Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

UNASUR II

Uno de los grandes interrogantes que se le plantea a los formuladores de política exterior es decidir - en función del interés nacional- si el Estado que lideran debe hacer parte, o no, de un proceso de integración, una alianza o un foro internacional. 

Bajo ese entendido, un lector desprevenido que se aproxime a los sistemas de integración americana, encontrará un entramado de organizaciones intergubernamentales como la OEA, el SICA, la CELAC, MERCOSUR, CAN y UNASUR. En suma, una red muy diversa pero poco eficaz para el juego de la diplomacia multilateral. 

Fue en 2004 cuando la declaración de Cuzco dio vida a la Comunidad de Naciones Suramericanas, la cual mutó a UNASUR. En virtud de su tratado constitutivo de 2008, tres años después entró en plena vigencia. 

Para aquel momento sostuve que UNASUR era la plataforma que el Brasil de Lula da Silva utilizaba para promover su interés nacional como interés multilateral-global y que, en consecuencia, era válido preguntarse si nuestros intereses coincidían, o no, con los de Brasilia para secundar este proceso. 

Además de ello, me cuestionaba que sobre el bloque gravitara una fuerte carga ideológica y una obsesión antiestadounidense. Luego, resultaba pertinente preguntarse si eso resultaba conveniente para la Seguridad Democrática. 

Actualmente, el ambiente de la región es en parte parecido no solo porque Lula ha regresado sino porque la tentación autoritaria no ha desaparecido; es más, casos como el colombiano son una realidad tan alarmante como indiscutible. 

Es más, ser Estado-miembro de una organización no puede ser un asunto de ideología, simpatía, o un pretexto más para pasear a nombre del gobierno, según los dictados de la actual política colombiana. Obviamente, el tema va más allá de unas pulsiones desenfrenadas por “vivir sabroso” y por bailar en cuanta esquina encuentre la alta comitiva de Estado, a fin de hacer gala de una gran concepción estratégica de nuestro relacionamiento con el mundo. 

Con respecto de mis sospechas de años atrás, lamentablemente me ratifico y me obliga a preocuparme, aún más, cuando hasta hace poco se perfilaban ciertos “esbozos de una errática política exterior” y que hoy resulta ser algo peor, toda vez que vemos a un gobierno paseando sin un concepto estratégico que explique una serie de maniobras diplomáticas. 

Léase, a manera de ejemplo, “la gran” propuesta de Francia Márquez con respecto de la promoción y enseñanza del suajili​ en Colombia. Dicho esto, pasemos  a otro gran tema. 

Como era de esperar, Lula asumió el liderazgo a fin de relanzar la UNASUR mediante una Cumbre en Brasilia que ha dejado un sinsabor todavía mayor que sus bandazos sobre la guerra en Ucrania. 

El primero en llegar a Planalto fue Maduro quién no visitaba Brasilia desde 2015 para que de manera anticipada coordinarán la rehabilitación de su golpeada imagen y romper con su aislacionismo. Lanzando así una ilusoria propuesta de ingreso a los BRICS y demandando que, como bloque regional, se levanten las sanciones cuya motivación obedece simplemente a que no gustan de Venezuela.

Un asiduo espectador del plano mundial, fácilmente encontrará en este episodio una analogía geopolítica con el caso de Bashar al-Ásad al interior de la Liga Árabe que en tuvo lugar recientemente en Jeddha. 

Si la presencia de Maduro de suyo generaba una serie de reacciones en la ya polarizada opinión pública brasileña, su apasionada defensa cayó muy mal en casi todos los sectores políticos dado que las palabras de Lula no se corresponden con que Venezuela ocupe el lugar 177 en cuanto a índice de corrupción (Trasparencia Internacional), el 159 en libertad de prensa (Reporteros Sin Fronteras) y el 147 en materia democrática (The Economist).

La narrativa anti-venezolana, según Lula, contrasta además con la deuda que tiene con el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) que asciende a una suma de 800 millones dólares, es decir, dinero de los brasileños que el “caloteiro” de Maduro se ha negado a pagar alegando las nulas relaciones con Bolsonaro. 

Lula acierta en cerrar el “hueco brasileño” (palabras de Celso Amorin), pues, los 20.000 inmigrantes sin asistencia consular y los 2.200 Kms de fronteras obligan obviamente a tener un canal diplomático abierto; pero esto no lo faculta a contravenir los hechos y lesionar valores como los DH´s, la democracia y la trasparencia. Más que justificadas las reacciones de Lacalle Pou y Boric. 

La Cumbre en Brasilia deja muchas dudas, verbigracia, la iniciativa de la unidad monetaria en tanto que las economías suramericanas son tan asimétricas (Guyana-Chile) como disímiles en políticas monetarias (Ecuador-Uruguay). Sumado a ello, las profundas crisis fiscales (Argentina-Venezuela) son factores que permiten dudar sobre la viabilidad de dicha propuesta. 

Al final de todo esto, ¿Lula logrará el relanzamiento de UNASUR?, ¿su defensa a Maduro le permitirá conservar un liderazgo creíble?, ¿estamos ante otro club ideológico y antiestadounidense?, ¿el desagravio a Maduro fue consultado previamente con las cancillerías de la región?, ¿Petro no está relegado por Lula en el empeño por rehabilitar a Maduro?, ¿Lula no debería articular mejor sus tácticas regionales (UNASUR) con sus objetivos estratégicos globales (BRICS)?

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