos no son precisos o claros, pero yo era apenas un niño, posiblemente estas letras correspondan más a mi interpretación, a la forma en que mi mente infantil mezclaba la realidad con la imaginación, aun así, tienen un toque de verdad, un realismo mágico que parecerá ficción, pero es parte de nuestra triste historia, y no solamente triste por lo que pasó, sino porque aparentemente no aprendimos nada.
Soy el menor de cuatro hermanos, venimos de una familia antioqueña y así fuimos educados, a pesar de nuestro origen, nací en Bogotá, mi padre representaba a los Antioqueños en el Congreso de la República, imagino que trasladó a su familia para estar más cerca de su trabajo, pero también creo que lo hizo para protegernos, por aquellos años Antioquia sufría de la violencia guerrillera, paramilitar y narcotraficante de los carteles.
Así como mi padre, algunos de sus hermanos eran servidores públicos, una vocación casi que inoculada por el abuelo Luis, un humilde maestro de escuela, respetado y admirado por su comunidad, no solo enseñaba a los más pequeños, también servía como amigable componedor para solucionar los conflictos de sus vecinos y hacia parte de la sociedad de mejoras públicas, “una vida para servir y no para servirse” intensamente conservador e institucionalista.
También estaba en la escena Juan Gómez Martínez, amigo entrañable de mi padre, su socio político, ingeniero, periodista y gran administrador, primer alcalde popular de Medellín, quien, además, junto con María T son mis padrinos de bautismo, por ellos tengo un profundo cariño de ahijado, pero además una admiración inagotable.
Juan, mi padre y mis tíos sobrevivieron a Pablo Escobar, la historia algún día tendrá que reconocerles lo que hicieron por Medellín, Antioquia y Colombia; Juan y Ramiro mi tío, se enfrentaron al capo desde la alcaldía y desde las letras del periódico El Colombiano, ellos, veían diariamente como Pablo intentaba destruir a bombazos la ciudad, una guerra sin cuartel donde las victimas eran ciudadanos de a pie. Sonia mi tía, incautaba desde la subdirección de la aeronáutica las aeronaves del cartel y mi padre se enfrentaba con fiereza a los aliados del capo en el Congreso.
Fue así como a Juan y a su familia les pusieron una bomba en la casa, en otra oportunidad, desde la calle, los sicarios del cartel intentaron asesinarlos a bala, ataque repelido valientemente por Juan y su hijo mayor. A mi padre y a mis tíos los tenían apuntados en la famosa libreta, milagrosamente sobrevivieron a tan temida lista de la muerte, gracias a que muchos años atrás, cuando Pablo era un niño, su madre, maestra de escuela, fue auxiliada con un traslado durante un embarazo por don Luis, mi abuelo, hecho del destino, que muchos años después les salvaría la vida.
Como si la violencia nos persiguiera, recuerdo cuando la guerra contra el Estado se trasladó a Bogotá, todavía retumba en mis oídos el estremecedor sonido de la bomba del Carulla de la 127, a escasas cuadras de donde vivíamos, o las noticias de la bomba en el centro 93, donde mi tío Rubiel tenia una oficina, tampoco puedo borrar de mi retina la imagen de un hombre asesinado en la esquina de la casa, ensangrentado y recostado sobre la silla de un montero.
Las visitas a las abuelas en Medellín a veces eran muy difíciles, entrada por salida para saludar a la familia, en aquella época ver un policía en la calle era esperar los disparos que querían matarlo, tener que pasarse de acera para evitar ser el daño colateral, evitar lugares públicos pensando en que ese podría ser el siguiente lugar para una explosión, a veces ni siquiera poder ir a Medellín por las incesantes amenazas contra nuestra vida.
Son pocas las líneas en este articulo para contar todos los recuerdos que tengo, pero por poco que sea debe ser suficiente para entender que ningún niño debería tener esos recuerdos. Pablo Escobar fue un monstruo que no debemos olvidar para no repetir su historia, pero al que tampoco debemos volver una especie de “héroe” o “modelo a seguir” hecho que tristemente han conseguido la mayoría de las novelas y series que mas que reprochar o contar su historia han sido un instrumento que ha invitado a muchos a emular su vida.
No hemos aprendido, el narcotráfico y sus capos nos han hecho muchísimo daño como sociedad, hoy lejos de que sean el recuerdo de muchos, es una realidad para los niños de Colombia, 30 años después no hemos cambiado, la impunidad, los malos ejemplos y la falta de instituciones fuertes nos seguirán pasando factura por generaciones.