En mi transitar por los caminos del mundo, mi inclinación ha sido la de buscar respuestas sobre el ¿por qué? y el ¿para qué? del propósito de la vida. En esta exploración he conocido admirables seres humanos que con su sencillez, experiencia y sabiduría aportaron invaluables semillas en mi sendero de transformación personal y espiritual.
De ellos aprendí que, para alcanzar la conexión con nuestro Creador, es fundamental aceptarnos tal y como somos, integrando el instinto, la inteligencia, la voluntad y la intuición, ya que, el Dios del entendimiento de cada uno, nos acepta desde cualquiera de nuestras divergencias, errores, vulnerabilidades, dones y talentos.
La brújula implantada en mi corazón por mi Poder Superior, ha sido la de la oración y la meditación, que al practicarlas me ayudaron a comprender los lazos sagrados entre la naturaleza, el hombre y lo divino, cuya división auspiciada por la intolerancia de prejuicios sociales, ideologías inflexibles y algunas corrientes religiosas, han generado una gran desarmonía planetaria.
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La paz y el sosiego interior no provienen de la mente, es una gracia que se logra a través de un proceso disciplinado y comprometido, orientado hacia el bienestar integral de nosotros mismos.
Esta fuerza proviene del poder de la oración. Hoy, quiero compartir con ustedes algunas interesantes reflexiones en torno a la oración como camino hacia el encuentro de la paz interior.
En encuentro con la oración
El término católico de “oración” proviene del sustantivo latino oratio, que significa habla, discurso y lenguaje.
Precisamente la oración es un encuentro, un diálogo íntimo, cara a cara con Dios mediante la fe, junto con una capacidad de silencio interior y exterior, sobriedad y actitud de escucha, es decir, de la escucha a la fe, de la fe al conocimiento de Dios y del conocimiento al amor en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Por lo tanto, la oración es aprender a descubrir la presencia de la trinidad en el interior de cada ser humano, como un alimento que nutre el alma.
Una de las condiciones para que esto sea posible, es la práctica del recogimiento en el sentido de buscar un espacio tranquilo y seguro, disponer de un tiempo específico durante el día, evitar las distracciones de la mente saturada de información, tecnología, imágenes del celular, compromisos y responsabilidades, con el propósito de alcanzar un sosiego y serenidad interior, abriendo las puertas de la confianza, la sinceridad y la perseverancia, necesarias en el momento de entablar una conversación con nuestro Poder Superior.
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Más allá de buscar la obtención de beneficios, satisfacciones y complacencias, la oración es un momento de conexión intensa y trascendente con Dios, que fortalece los vínculos de la esperanza, la fe y el amor.
Un lazo filial entre un hijo que, en los momentos de dolor y desesperación, como en los de alegría y gratitud, durante el trabajo o en el descanso, se dirige con sencillez a su Padre para colocar en sus manos los afanes de la vida, con la seguridad de encontrar en Él comprensión y acogimiento.
El poder de la oración
Existen diferentes formas de oración. Por ejemplo, la acción de gracias, es un reconocimiento de todo lo recibido por parte de Dios, de su magnificencia, misericordia y presencia, sin importar el éxito o la adversidad en cada una de las situaciones, pues la vida es paradójica, llena de enseñanzas en el camino de la existencia.
Mientras que la alabanza, es una parte esencial dentro de la oración, ya que, permite reconocer y proclamar la grandeza de Dios, su infinita perfección, bondad y amor, para con nosotros y la humanidad. Un reconocimiento no sólo intelectual sino también existencial que, a pesar de nuestra pequeñez, Él permanece constantemente en nosotros y en toda su creación, sin excepción alguna.
Ahora bien, hay maneras de llevar a cabo la oración, como entablar un diálogo sincero desde la consciencia y la fe con Dios, expresando las intenciones del corazón por medio de la lectura de algunos pasajes de la biblia u otros textos.
Por otra parte, la meditación implica orientar el pensamiento, las emociones o una realidad concreta hacia Dios, para entender cómo se manifiesta y su modo de proceder, identificando la voluntad del Creador.
Por último, la oración contemplativa conduce a una comunicación entre el ser humano y Dios mucho más personal, donde fluye una cercanía amorosa, directa y familiar, incluso sobrepasando las palabras y trascendiendo toda realidad, hasta alcanzar una verdad suave y transformadora, pues Jesús es nuestro amigo que nos enseña a no competir o ganar, sino a compartir y ayudar.
Entonces para iniciar la oración, lo primero es calmarse y descongestionar la mente de las preocupaciones, relajando el cuerpo y respirando lenta, pero profundamente. La idea es no apresurarse por nada. Generalmente en algunas iglesias, sinagogas y templos antiguos, está escrita la siguiente advertencia: “Cae en cuenta delante de quién estás”.
Es así como la persona, se vuelve consciente de la presencia divina con quien humildemente va a entablar un diálogo desde la fe, la esperanza y la caridad, ese “Alguien” que realmente escucha porque sencillamente ama sin condiciones. Es normal sentir como empiezan a surgir dudas, dificultades, ansiedades y confrontaciones, que pueden impedir la sintonía adecuada con la presencia divina. Déjalos pasar, pues más allá de todo, está Jesús que es Dios y se hizo hombre por los hombres.
Es verdad que al orar, estamos delante del “invisible” pero también, el Espíritu de Dios, está dentro de cada uno de nosotros: “ayúdate que Dios te ayudará”.
Al finalizar la oración, se hace un pequeño coloquio, es decir, un resumen donde la persona se dirige una vez más a Dios, manifestando su confianza, amor y alegría, pidiendo perdón por sus faltas y encomendándole sus penas y buena intención.
Recordemos que la oración es el escudo para vencer el miedo y la incertidumbre.
La amorosa consciencia y confiada certeza en la existencia de un Poder Superior a nuestro ego, que cuida por el bienestar de cada ser humano, guiando nuestra vida desde la esperanza del corazón humilde. Por eso, la fe crítica es aquella que resiste cualquier ángulo de observación y examen, siendo la más poderosa y humilde, pues estos son los requisitos de la verdadera sabiduría.