Alexander Velásquez

Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha trabajado como reportero para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana y El Tiempo. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Cree en la vida después de la muerte, uno de sus temas favoritos. La lectura y caminar una hora diaria mientras escucha podcast son sus pasatiempos favoritos. Escribe su segunda novela.

Alexander Velásquez

Yo debería estar muerto

El día más feliz de mi vida –además de las cuatro veces en que fui papá y el día en que me graduaron de abuelo- ocurrió un sábado cuando el médico me dijo que yo era una bomba de tiempo con el colesterol y los triglicéridos en la estratosfera. Los primeros casi marcaban 300 y los segundos 400. 

No tenía la menor idea de lo que significaban esos números, pero el orden de los factores no alteró el pronóstico:  era candidato a un infarto fulminante que me expulsaría de este mundo a la velocidad de un cohete ruso. Ante la inminencia de una muerte prematura (tenía 40 años entonces), debí replantearme todas las malas costumbres… la lista era laaarrrrrga. Comía en la calle, cualquier cosa y a deshoras; abusaba de las grasas, el cigarrillo y el licor. Consumía los alimentos sin la conciencia de disfrutarlos y encima de todo era un sedentario empedernido. En pocas palabras, me enfrentaba a una posible muerte pendeja por no querer ni respetar mi cuerpo.  Esa fue la primera lección de vida: amor propio.  Nadie lo podía cuidar por mí. 

–Coges juicio  o te jodes, pensé. 

El día más feliz de mi vida debí pedalear sobre una bicicleta con unos aparatos conectados al pecho en el área del corazón.  Me encontraba en una feria de la salud llamada Expo Vida. Cuando el médico vio los resultados de la prueba de esfuerzo, me consoló con pesar: 

-Por fuera luce joven para su edad, pero por dentro parece un señor de 80 años lleno de achaques.

Lo de que soy come-años no era nuevo para mí. Con frecuencia me aplican el dicho famoso: “vaca chiquita siempre es ternero”. Este refrán da a entender que una persona, por más años que tenga, siempre aparenta menos si es bajita. Mido 1.68. 

Con la noticia, me sentí con un píe en la tumba y con la mano escribiendo instrucciones por si moría. 

-Apenas está captando el 20% del oxígeno, agregó el galeno.

Luego intervine yo: 

-Oye, si no cambias tu estilo de vida morirás sin conocer el Metro de Bogotá, me regañé. 

Aprendí a usar internet para informarme sobre hábitos saludables. Comprendí que hay colesterol bueno y colesterol malo, y le hice un campito en mi estómago a las verduras.  Eliminé jugos industriales, gaseosas y comida chatarra;  reemplacé esos venenos por frutas y agua. 

- "Cuando tengas un antojo de papas a la francesa, pela tú mismo las papas y fríelas en una freidora sin aceite”, me aconsejó el doctor Iván Darío Escobar. Él era entonces el presidente de la Fundación Colombiana de Obesidad y ahora lidera la Red Colombiana de Actividad Física, REDCOLA​F. 

Cuando no llueve camino ocho mil pasos diarios (a veces más) y he comprobado que las mejores ideas llegan al caminar. 

Cambié porque anhelaba ver crecer a mis hijos y tenía que ser responsable con mis obligaciones de papá. No merecían quedar huérfanos tan chiquitos.  

Llevo diez años ejercitándome, a veces de manera intensa, a veces de forma moderada. Pero no dejo de moverme. Un reloj inteligente me avisa para que haga pausas activas cuando llevo mucho tiempo sentado. Cada día camino una hora a buen ritmo (como si me llevaran de prisa) o troto en ciertos trayectos. Conectado a mis audífonos escucho mis pódcast favoritos. No es por dármelas  pero perdí la cuenta de las novelas clásicas que he escuchado en audio libros gratuitos. Cuando quieran les recomiendo unos muy buenos. Ahora mismo me estoy enterando de las infidelidades de Madame Bovary. 

Antes de que detectaran un daño congénito en mi cadera, saltaba lazo durante diez minutos porque así se queman las mismas calorías que si uno corre media hora.

Leí el libro de Haruki Murakami “De qué hablo cuando hablo de correr”, donde el escritor japonés -candidato al Premio Nobel- cuenta cómo superó su adicción al cigarrillo. Se fumaba 60 en un día… ¡dos cajetillas! Debo confesar que yo seguía fumando cuando empecé a ejercitarme. La ansiedad me dominaba, me dejaba agobiar por los problemas.

Mi cuerpo, la ropa y el ambiente alrededor apestaban a nicotina; era de los que prendía un cigarrillo con el que apagaba. En las fiestas recogía las colillas cuando no había más. Compraba plantas para la sala  y las asesinaba  con mi humo, mientras yo iba muriendo lentamente, como en la canción de Lucho Cuadros y Calixto Ochoa.

“Mi juventud se acaba / hoy tan solo soy un desecho / un desecho pues mi alma se murió”. Más o menos así me sentía tras veinte años de mala vida. 

Me levantaba con los ojos pesados y sin ganas de empezar el día.  Como si no hubiera dormido, sabiendo que dormía  siete, ocho o nueve horas. 

La actividad física y el tiempo  curaron  la ansiedad. Fue como si la química de mi cerebro volviera al estado normal, es decir a los 19 años, que en ese tiempo fumé por primera vez. 

-Fúmese uno para el frío, me dijo un compañero de la universidad. 

¡Qué pendejo fui! No lo hagan, es una trampa. Como el sedentarismo, que es tan dañino como fumar.

Llevo más de dos años liberado del maldito vicio. Duermo bien. El día que no hago ejercicio me chiflo​. ​Es tan vital como respirar, leer y pasar los viernes con mi nieta. Ya no tengo esa horrible barriga ​siempre a punto de estallar. 

Con el ímpetu del que ama la vida porque la vida es bella, en 2011 compré sudadera y zapatillas de running.  Me sacaron la leche el primer día en el gimnasio. Por poco veo a Dios. La prueba irrefutable de que mis pulmones y mi corazón estaban en la inmunda.  

Me fui adaptando, yendo a mi propio ritmo,  hasta ganar condición física. El ejercicio se convirtió en mi nueva religión y la soledad en mi compinche. Como Murakami “soy de esos a los que nos les produce tanto sufrimiento el hecho de estar solos”. Necesitamos más tiempo con nosotros mismos. Volverse egoístas para cultivar nuestras pasiones y aficiones. 

Yo debería estar muerto pero soy un sobreviviente de los excesos cuando fui joven y bello. Cumpliré 51 años pero me siento de 20.  ¡Me gusta estar vivo! 

Recórcholis: El 6 de abril Colombia celebra el Día Mundial de la Actividad Física: https://www.redcolaf.org/ 

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Alexander Velásquez
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