El vacío es uno de los sentimientos humanos más difíciles de soportar. Quienes experimentan el vacío emocional se sienten abandonados, solos y sin conexión interior, perdiendo además su vocación para realizarse en la vida.
Recuerdo que en mi niñez nunca me sentía satisfecho con casi nada. Dentro de mí, existía una necesidad de amor, aprobación y atención muy fuerte. Mis padres me complacían en muchos aspectos afectivos y materiales, pero yo les exigía más y más cosas. A veces me sentía como un barril sin fondo que nunca se llenaba.
Ese vacío, causado en parte por situaciones propias de una familia disfuncional a la cual tampoco entendía me acompañó durante toda mi adolescencia. Ya de adulto, trabajaba y estudiaba en exceso para ahogar mis tristezas, sintiéndome superior a todos.
Además, satisfacía mis necesidades de diversas maneras como comiendo en demasía con el fin de sentirme “lleno” de alimentos o gastando de forma impulsiva el dinero que con mucho esfuerzo ganaba en compras innecesarias, alardeando sobre mi supuesto poder de adquisición. Pero, mi mayor energía era empleada en la búsqueda romántica de parejas muy conflictivas e igual de inmaduras y confundidas que yo, para seguir extendiendo el dolor de mi maltratado mundo interior. Con ellas competía o me convertía en su terapeuta y salvador, con el propósito de sentirme “amado” y aprobado, entregando hasta mi individualidad en sus indecisas e inseguras manos.
No obstante, esta relación enmarcada en la pasión y el sexo, tarde o temprano fracasaba. Sin duda, esta situación comprobaba que yo tenía razón: no era merecedor de dar ni de recibir un amor sano. Con el tiempo pude entender, que lo que en verdad quería era culparlas por mis fracasos y esconder mi incapacidad a través de la justificación y la negación de mis variados defectos de carácter. Entonces, de nuevo caía en la trampa inventada por mi ego enfermo y volvía a sentir el vacío afectivo. El error que tercamente repetía era creer que alguien o algo externo, sería la solución para mis problemas de insatisfacción. Este espejismo me llevaba a continuar proyectando mi felicidad en las opiniones de los demás.
Afortunadamente, logré comprender que la felicidad es parte de mi tarea interna. Por eso, trabajar en un proceso consciente, libre de soluciones mágicas o gurús de moda, es lo más adecuado para descubrir de fondo los conflictos internos que me afectaban con el fin de liberarme de tanta culpa innecesaria y vergüenza inmerecida que soporté durante muchos años. De este modo, cuando dejé de huir de mí mismo, pude confrontar y superar algunos de mis traumas contenidos en mi mente. Por fortuna, hoy comprendo que soy directamente responsable de mi bienestar emocional, mi salud integral y mi paz personal.
Más allá de todos estos condicionamientos sociales, culturales y psicológicos, existen otros niveles llenos de amor espontáneo y sin condiciones, los cuales desde hace un tiempo he venido experimentando. Es una sencilla pero maravillosa conexión con el universo, en donde he encontrado todo lo que necesito para sentirme en armonía con la vida a pesar de todas sus vicisitudes y desengaños. Esta cálida y estrecha relación se basa en la amistad y la confianza con el Creador.
Me doy cuenta de que Dios no es el padre del miedo, ya que nos invita a entregarle todos nuestros defectos, penas y amarguras para dejar descansar a nuestra alma de tantos pesados secretos, vanas apariencias e inútiles mentiras. Él tampoco nos castiga ni amenaza, debido a que somos su creación, por eso, nunca nos humilla, critica, enoja y mucho menos nos rechaza, pues en realidad Dios es puro amor y compasión. Esta certeza me basta para llenar cualquier vacío en la vida.
Por: Armando Martí