Fabio Valencia Cossio

¿Seremos mejores después de la pandemia?

Nuevas variantes, amenaza de nuevos brotes, dosis de refuerzo, inflación, cadena de suministros, recesión, muchos de los principales caminos de la vida cotidiana en el planeta todavía conducen a la pandemia de Covid-19 y a las profundas transformaciones que  trajo para la humanidad.

Por fortuna las vacunas dejaron atrás los días dramáticos y desgarradores de los millones de contaminados y de fallecidos y nos enseñaron a convivir con la amenaza. Pero muchas consecuencias -no necesariamente negativas- se quedaron con nosotros. La virtualidad en las  relaciones interpersonales y en las tareas laborales cobraron fundamental trascendencia y transformaron para siempre, en amplios sectores, la forma de trabajar al hacer  de la vivienda un puesto de trabajo, que las oficinas perdieran protagonismo y que las empresas redujeran sus espacios.

Pero la pandemia trajo consigo otros cambios, el más importante de todos, el regreso a lo fundamental: la familia, los afectos, el amor por lo elemental, lo básico, lo esencial. Los buenos amigos, la solidaridad en medio de la adversidad. El respeto por la naturaleza, la conciencia de los cambios indispensables e inaplazables para contener el cambio climático, el reconocimiento del valor de las mascotas.  

Esa pandemia del Covid-19 dejó mucho dolor, para millones de personas duelo, adversidad y miseria, pero también muchas enseñanzas. Volvimos al campo, muchos se quedaron en él, otros lo alternan con el bullicio y aire contaminado de la gran ciudad. De nuevo apreciamos los amaneceres con el trino y el cantar de los pájaros, los ladridos sordos del perro guardián, el sonido adormecedor de la lluvia, y el silencio solo roto por el croar de una rana o el silbido arrullador de los grillos.

La gran incógnita ahora es si el resultado final de esta dramática  experiencia y las claras vías de cambio que señala, motivarán y harán posibles las profundas transformaciones que se necesitan para tener un mundo mejor o si seguirán primando el egoísmo y el materialismo.

Dediqué varios de  los días difíciles de los confinamientos a leer dos testimonios valiosos de experiencias literarias de la humanidad en tiempos de pandemia: Diario del año de la Peste (1722) de Daniel Defoe y La Peste (1947) de Albert Camus. 

Excepcional experiencia porque desde escenarios y épocas diferentes entre sí y respecto de los años que vivimos, recogen actitudes, conductas, reacciones frente a esa adversidad, algunas positivas otras truculentas y perversas, pero, sobre todo, esencialmente idénticas a muchas de las que vivimos las generaciones actuales en estos tiempos del Covid-19.  Por las páginas de esas obras notables aparece la especulación con bienes y servicios, tretas y maniobras para burlar los controles oficiales o para apoderarse de bienes de los caídos en desgracia. El regreso a los valores compartidos, la solidaridad y  la caridad. También la revalorización súbita y en apariencia profunda de la espiritualidad -aprovechada de paso por oportunistas de diferentes categorías, predicadores, curanderos y falsos profetas-. La literatura, desde la magia de la ficción, entrega en estos libros grandes retratos y testimonios de elementos básicos de lo bueno, lo malo y lo feo de la naturaleza humana.

Se percibe lo mismo, ya no desde la literatura sino en la realidad en lo ocurrido con la pandemia de gripe española de 1918, una de las más graves y devastadoras en la historia de la humanidad, que mató en un año a entre 20 y 40 millones de personas en el planeta.  Una humanidad conmovida y devastada ante la tragedia que se sumió en profundas reflexiones y promesas de cambio que se diluyeron poco después de que desapareciera el mal y regresará la normalidad.  ¿Ocurrirá lo mismo cuando se logre el control total del COVID 19?  ¿Cuando amaine la crisis económica, se resuelva el colapso de sistemas de transporte y de la cadena de suministros, cierre prolongado de entidades, planteles educativos, etcétera, olvidaremos los propósitos de cambio de los días difíciles?  

Lo que hemos vivido hasta ahora no autoriza mucho optimismo pues si bien la pandemia contribuyó a fortalecer y desarrollar los sistemas de salud de muchos países y aportó experiencias y conocimientos que serán muy útiles para la humanidad, afectó con mayor crueldad a los sectores más pobres de la población, que enfrentaron los mayores peligros de exposición, las tasas de vacunación más bajas y concentraron las mayores penalidades en enfermedad y muerte. Quedaron al descubierto una vez más las grandes brechas e inequidades en salud, educación, vivienda, servicios públicos, presentes en el planeta. Y muy especialmente la inequidad en el manejo y distribución de las vacunas. Los laboratorios farmacéuticos impusieron su ley y se negaron a levantar sus patentes lo cual dejó a millones de personas sin protección a merced del dolor y la muerte. A todas luces es inaceptable que sigan muriendo millones de personas por falta de acceso a recursos existentes y que se privilegien utilidades sobre vidas. También tuvimos expertos en burlar controles, en especular, en manipular la espiritualidad.  Lo enseña la realidad y lo refleja la literatura: misión imposible cambiar la esencia de algunos seres humanos.

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Fabio Valencia Cossio
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