Los hijos que buscan poner fin a la guerra de sus padres afganos y talibanes

Lun, 05/10/2020 - 17:36
Ellos están aquí para poner fin a la guerra de sus padres a través de las conversaciones afganas de paz.

En ambos lados de las negociaciones entre el gobierno afgano y los talibanes hay casi una docena de hijos de hombres que ocuparon un lugar fundamental en el conflicto soviético de los años ochenta que desencadenó cuatro décadas de violencia y pérdida.

Desde entonces, algunos de sus padres han muerto a edad avanzada, insurgentes hasta el final. Algunos tuvieron muertes más violentas, como en las explosiones de atentados suicidas que se han convertido en una marca registrada de la brutalidad de la guerra.

Muchos de los que han sobrevivido, con el pecho adornado con las medallas e insignias de un conflicto que ha infligido miseria a millones de personas, se enriquecieron y ahora gozan de palacios, suerte política y enormes fortunas. No obstante, todavía juegan a esconderse de la muerte.

Esos padres lucharon juntos para expulsar a los soviéticos y luego se enfrentaron ante el vacío de poder resultante en una guerra civil llena de atrocidades.

 

Sus hijos saben muy bien lo que está en juego ahora que el ejército estadounidense continúa su retirada y las negociaciones de paz en Catar todavía están en el aire: si los bandos beligerantes afganos no se ponen de acuerdo respecto a una fórmula de reparto del poder, Afganistán podría entrar en otra guerra civil y el conflicto se prolongaría durante otra generación, con nuevos enemigos y nuevos mecenas.

“Si perdemos esta oportunidad, habremos perdido Afganistán”, afirmó Fatima Gailani, cuyo padre fue uno de los líderes de la resistencia muyahidín contra los soviéticos cuando Afganistán comenzaba su descenso al caos. “Si perdemos esta oportunidad, habremos traicionado al pueblo de Afganistán, habremos traicionado a cada niño, a cada mujer; sobre todo, habremos traicionado al pueblo que murió en esta guerra”.

Gailani llegó a Doha, la capital de Catar, en septiembre como parte del contingente de 20 negociadores del lado del gobierno que se enfrenta a los talibanes, quienes llegaron a un acuerdo en febrero que dio paso al inicio de la retirada militar de Estados Unidos. Llegó a Catar justo una semana después de su tercera cirugía de cáncer de garganta, con la voz todavía ronca.

La última vez que Afganistán estuvo en un punto de inflexión como este fue en la década de los ochenta. Su padre era un líder de las guerrillas muyahidines contra los soviéticos y la convenció de abandonar sus planes de estudiar un doctorado y convertirse en vocera de las facciones muyahidines cuando la guerra llegaba a su fin y los soviéticos estaban próximos a retirarse.

Eso resultó ser una pesadilla que nunca terminó, según recordó: al poco tiempo, los guerrilleros se pelearon unos con otros y los extremistas entre sus filas, que no veían ningún lugar para las mujeres en el gobierno, superaban a las facciones moderadas como la de su padre.

“Soy una mujer de 66 años, no puedo permitirme ser pesimista. Lo veo ahora que se nos está dando otra oportunidad”, manifestó Gailani. Entre los hombres inflexibles de barba gris del lado insurgente de las negociaciones en Catar, hay un joven de solo 26 años que destaca de manera evidente, alto y con ojos afables. Sin embargo, su apellido, Haqqani, se ha convertido en sinónimo de los mortales bombardeos que atormentan las ciudades de Afganistán.

Se trata de Anas Haqqani, el hijo menor del patriarca de la familia, Jalaluddin Haqqani, otrora aliado de Estados Unidos contra los soviéticos, pero quien más tarde fundó la infame red Haqqani de los talibanes, empeñada en expulsar a los estadounidenses de Afganistán. Otro de sus hijos, Sirajuddin, se convirtió en su sucesor y es ahora el líder supremo adjunto de los talibanes y un arquitecto central del resurgimiento de esta milicia.

Sin embargo, aun cuando representa a los talibanes en la mesa de negociaciones, en las conversaciones personales, Anas Haqqani insiste en que está más interesado en que se le vea como un poeta.

Un verso de muestra

“Sus lazos con la política son por obligación / El interés de Anas es la poesía, más dulce que cualquier trono”.

Pasó cinco años en una prisión afgana, tras ser arrestado a los 19 años en un operativo conjunto de espías afganos y estadounidenses mientras estaba en tránsito desde Catar en 2014. Fue condenado a muerte (dice que más por su apellido que por haber cometido algún delito), para luego ser liberado en un intercambio de prisioneros el año pasado.

Anas solo tenía 7 años cuando Estados Unidos se preparaba para invadir Afganistán en 2001 en busca de Osama bin Laden, quien tenía estrechos vínculos con Haqqani padre, que se remontaban a la lucha de los muyahidines. Los estadounidenses, junto con intermediarios pakistaníes, se acercaron a Haqqani padre para ver si traicionaba a sus aliados talibanes y a Bin Laden poniéndose de su lado otra vez.

Anas cita a su padre, que ya tenía 60 años en ese momento, como advertencia para los estadounidenses: “Arréglenlo mediante conversaciones.

Pero si vienen como invasores, les dispararé con esta misma arma que usé para luchar contra los soviéticos”. Del otro lado de la mesa del más joven de los Haqqani está la alternativa: los hijos del legado y el privilegio que tratan de afianzar lo que sus padres obtuvieron mediante las armas con una imagen más blanda de política democrática.

Con educación, asesores y recursos de primera clase, han llegado a puestos en el gabinete y escaños parlamentarios.

El más joven, Khalid Noor, de 25 años, obtuvo un título militar en el Reino Unido y una licenciatura en Estados Unidos. Su padre, el autócrata Atta Mohammed Noor, se consolidó como una de las fuerzas políticas más poderosas del norte de Afganistán, en parte gracias a su mando de grupos paramilitares acusados de cometer abusos.

A sus 31 años, Batour Dostum ya heredó el liderazgo del partido político que construyó su padre, Abdul Rashid Dostum, uno de los caudillos más prominentes de la guerra civil y tal vez el principal sobreviviente del conflicto afgano.

 

Tras acumular acusaciones de abusos a los derechos humanos durante décadas, Dostum padre se convirtió en un defensor de su entonces oprimida minoría étnica uzbeka y llegó a ocupar la vicepresidencia del país.

No se detuvo ahí: a pesar de enfrentar un juicio abierto por secuestrar y abusar sexualmente de un opositor político, recientemente se le concedió el rango militar honorífico de mariscal, el cual se ha otorgado solo tres veces en la historia del país.

La paz duradera requeriría más que solo un acuerdo entre los afganos.

Habría que desmantelar los refugios para la guerra de guerrillas en Pakistán, los primeros refugios de este tipo, establecidos por los estadounidenses, pakistaníes y sauditas, pues parecen simplemente entrar en hibernación hasta que surge un nuevo enemigo. Es probable que las naciones extranjeras sigan involucradas, puesto que el país sigue dependiendo en gran medida de la asistencia, pero para ayudar realmente a Afganistán es necesario que esas potencias lleguen a algún tipo de equilibrio, en lugar de seguir luchando por sus intereses librando batallas por poder.

La paz también requeriría un ajuste de cuentas monumental entre los afganos; si no es posible la curación real de generaciones de devastación, por lo menos es necesario tomar la decisión de no perpetuarla más.

“Por desgracia, todas las partes han cometido errores en los últimos 40 años y es evidente que todos están cansados: todos quieren silenciar las armas”, dijo Batour Dostum. “Necesitamos aprender del pasado; necesitamos tener cuidado en el futuro de no repetir los errores. Somos jóvenes, no deberíamos repetir esos errores”, puntualizó.

Por: Mujib Mashal
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