Una incógnita con sombrero de palma

Dicen que por el desayuno se conoce el almuerzo, así que lo que viene para Perú apunta a una sobredosis de populismo chavista, y a ver qué consecuencias trae para el vecino país. Ni Pedro Castillo ni los políticamente cercanos a él se han andado por las ramas a la hora de fijar su rumbo en los primeros pasos del nuevo Gobierno. Y como en política a veces la estética cuenta tanto como la ética, veamos algunas señales.

Antes de la toma de posesión del nuevo presidente peruano, el presidente saliente, Francisco Sagasti, se vio obligado a dejar la banda presidencial, que debería lucir Castillo como símbolo del poder, en una caja a la puerta del Congreso… y marcharse a su casa. Castillo quizá no tuvo nada qué ver con esta grosería y falta de respeto con quien, en circunstancias difíciles y por imperativo de ley, se vio obligado a concluir un mandato presidencial que no buscó. En todo caso, mal comienzo. 

Luego, el nuevo presidente se ciñó la banda presidencial y juró la Constitución sin quitarse el enorme sombrero de palma por el que ya es famoso en el mundo entero. Saludó a todos los dignatarios que asistían a la ceremonia, menos a Iván Duque, tan activo éste en el Grupo de Lima, organización de apoyo a la oposición venezolana, como bien sabemos. Mensaje recibido.

Por cierto, al escudo de Perú bordado en la famosa banda presidencial, Castillo le hizo quitar la palma y el laurel que lo enmarcaban. Dirán ustedes que es una tontería, pero así empezó Hugo Chávez: cambiando el rumbo del caballo blanco que iba en el escudo venezolano de izquierda a derecha. Lo puso a cabalgar de derecha a izquierda que parecía desde el punto de vista ideológico lo más pertinente, y el resto ya lo conocen. 

Significativo también lo del alcalde de Ayacucho, durante la ceremonia simbólica de jura del cargo por parte de Castillo ante el monumento conmemorativo de la batalla que dio la libertad al país, ignorando el nombre, en el saludo a los invitados de honor, a otro conspicuo dirigente del Grupo de Lima, Sebastián Piñera. Nuevamente, mensaje recibido.

Y volviendo a Castillo y la toma de posesión en el Congreso: pudo haberse ahorrado la reprimenda y el sermón contra los conquistadores en el lejano pasado incaico peruano, teniendo entre los invitados al acto a Felipe VI. Al rey español, que asiste a esas ceremonias cada vez más folclóricas de este lado del Atlántico, pero que trata con su presencia de acercar a España a estas tierras, la cosa no debe haberle hecho ninguna gracia, y pocas ganas le deben quedar de repetir la experiencia.

El discurso de Castillo, pleno de promesas y con guiños de populismo como subvenciones a familias vulnerables, estuvo más moderado de lo que en principio se temía; seguramente una estrategia. Prometió no estatizar la economía pero que la banca tendrá ganancias sin usura. Por destacar algo positivo, su compromiso de llevar salud y educación a los peruanos parece de lo más loable.

Anunció que renunciaba a vivir en el palacio de Pizarro, la espectacular mansión de los mandatarios peruanos situada en el centro de Lima, que será convertida en el “Museo de las Culturas”. Según la prensa peruana, ni su mujer conocía esta decisión; que habrá supuesto tranquilidad a doña Lilia Paredes, al no tener que ocuparse, como juiciosa ama de casa que seguramente es, por mantener una residencia tan exigente.

Pero la cereza del pastel y por donde teníamos que haber empezado, es el anuncio de la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que es una piñata que cuando se abre, y más en las actuales circunstancias del país, puede traer todo tipo de sorpresas. 

Como culminación de los fastos patrios, que celebraban los 200 años de independencia y la asunción de un nuevo presidente, Castillo destapó el nombre de su primer ministro, Guido Bellido, congresista por el partido Perú Libre, asiduo tertuliano de la radio boliviana, admirador de Evo Morales, contrario a la minería ¡en un país minero como Perú! y, lo que es más inquietante, estrecho colaborador de Vladimir Cerrón, eminencia gris del partido gubernamental y fundador del mismo; hombre de izquierda radical y, para muchos, la mano que mecerá la cuna del poder en Perú.

Difícil predecir el futuro del país con un presidente tan atípico y fuera de lo normal, pero está claro que no dejará indiferente a nadie. Y que, al terminar su mandato, cosa nada segura en la tradición política peruana, no volverá a ejercer como maestro de escuela rural como hasta ahora. Ni a ordeñar vacas descalzo tampoco, como dicen que hizo hasta en la sorprendente campaña que lo llevó al poder.

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