El centralismo, tal como lo conocemos en Colombia, ha iniciado su cuenta regresiva. Lejos de ser una fórmula eficaz, ha demostrado por décadas su profunda incompatibilidad con el desarrollo equitativo del país. Es un modelo agotado, desconectado de las realidades territoriales, que impide avanzar hacia una nación más justa y equilibrada.
Las regiones, lejos de fortalecerse, sobreviven de la dependencia capitalina que no las comprende ni las prioriza. Gobernadores y alcaldes hacen fila en Bogotá, con ruegos y proyectos bajo el brazo, buscando respuestas que deberían ser locales y autónomas. Es una rutina tan antigua como desgastante.
Un abanderado para cambiar este modelo, es el actual Procurador General de la Nación Gregorio Eljach, que ya le dio una marca definitiva a este anhelo: Estado regional.
“Hay que replantear los límites de los departamentos y su figura, resolver esto de fondo, atreviéndonos a crear el Estado regional en Colombia” planteó el Procurador General.
La falta de autonomía territorial no solo limita el progreso, sino que perpetúa un círculo vicioso de dependencia e inequidad. Estamos gobernados por una arquitectura institucional que caducó hace décadas. El centralismo es, en esencia, una reliquia del pasado, un museo político que seguimos financiando con el futuro de las regiones.
Urge una autocrítica nacional, profunda e insobornable. Hay que reconocer que el actual modelo de Estado no responde a los desafíos del siglo XXI. Persistir en él es aferrarse a la terquedad. Es tiempo de iniciar la transición hacia un Estado regional, moderno, participativo y con poder real en sus territorios.
El destino de Colombia no puede seguir atado al pasado. Apostar por un nuevo modelo territorial no es solo una decisión política, es un imperativo histórico. Un país más autónomo, descentralizado y justo es posible si lo construimos entre todos, desde abajo, desde las regiones, con visión de futuro y voluntad colectiva.
El centralismo en Colombia ha dejado de ser una estructura funcional para convertirse en un freno evidente al desarrollo. Gobernar desde Bogotá para todo un país tan diverso, territorial y culturalmente, ha probado ser ineficiente, excluyente y anticuado. Mientras las regiones reclaman autonomía, el poder sigue concentrado, ignorando las voces que nacen desde los territorios.
El Estado regional, es un cambio que necesita Colombia. No se trata de dividir, sino de distribuir poder con inteligencia, justicia y más cerca de los territorios. El centralismo no solo es obsoleto: es costoso, lento y, sobre todo, injusto.
Colombia arrastra un modelo centralista que asfixia a las regiones y les impide desplegar su verdadero potencial. Con autonomía, se transformarán en motores de progreso. El Procurador Gregorio Eljach, ya trazó esta ruta.