¿Jugar al fútbol con las manos sin ser arquero? Llevar la fuerza de los brazos a un terreno donde el árbitro no pueda hacer nada para impedir una embestida, los encontronazos entre jugadores no sean sancionados por el juez, sino alentados, una actividad donde las heridas no signifiquen juego desleal, más bien sinónimo de honor, valentía y gallardía. Así empezó el fútbol, de la mano de un deporte salvaje, que no duraría para siempre.
El divorcio iba a ser inevitable, pero algún día combatieron juntos. Fútbol y rugby, tal cual hermanos, se enfrentaron a la opulencia medieval y renacentista, sobreviviendo de manera clandestina hasta que les llegó el momento de sobresalir. Como muestra de virilidad, el fútbol de carnaval como alguna vez se llamaron en conjunto, era más parecido al rugby moderno que a lo que hoy conocemos como fútbol o balompié.
El alma del carnaval
Un juego sin cuartel. El uniforme era la piel ensangrentada de los plebeyos de Inglaterra o de los lacayos de Florencia. En el caso italiano, el carnaval era la excusa perfecta para desafiar a la burocracia, que se adjudicaba el invento de este deporte, mientras que el pueblo lo reclamaba como suyo. El enfrentamiento, que amenazaba con la sublevación divina, fue denigrado por la propia iglesia católica, que lo obligó a esconderse.
El fervor en Inglaterra nunca se redujo. En los suburbios, adyacencias, canales o desagües, el espíritu de aquel deporte con los pies se mantenía intacto. Era el escape de un pueblo sometido por la nobleza, y luego por las maquinas cuando la revolución industrial hizo su irrupción. El precursor de este odio fue Eduardo II, Rey de Inglaterra. En alianza con el clero, la pelota era vehículo de demonios, según el monarca y la iglesia. Sus descendientes mantuvieron la postura.
Enrique V y Enrique VIII también vieron en el deporte un enemigo. Rugby y fútbol hechos uno solo, otra vez eran desterrados al olvido, mientras esperaban su oportunidad pacientemente. En las albercas de los colegios tradicionales ingleses, el juego subsistió a una feroz revolución industrial que no permitía tiempo para la lúdica. Triunfando a los siglos y tiranos, el deporte iba a vivir su propia guerra civil.
La separación
Paradójicamente, el nuevo aliado del fútbol y el rugby era la iglesia. Aquella que durante años lo combatió, ahora veía en la agresividad mostrada en el campo una forma de canalizar y expulsar la ira y desazón que los estudiantes sentían por la realidad social británica de entonces. El siglo XIX sería quien se llevase los honores del origen oficial de los deportes, pese a los antecedentes.
Algunas escuelas preferían la estética que les brindaba tocar el balón únicamente con los pies. Esta nueva modalidad, ponía en jaque a la habitual tradición del fútbol de carnaval. Rudeza, vigor y fuerza bruta, eran dejadas de lado en ciertos lugares de Inglaterra, algo que en el colegio de Rugby, en Warwickshire, no era visto con buenos ojos.
Como Caín y Abel, los hermanos que ya empezaban a mantener diferencias entre ellos, tenían que reunirse para encontrar una solución definitiva. El lugar, una taberna de Londres que aún sobrevive en nuestra era: The Freemasons Arms. No se sabe quién en ese bar llevó la quijada de burro, pero las exigencias de la Football Asociation no fueron aceptadas por el colegio de Rugby y el divorcio quedó sentenciado.
La tierra prometida
El rugby tomó su camino, lejos de las leyes comunes, preservando la esencia del deporte medieval. Aún con mucha acogida en las islas británicas, el rugby encontró un destino exótico donde asentarse. Las colonias inglesas en Oceanía ahora tenían un objeto de entretenimiento, adoptando al rugby como deporte nacional para impulsarlo como juego de multitudes.
Con un crecimiento paulatino en Gran Bretaña, el rugby no le podía hacer fuerza al fútbol. Sin embargo, en países como Australia y Nueva Zelanda era rey. Sudáfrica también recibió el legado del rugby, importándolo como el deporte de los blancos. Hoy en día los tres países tienen a los equipos más poderosos de la disciplina: All Blacks (Nueva Zelanda), Wallabies (Australia) y Springboks (Sudáfrica).
Luego de ser un deporte relegado, el rugby ha conseguido posicionarse en nuestros tiempos. Incluso en América Latina hay gran influencia con selecciones poderosas como la Argentina y Uruguay. Aunque en Colombia todavía no es una actividad masiva, a diario escala peldaños, teniendo a Los Tucanes (como se hace llamar la selección Colombia de Rugby), con el sueño de ir a un mundial en poco tiempo.
Tal vez el rugby jamás despierte las pasiones del fútbol, pero la esencia de los dos se mantiene viva en él, un deporte que conserva sus orígenes.
Kien&Ke investigó el estado del rugby en el país y se dio cuenta que con mucho esmero, existen lugares que impulsan el futuro del deporte en suelo nacional. Fiel muestra es una escuela que queda en Tocancipá, lo que demuestra que en Colombia, hay rugby para rato:
El rugby y el fútbol, una historia de Caín y Abel
Mié, 07/08/2013 - 01:32
¿Jugar al fútbol con las manos sin ser arquero? Llevar la fuerza de los brazos a un terreno donde el árbitro no pueda hacer nada para impedir una embestida, los encontronazos entre jugadores no sea