Responsabilidad histórica

La información y la palabra. Saber qué está pasando. Levantar la mano para expresarse. ¿A quién no le resultan las más elementales prerrogativas? Cuando los niños empiezan a balbucear con la necesidad de hacerse entender y a requerir atención y respuestas, para sobrevivir en el mundo al que han sido traídos y que apenas empiezan a descubrir, florecen estos derechos de manera natural. 

Aún así, a lo largo de la historia de la humanidad y hasta hoy, lo más natural no lo ha sido tanto. La defensa de los principios sobre los cuales se construye el estado de derecho, la participación, la deliberación y la democracia, le han costado y le siguen costando la vida a millones de seres humanos. La lucha por instituciones sagradas como la libertad de expresión, de opinión y el derecho a la información ha sido épica.

La conquista de una institución, como síntesis de estos derechos, reconocida por primera vez en el mundo de manera constitucional hace apenas 254 años de esta larga historia, convirtiéndose en fundamento de la democracia, el desarrollo y el diálogo, es decir del modelo colectivo para la protección y la promoción del resto de los derechos humanos, es la libertad de prensa.

Los derechos humanos todos, son los que tenemos las personas desde que nacemos y cuya limitación son los derechos de los demás. El reconocimiento formal de derechos nunca ha sido garantía suficiente para su efectividad, por eso la debida administración de justicia es el soporte de la autoridad. Y el balance entre gobierno, derechos y justicia, en representación de la gente con el derecho natural a la información y la palabra, tiene por pilar, la libertad de prensa.

Por todo esto, con la libertad de prensa, no se juega.

El periodismo, la actividad para la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones, ha sido el conducto para profesar estos derechos, y las empresas periodísticas las organizaciones a través de las cuales se han congregado talentos, ideas e ideales, recursos, experiencia y aprendizaje, para acuñar conocimiento y autoridad para desplegarla de manera sistemática.

Empresas diversas por donde se las mire, algunas centenarias, otras más jóvenes, algunas nuevas, grandes, pequeñas, con orígenes, historias y legados distintos, con enfoques y políticas editoriales diferentes, encarnan la pluralidad que exigen los derechos de la gente. A lo largo de la historia de Colombia muchas de ellas han obrado con estoicismo para defender sus valores y permanecer fieles a su misión, y nadie puede negarles, a todas, su significativo margen de contribución para la construcción de una mejor vida en sociedad, no se diga en las épocas de la desinformación y las noticias falsas, masivas y anónimas.

Hoy, cuando su compromiso y dedicación a la prestación del servicio informativo no puede ser mayor, cuando la relevancia e indispensabilidad de su labor la constatamos todos, cuando la entrega de los periodistas a su vocación más la valoramos y agradecemos los ciudadanos, están en riesgo de languidecer e incluso de desaparecer muchas de ellas. De que se reduzca dramáticamente la pluralidad, de que se silencien regiones y ciudades, -además de los muchísimos municipios del país que no cuentan con medios ni información local-, como resultado de una serie de coyunturas económicas, la última de ellas la del coronavirus, lo que nos sorprende con las elecciones del 2022 a la vuelta de la esquina y en un contexto de alteración económica y social mundial derivado de la pandemia.

Por esta razón, el Gobierno Nacional, los departamentales y municipales, el Congreso, las cortes, los organismos de control, la academia, las iglesias, los empresarios, los trabajadores, todos los ciudadanos, no podemos permitir que esto ocurra.

Por el momento, siguen principalmente en manos del Presidente Iván Duque los planteamientos del sector para que proceda con la urgencia y la diligencia que le demandan, no solo las circunstancias, sino la institucionalidad del estado de derecho democrático que preside en nombre de todos los colombianos.

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