¿Virus o salvación?

El afán de triunfo ha impulsado a los seres humanos de las últimas cinco generaciones a caer en una ansiedad permanente, en la zozobra, en el miedo generalizado a no alcanzar las metas y propósitos y, en el caso de los más pobres, a no conseguir para suplir sus necesidades básicas diarias.

La batalla por el “brillo”, el dinero  y el reconocimiento, librada en la era del capitalismo  sin alma que gobierna el mundo, condujo al ser humano a una guerra contra él mismo, contra los demás, contra los animales, contra el oxígeno, contra el planeta y contra el universo en general. Todos contra todos, una competencia verdaderamente agotadora y estéril.

Esa necesidad de éxito nos volvió seres egoístas, inhumanos, crueles, insensibles, organismos a los que la Tierra y la naturaleza hoy desprecia y ataca. “Esto es sólo el comienzo”, como dijo el gran científico James Lovelock, en su magistral obra La venganza de la Tierra, en la que describe no solo el daño que le hemos infringido al planeta, sino la respuesta contundente y ejemplarizante de la madre Tierra a todos los abusos.

Antes de la pandemia y en un mundo aparentemente normal para el hombre, así era en términos generales nuestro diario vivir: 

-Guerras y matanzas en todo el planeta.

-Miles de personas muriendo diariamente de hambre.

-70% de la población sumida en la pobreza.

-Ciudades totalmente colapsadas a nivel de transporte: trancones por doquier.

-Aire contaminado al tope, con niveles de polución y CO2 nunca antes vistos; se hacía tan crítica la situación que, en muchas partes, solo con máscaras y tapabocas se podía salir a la calle.

-Familias totalmente fracturadas, cada uno de sus integrantes en su mundo y a su ritmo, sin compartir e interactuar entre ellos: la soledad era la agonía que acompañaba de cerca a muchos.

-Confrontación política, religiosa, comercial y familiar, a toda hora y en todo momento.

-Madres que por siempre han sido la base de la unidad familiar, dedicadas a producir recursos para completar el sustento del hogar, con la gravísima consecuencia de abandonar obligadas por las circunstancias a la familia. El resultado: hogares desechos, niños e hijos carentes de amor y atención, lo que indefectiblemente conduce a problemas terribles en la adultez, como lo son la drogadicción, el alcoholismo, traumas de todo tipo y demás desastres que le ocurren al ser humano cuando no recibe la respectiva y necesaria dosis de cariño. 

La lista de desgracias es inagotable. Necesitaría mucho más espacio para enumerarlas. Así estábamos antes; pero, en la era del Coronavirus, todo cambió y para bien:

- Se minimizaron las guerras y los conflictos en todo el mundo.

-Hoy, a pesar de la escasez de alimentos, estamos repartiendo mejor la comida y llevando mercados y ayudas a los que más lo necesitan. Esa pobre gente siempre ha tenido hambre; la diferencia es que ahora, los gobiernos del mundo y sus sociedades están invirtiendo muchos más recursos para combatirla, lo cual permite paliar la pobreza extrema.

-No hay trancones ni contaminación en ninguna parte del mundo.

-La familia y los hogares volvieron a ser la prioridad. La madre retornó al hogar a poner orden y dar amor, y se está de verdad formando bien a nuestras familias y sociedad. Recordemos que el mayor y mejor motor de resocialización del ser humano es la mamá, la esposa, la hija, y ellas están ahora en casa dando lo mejor que tienen: amor y comprensión (por si las moscas: no soy machista y no estoy diciendo que las mujeres no puedan cumplir otros roles). 

-Las muertes violentas en el mundo bajaron ostensiblemente.

-El aire, los mares y los ríos volvieron a ser limpios y los animales silvestres se pasean por las calles vacías de los hombres.

Lo más inquietante y complejo de la pandemia es la necesidad que tiene la gente por encontrar la respuesta a lo que viene, a lo que va a pasar, al modo en que terminará todo, y a cuándo se superará la crisis provocada en el mundo por el Coronavirus.

No debemos mirar hacia atrás con nostalgia: lo que nos ha quitado el Coronavirus es lo malo; debemos más bien, pensar en la reconstrucción del mundo, que debe ser priorizada en las personas y no en las cosas. Ya basta de seguir presentándonos para el teatro macabro del que éramos actores secundarios. Esa manera de ver el mundo y proceder llegó a su fin: de haber seguido así, estábamos llamados a desaparecer. 

Estamos frente a una nueva oportunidad que nos da la vida y la naturaleza de reinventarnos como sociedad y personas, para trascender en debida forma, impulsando una economía más humana, en la que la salud, la educación, la política, y la justicia, no sean un negocio, sino un compromiso de corazón que transforme vidas.

Quien no entienda que debemos evolucionar es un imbécil por antonomasia, y, para eso al igual que para el Coronavirus, no se ha inventado la cura.

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