Desapego: mi camino de soltar para ser libre

Mié, 19/11/2025 - 09:16
Desapegar ha sido, quizá, una de las decisiones más difíciles de mi camino espiritual.
Créditos:
Cortesía A Chosen Soul

Durante años me aferré a cosas, personas, ideas y roles como si la vida dependiera de ello.

Me aferré a amores que ya no respiraban,

a identidades que ya no encajaban,

a recuerdos que solo herían,

a éxitos que ya no me llenaban,

a un control obsesivo que disfrazaba mi fragilidad.

Llamaba a eso “necesidad”.

Hoy lo llamo por su nombre verdadero: miedo.

Miedo a soltar.

Miedo a perder.

Miedo a enfrentar el vacío que había debajo de mis máscaras.

Miedo a quedarme a solas con mis heridas.

En esa época pensaba que aferrarme me salvaría.

Hoy sé que me estaba perdiendo lentamente.

Las heridas que dirigían mi vida sin que yo lo supiera.

No fue fácil entender que mis apegos tenían raíces profundas.

Cada uno estaba conectado a una herida antigua, de esas que uno cree enterradas, pero siguen vivas bajo la piel.

Heridas de infancia,

silencios que marcaron,

ausencias que duelen cuando uno crece,

momentos en los que no me sentí suficiente para nadie.

Y debajo de todas esas capas había una herida más profunda:
la idea —nunca dicha en voz alta—

de no ser digno del amor de Dios.

Ese sentimiento silencioso me empujó a buscar afuera lo que creía que adentro no existía: cariño, aprobación, éxito, intensidad, conquista, reconocimiento, placer.

Intenté llenar mi alma con cosas que nunca pudieron lograrlo.

La psicología me ayudó a entender el daño.

La espiritualidad me ayudó a sanarlo.

Ambas fueron necesarias para no seguir huyendo de mí mismo.

Hubo un día en que el personaje que yo mismo había creado ya no pudo sostenerme. Ese personaje fuerte, espiritual, brillante, seguro, exitoso…
era solo una forma de no mostrar la vulnerabilidad que me quemaba por dentro.

Durante años creí que yo era ese personaje.

Pero cuando una madrugada se rompió, descubrí algo más real:

Yo también tenía miedo.

Yo también tenía heridas.

Yo también estaba cansado.

Y esa verdad, lejos de avergonzarme, me liberó.

Fue entonces cuando me pregunté:

¿Quién soy yo sin mis máscaras?

La respuesta dolió.

Pero al mismo tiempo me abrió una puerta que llevaba años cerrada.

En ese espacio desnudo de mi alma, pude escuchar a Dios por primera vez sin ruido, y sentir a Jesús no como idea, sino como presencia y también como experiencia íntima de revelación interior.

Soltar: el acto que me devolvió el sentido de vida

Konciencia
Créditos:
Cortesía Aaron Burden

Desapegar ha sido, quizá, una de las decisiones más difíciles de mi camino espiritual.

Soltar relaciones que ya no tenían alma.

Soltar rutinas que me encadenaban.

Soltar roles que me agotaban.

Soltar historias que no me pertenecían.

Soltar la obsesión por controlar lo incontrolable.

Soltar dolió.

Pero dolía más quedarme donde ya no crecía.

Me di cuenta de que soltar no es perder:

es dejar que la verdad respire.

Es volver a mí.

Es ser honesto.

Es abrir espacio para lo que realmente me corresponde.

Cuando ya no pude más, me rendí en manos de Dios.

Llegó un momento en el que mis fuerzas se agotaron.

El control dejó de funcionar.

Mis estrategias se deshicieron.

Mi orgullo se quebró.

Y fue ahí, en ese derrumbe íntimo, donde ocurrió algo que cambió mi historia:

me abandoné en Dios.

No hablo de un abandono triste,

hablo de una entrega luminosa: un dejar ir que no nace del miedo, sino de la confianza.

Le dije: “Hasta aquí llego yo. Lo que no puedo sostener, tómalo Tú.”

Y Él lo tomó.

A su manera.

A su tiempo.

Con una delicadeza que todavía me sorprende.

Ese día entendí la promesa más profunda del Evangelio:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar.”
(Mateo 11:28).

No fue sugestión o fanatismo religioso,

fue un descanso real, profundo y sanador.

Y cuando ya no sabía cómo seguir,

escuché esta verdad viva en mi propia piel:

“Mi gracia te basta, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
(2 Corintios 12:9).

Mi debilidad dejó de ser vergüenza y se convirtió en puente, en recipiente limpio que fue lavado por el dolor y el vacío que deja el ego enfermo.

Cuando descubrí mi esencia, supe que el alma es real.

Todo lo externo ha cambiado en mi vida.

Personas que amé ya no caminan conmigo.

Roles que me definieron ya no me representan.

Ciclos completos se cerraron.

Versiones antiguas de mí murieron en silencio.

Pero algo permaneció:

ese núcleo espiritual donde Dios habla,

donde Jesús acompaña,

donde el alma sabe quién es.

Ese centro no se mueve con los temblores de la vida.

Ese es mi verdadero hogar.

Desde ahí entendí que puedo perder mucho sin perderme a mí mismo.

Desde ahí descubrí que el desapego no rompe: libera.

Y que la libertad interior es la forma más alta de amor propio.

Reflexiones para quienes viven cansados de sí mismos

Konciencia
Créditos:
Cortesía Lilianas

Conozco el cansancio de manipular para no sentir.

El cansancio de pretender para no llorar.

El cansancio de controlar para no quebrarse.

El cansancio de consumir para no confrontar el vacío.

Sé lo que es estar atrapado en adicciones,

en codependencias,

en relaciones tóxicas,

en depresiones silenciosas,

en obsesiones que destruyen el alma.

Por eso, te hablo desde mi verdad:

nadie está obligado a seguir viviendo así.

El día que dejé de huir de mí mismo,

algo en mí renació.

Y para recordarlo, guardo estas tres epifanías que aprendí de mi noche oscura del alma:

La libertad comienza cuando dices la verdad.

Lo que entregas a Dios deja de destruirte.

Nada llena más que lo auténtico… y lo auténtico nunca traiciona tu alma.

El cuerpo siendo una unidad biológica vital necesita alimentarse del espíritu y esta conexión comienza soltando el ego y abrazando la humildad y la vulnerabilidad de un nuevo corazón orientado hacia el servicio a los demás.

Hoy vivo distinto.

Más ligero.

Más honesto.

Más consciente.

Más libre.

Más cerca de Dios.

Más abrazado por Jesús.

Y más cercano a mi propia esencia.

He aprendido que la vida no se trata de retener,

sino de confiar.

No de controlar,

sino de escuchar.

No de poseer,

sino de fluir.

Y si debo resumir mi camino en una sola imagen, es esta:

La felicidad empieza cuando dejo de cargar lo que no es mío:

el desapego me da alas, el equipaje ligero me devuelve la alegría del camino,
y el abandono en Dios abre esa paz interior donde, por fin, mi alma sana y descansa. Ahora sé que soy amado por un poder superior a mi ego y esa certeza me quita la ansiedad sobre el futuro, me produce felicidad en el presente y me reconcilia con mi pasado.

Creado Por
Armando Martí
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