Ricardo Felipe Herrera

Abogado, especialista en régimen del Distrito Capital de Bogotá y magister en derecho con énfasis en derecho administrativo. Docente universitario con una experiencia profesional de cerca de 35 años con área de práctica como profesional independiente en régimen de los servicios públicos, derecho ambiental, régimen de contratación, arbitraje y amigable composición.

Ricardo Felipe Herrera

Sin Abelardo, sin Uribe L. y sin Fajardo

Salvo por quienes se declaran petristas por convicción —hay quienes, inexplicablemente, se identifican por sobre todo con la forma de actuar y de malvivir de Gustavo Petro— o por quienes lo son ocasionalmente mientras extraen oportunistamente beneficios del manejo arbitrario de los recursos públicos, parecería existir hoy una unanimidad en que el gobierno de Gustavo Petro ha sido nefasto, tal como muchos lo advertimos desde antes de su posesión.

En ese escenario, surgen múltiples personajes de la vida nacional, con recorrido o sin él, que sostienen tener la fórmula para “reconstruir” lo que Petro y su perverso grupo de coequiperos han destruido. Entre quienes se han postulado o se presentan como eventuales sucesores se encuentran  Vicky Dávila (5,7% CNC – 3,7% Invamer), Juan Carlos Pinzón (1,5% CNC – 2,9% Invamer), Sergio Fajardo (5,9% CNC – 8,5% Invamer), Juan Manuel Galán (1,8% CNC – 1,6% Invamer), Aníbal Gaviria (0,3% CNC – 1,3% Invamer), Enrique Peñalosa (0,9% CNC – 1,1% Invamer), María Fernanda Cabal (1,5% CNC – 1,1% Invamer), Paloma Valencia (NA% CNC – 1,1% Invamer), Paola Holguín (NA% CNC – 0,7% Invamer), David Luna (0,2% CNC – 0,6% Invamer), Mauricio Cárdenas (0,4% CNC – 0,6% Invamer), Juan Daniel Oviedo (1,4% CNC – 0,5% Invamer), Felipe Córdoba (NA% CNC – 0,5% Invamer), y, por supuesto, Miguel Uribe Londoño (10,3% CNC – 4,2% Invamer) y Abelardo de la Espriella (18,7% CNC – 18,2% Invamer).

De cara a que ese propósito pueda cumplirse, no tengo reserva alguna en depositar mi voto por cualquiera de los aspirantes mencionados. Ello, sin perjuicio de reconocer que, aunque considero que todos podrían lograr la recuperación del país, algunos están mejor capacitados que otros para hacerlo. Todos, en distinta medida, podrían contribuir a la reconstrucción nacional. Pero el asunto ya no es ese. La verdadera preocupación hoy no es simplemente escoger entre buenos candidatos, ni medir quién tiene más títulos, más experiencia o mejores equipos técnicos. 

El problema de fondo es otro, más urgente y más grave: el país se está deslizando hacia un punto en el que la destrucción institucional, económica y social avanza más rápido de lo que cualquier candidato —por brillante que sea— podría reconstruir si no existe un mínimo de cohesión, propósito común y responsabilidad histórica entre quienes aspiran a gobernar. Todo lo que en la actualidad se halla en inminente peligro de que no se cumpla.

La llegada de Abelardo De la Espriella al partidor electoral, acompañada de una inocultable, mayoritaria y creciente preferencia y fervor popular, descolocó a quienes ya estaban en la competencia. Algo similar paso al interior del Centro Democrático con Miguel Uribe Londoño. Tanto así que —unos más que otros— comenzaron, injustificadamente, a olvidar cuál es el propósito fundamental que todos dicen perseguir, para dedicarse, en mayor o menor medida, a atacar precisamente a quien comparte con ellos ese mismo propósito pero que cuenta con los mayores niveles de preferencia.

Se equivocan, y lo hacen en materia grave. Esto no se trata de sus aspiraciones presidenciales particulares y de darle rienda suelta a sus engrandecidos pero miopes egos . Por la razón que sea, es un hecho que no han logrado conectar —al menos hasta ahora— con el electorado. Están en su derecho de intentar hacerlo, por supuesto, pero no a costa de poner en riesgo la cohesión, ni de fracturar el propósito común, ni de desatender la responsabilidad que, según afirman, es lo que los motiva a todos.

Persistir en el errado camino de intentar destruir —e injustamente— a Abelardo de la Espriella por encabezar las preferencias del electorado anti-petrista no solo producirá el efecto contrario, fortaleciendo su posición, sino que además podría contribuir de manera significativa a que el dañino petrosantismo se perpetúe en el poder. Iván Cepeda, candidato del régimen, no tiene contendor real alguno en la filas gobiernistas. Roy Barreras y Juan Fernando Cristo, sus contendores en la consulta del Frente Amplio, se hallan muy lejos de las preferencias de los electores de esta fusión santo-petrista que gobierna hoy.   

Y todo por una razón tan simple como peligrosa: porque la cohesión, el propósito común y la responsabilidad histórica no se produce en nombre del liderazgo personal de cada uno de aquellos que, insisto, no han logrado conectarse con el electorado como sí lo ha hecho Abelardo de la Espriella e, incluso, Miguel Uribe Londoño.

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Ricardo Felipe Herrera
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