Érase una vez una muchacha, de nombre Nadia, cuya belleza atraía a todos los hombres que la conocían; sin embargo y aun a pesar de ellos, se encontraba turbada y sola. Sucedía que Nadia, tras las primeras alegrías del encuentro con sus encantadoras parejas, no tardaba en encontrarles defectos tan evidentes que decidía postergar la propia entrega definitiva que ella ansiaba.
Y así pasaba el tiempo en que Nadia, por una u otra razón, no lograba satisfacer su deseo más ferviente: crear una familia feliz y disfrutarla.
Tanto sus padres como sus propias amistades habían celebrado grandes festejos para apoyar su amor con algunos pretendientes, pero ella, al poco tiempo de tratarlos sentía cómo su amor se marchitaba para seguir anhelando su ideal de pareja perfecta.
Algunas personas le decían que ello no dependía tanto de las cualidades de sus parejas, sino que el problema estaba en ella. Sin embargo, Nadia no podía creerlo, ya que los defectos que acababa viendo en sus posibles compañeros eran tan evidentes que, cualquier paso adelante, significaría forzar demasiado las cosas.
Un día oyó hablar de un sabio que, según se decía, a todos conmovía por el consejo y lucidez que encerraban sus palabras. Aquella noche, Nadia, sin poder dormir, decidió acudir a su presencia e interpelarle sobre su problema. “Tal vez – se decía – me pondrá en el camino de ese hombre ideal con el que sueño”.
A la mañana siguiente llegó hasta él y, tras exponerle su mala suerte, le dijo:
- Necesito encontrar la pareja perfecta; se dice que vuestras palabras son sabias, y yo, tras muchos intentos frustrados anhelo una solución. ¿Qué podéis decirme? Supongo que una persona de vuestra fama y cultura, sin duda habrá encontrado la pareja perfecta.
Aquel anciano, mirando con un brillo intenso en sus ojos, le dijo:
- Bueno, te contaré mi historia. A decir verdad, pasé también mi juventud buscando a la mujer perfecta. En Egipto, a orillas del Nilo, encontré a una mujer bella e inteligente, con ojos verde jade, pero desgraciadamente pronto me di cuenta de que era muy inconstante y egoísta. A continuación, viví en Persia y allí conocí a una mujer que tenía un alma buena y generosa, pero no teníamos aficiones en común. Y así, una mujer tras otra. Al principio de conocerlas me parecía haber logrado el “gran encuentro”, pero pasado un tiempo descubría que faltaba algo que mi alma anhelaba.
Entre una y otra fueron transcurriendo los años hasta que, de pronto, un día … - dijo el anciano, haciendo una emocionada pausa – la resplandeciente y bella. Allí estaba la mujer que yo había buscado durante toda mi vida… Era inteligente, atractiva, generosa y amable. Lo teníamos todo en común.
- ¿Y qué pasó?, ¿te casaste con ella? – replicó entusiasmada la joven.
- Bueno… - contestó el anciano – es algo muy paradójico … La unión no pudo llevarse a cabo.
- ¿Por qué? , ¿por qué? – preguntó incrédula la muchacha.
- Porque al parecer – Le contestó el anciano, con un gran brillo en sus ojos - …
Ella buscaba la pareja perfecta
“La pareja perfecta” en la voz del Terapeuta y Coach de Vida Armando Martí© (una adaptación del libro Cuentos para aprender a aprender de José María Doria), para la sección Konciencia de KienyKe.com. Escúchalo, disfrútalo y compártelo:
Reflexiones
Para las personas de modalidad avanzada la relación se basa en el crecimiento integral. Es por ello por lo que mientras sienten que sus almas crecen y evolucionan consideran a su pareja como perfecta. Sin embargo, si llega el momento en que, tras múltiples síntomas, constatan estancamiento e incapacidad para hacer evolucionar sus vidas, muchas parejas terminan por comprender que cada uno debe seguir su camino, celebrando con gratitud y perdón el trecho compartido.
Es evidente que en estos casos no se termina la relación por cuestiones psicológicas de inmadurez o por no haber aprendido suficientemente “la lección”, sino simplemente porque de la misma forma que acaba un libro o un viaje, o bien una carrera, también puede acabar un proceso vital de “aprendizaje a dos”.
En los primeros y juveniles pasos de la relación lo que se busca es encontrar simplemente alguien atractivo y responsable para crear una familia. Pero con el paso del tiempo, si la relación termina y la persona se abre a una nueva oportunidad, lo que entonces se desea con mayor madurez es aprender y desarrollarse. En este caso, la motivación de la futura unión ya no estará enfocada en las aptitudes idóneas para la creación del grupo familiar, sino en la recreación de un yo profundo consciente y evolucionado. La persona entonces buscará alguien con quien crecer integralmente y casualmente se sentirá atraída por un ser con un nivel afín en la apertura de conciencia, es decir, una unión amorosa espiritual.