Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Proceso 8.000 (bis) a la vista

Dicen los boxeadores profesionales que el golpe que no ves, es el que te noqueará. Los aficionados a ese deporte lo saben bien: se mueven los dos contrincantes en el cuadrilátero con cautela, atacando y defendiendo, cada cual aplicando su táctica. Y de repente, un cambio brusco. Un golpe seco, a la mandíbula, acaba el juego. Nocaut, golpe perfecto. A veces el golpe no es tan contundente y el contrincante queda “sonado”, aturdido, viendo estrellas. Los dibujantes de comics lo pintan con pajaritos dando vueltas alrededor de su cabeza.

Al momento de escribir esta columna, tarde del viernes 4 de agosto, el Gobierno colombiano, el presidente Gustavo Petro y todos sus ministros y altos cargos, deben sentirse así. Las declaraciones de Nicolás Petro ante la justicia, afirmando que a la campaña “Petro Presidente” entró dinero ilegal, son lo que en el deporte de las narices chatas llaman un uppercut, una pegada que invade la guardia del contrincante desde abajo hasta conectar con el mentón.

A primera hora de la mañana, horas después de saberse la explosiva confesión,  no había nadie del Gobierno para hacer declaraciones. Y los valientes del Pacto Histórico que se atrevieron a enfrentar a un periodista micrófono en mano, resultaban patéticos. Tal es el caso de la senadora María José Pizarro según la cual, “no se puede inferir que el presidente o el Pacto Histórico teníamos conocimiento” de entrada de dinero ilegal a la campaña”. Cómo iba a ocurrir semejante cosa a “una persona que ha entregado su vida a denunciar la corrupción y la parapolítica”.

Y la vicepresidente, Francia Márquez, ha ido más lejos en un mensaje publicado en redes sociales al declarar que Gustavo Petro es “incorruptible”. Y tanto la senadora Pizarro como la señora Márquez se apuntan a la teoría de la conspiración, sin reparar en que el golpe ha llegado desde dentro, desde las entrañas mismas del petrismo. Hasta los propios “conspiradores”, como llaman a sus contradictores políticos y a la prensa, están perplejos.

El país revive con este desbarajuste la aciaga legislatura de Ernesto Samper y el llamado Proceso 8.000, con episodios y personajes que parecen calcados de aquel viejo escándalo de los años 90 del siglo pasado. Y si a quienes seguimos puntualmente entonces por razones profesionales aquel proceso, nos hubieran dicho, por ejemplo, que el nombre de Samuel Santander Lopesierra, “El Hombre Marlboro”, lo volveríamos a ver en pleno siglo XXI en una corruptela similar no lo habríamos creído. Con el agravante ahora que “El Hombre Marlboro” aspira, además, a la alcaldía de Maicao. Inaudito.

Los colombianos integran una sociedad anestesiada por los escándalos de corrupción, y la vida pública del país transcurre en medio de una cadena de desvergüenzas que se solapan a diario unas encima de otras, hundiéndose todas con el tiempo en el olvido y la impunidad. Prueba de ello es el sentir generalizado de la gente a la que los medios les pide la opinión sobre este último asunto: “No va a pasar nada”, dice el entrevistado callejero.

No tendría porqué ser así. Que el hijo del presidente acuse a la campaña de su padre de haberse financiado con dinero ilegal, no es un asunto menor, no es un escándalo más. Es un hecho comprobado que en todas las campañas políticas desde los años 80 a nuestros días ha entrado dinero del contrabando, del narcotráfico (que técnicamente es lo mismo) y de otras fuentes non sanctas; pero ello no hace menos grave lo que ahora presuntamente ha ocurrido. Si Nicolás Petro presenta pruebas que avalen su aserto, Gustavo Petro debe dimitir.

No vale ahora envolverse en la bandera y buscar conspiradores contra el gobierno donde no los hay; y habrá que estar muy atentos a la maniobra leguleya que ya despunta en el horizonte, de una comisión para investigar a todas campañas que precedieron a la de Petro, y que así quede el Nicolasgate diluido en un “mal nacional que el Gobierno del Cambio finalmente abordó para purificar la vida de los colombianos”. 

Le esperan al país meses de tribulación con este asunto; años, quizá. Son muchos los nombres implicados en el affaire que han salido en danza, algunos de gran calado. Ojalá, si es que hay culpa probada en la campaña “Petro Presidente”, no aparezca un Heine Mogollón a lanzar un salvavidas. Los más viejos de la tribu saben de qué estoy hablando.

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