Este año que se encuentra en su “Tocata Final” y se celebraron los Quinientos años de la primera vuelta al mundo, por parte del marino de Guetaria Juan Sebastián Elcano, se aprovecha para mencionar no solo a Cristóbal Colon, sino a Fernando de Magallanes, Andrés de Urdaneta y de refilón al escritor nobel Gabriel García Márquez al cumplir los cuarenta años de su premio, quienes marcaron hitos por demás históricos, razón por la cual aprovecho para presentar este relato corto y suelto amarras e inicio la narración:
La brisa corre alegre entre las calles del Corralito de esa Cartagena de Indias, capital del que fue el último bastión de la España de ultramar, refrescando el horno del ocaso, miro desde mi balcón, el atardecer sobre el horizonte como en aquellos tiempos en los que mi imaginación revoloteaba durante las encantadoras puestas de sol en la mar que avistaba desde el puente del bergantín yendo de una aventura a otra, propia o ajena, de aquellas que escuchaba en las ruidosas tabernas y bares de marinos de todas partes con el olor del ron de las Antillas, del “Tres Esquinas” y del vino de poco valor.
Y pensar que un día el mundo, ese mundo plano, de abismos al final del horizonte, se convirtió en una esfera que hacia posible ir de un lugar a otro sin rehacer el camino, tan solo sorteando los obstáculos de tierra firme y rodeándolos hasta encontrar el paso, ese atajo que tantas veces ha interconectado dos océanos, dos mundos, cientos de culturas y ha desmitificado innumerables leyendas.
Me preguntaba: ¿he intentado seguir las singladuras épicas para entender un poco la magnitud de la hazaña y lo efímero de la gloria, empezando por los viajes de Colón, basados en algún conocimiento secreto o en la intuición de una ruta allende la línea del horizonte, una locura, dijeron muchos en su momento, pero que gran descubrimiento no ha sido producto de la enajenación de unos cuantos y de entregar la vida en ello?
Colón abrió el camino a la era de los descubrimientos sin saberlo, convencido de haber llegado a un lugar inexistente e ignorante de lo inmenso de su hallazgo; él dio la apertura a un nuevo orden mundial, al nacimiento de un nuevo imperio, uno donde no se pondría el sol, pero para ello, se debía acomodar a las reglas de juego, ingleses y franceses en bancarrota luego de décadas de guerras, venecianos empeñados en controlar el comercio del Mediterráneo y tan solo Portugal con su gran ímpetu conquistador y comercial para hacer contrapeso, para reclamar la «mitad del mundo», la fracción de lo conocido como si no existiesen Catay, Cipango y las culturas de la antigüedad, en medio de ambas naciones ibéricas, el papa, un papa español nada imparcial y una bula olvidada, luego un tratado, ese llamado de Tordesillas, aquel que nadie recuerda hoy y que finalmente dividió el mundo, ese mundo recién redondeado a son de mar, de sufrimiento, de desolación y de muertes.
Al releer mis viejas bitácoras, al principio como tarea y después a motu propio, me he encontrado en mis años de capitán joven, dubitativo y confuso en cuanto a la veracidad de los escritos, de las narraciones de los testigos como el lombardo Pigafetta acerca de la primera circunnavegación del orbe, una de las más apasionantes aventuras que ha surgido tres décadas después de los viajes de Colón y de la conciencia de haber «descorrido» un nuevo mundo y después la de Andrés de Urdaneta, quien encontró la ruta del “Tornaviaje” y descubrir la corriente de <Iwo Shiwo> muy al septentrión; que manía la de descubrir lo existente para llenarnos de gloria, así he llamado mi velero, «Gloria», y en el me hice a la mar tantas veces, en el entendí a Colón, a Magallanes, a Elcano, a Urdaneta, me hice su piloto, contramaestre y timonel imaginario, ellos en sus naos, yo en mi bergantín, acariciamos las mismas longitudes, las mismas aguas atorbellinadas, los mismos vientos y chubascos, las mismas vicisitudes y ante todo, los mismos sueños, seguir su estela se convirtió en mi obsesión y en mi leitmotiv.
El viaje de Magallanes tenía tanto de político como de comercial, siendo portugués, debía obtener para la corona de Castilla y Aragón una ruta por el mar del sur hacia las Molucas y sus especias, oro en polvo, en polvo de sazonar literalmente, la mercancía más preciada del siglo XVI, quizás, más que el mismo oro de las Américas que viajaba en galeones hacia la casa de contratación de Sevilla para llenar las arcas de España. Magallanes emprendió la aventura con cinco naos, encontró el paso al sur de las Américas y desvirgó el océano pacifico con la proa de tres de las naves sobrevivientes, para encontrar la muerte casi en las antípodas de donde empezó su vida.
El Guipizcoense Elcano, Juan Sebastián, debió hacerse al mando de un variopinto grupo de marinos del austro y del bóreas, cansados, fatigados y abatidos por el rudo trato que les habían dado ese mar que tanto amaban y respetaban, como los habitantes de aquellas tierras que ya tenían su rey y no necesitaban uno europeo al que ni siquiera llegarían a conocer.
Elcano logra regresar, lo vi llegar siendo yo apenas un crio escuché en las calles a todos hablar de su forzosa expedición, de su valentía, de un arrojo excepcional, de su marinería, fue entonces cuando me propuse al menos seguir su singladura y su andadura en la mar sin pensar en títulos ni en redescubrimientos, por la sola satisfacción de recorrer los mares de sus contingencias y las de Colón y sentir en el alma que nos une el mismo afán de aventura y el amor y respeto por esos mares y los imponentes barcos sucios de piélagos.
El también vasco Urdaneta, quien fue alumno de Elcano, como yo, estuvo casi la década en esas islas de las especias, navegadas y dominadas por los lusos y posteriormente fue a colonizar las Felipinas y a punta de espada y tenacidad logró encontrar la ruta, que permitió arribar nuevamente al virreinato de la Nueva España, arrebatada a los nativos Aztecas. Estamos hablando de ocho lustros después.
Los marinos de siempre y desde siempre, hemos surcado los océanos para navegar en el tiempo y viajar a lo desconocido abandonando todo lo que nos es cómodo en casa para ir tras la aventura, para cabalgar las olas y esperar ansiosos los monstruos del mar para derrotarlos en nuestras apócrifas historias, para enamorarnos de todo lo que no podemos conservar y recordarlo con el alma cada día de nuestras vidas, y parafraseando a «Gabo», para escribir la historia como la recordamos y no como la hemos vivido exactamente, para aprender a respetar las creencias de todos y maravillarnos con lo sencillo y con lo extraordinario para regresar al final de la vida a contar como seniles nuestros recorridos a unos cuantos incrédulos que no se permiten soñar ni fantasear. Son pocos quienes pueden reunir una serie de entelequias interesantes y contar una historia.
Sigo sentado mirando desde mi balcón el atardecer del Caribe, veo naos y galeones, barcos inmensos, cruceros modernos, majestuosos buques de guerra y de nuevo los románticos veleros, el mío, el «Gloria», se une al Elcano con sus enormes velas desplegadas, si, la vida le ha pagado a Juan Sebastián Elcano, dando su nombre a un hermoso goleta bergantín Escuela de la Armada Española, en su cubierta del alcázar me he encontrado con Gabriel García Márquez, «Gabo», le he contado mi historia y la del velero que pisamos, me mira fascinado, él, el rey del Realismo Mágico, se embarca conmigo por un instante cósmico para ver desde las alturas la inmensidad del océano, lo angosto del paso que lleva el nombre de Magallanes, para ver desde el azul del cielo la grandeza del espléndido índigo del mar, de ese mar surcado de trotamundos desde el inicio de los tiempos, que son los herederos y descendientes de aquellos que abrieron el océano y con él el mundo y porque no, las mentes.
García Márquez se ha ido a su mundo mágico a entrevistarse en la eternidad con Colón, Magallanes, Elcano, Urdaneta y de paso con el fantasioso Pigafetta, de soslayo los escucha Drake y Cervantes y en algún momento yo también, levaré anclas, soltaré amarras y largaré lonas de la mano de Caronte como timonel de su barca, atravesando la laguna Estigia, para unirme a esa tripulación mítica en los mares infinitos del Paraíso.