Un video en las redes, esta semana, muestra a Pedro Carreño, dirigente histórico del chavismo, señalando un retrato de Qasem Soleimani y pronunciando la vieja consigna de la izquierda de los sesenta: “Tu muerte será vengada, camarada”. Lo más interesante de la secuencia, sin embargo, viene justo después, en el momento en que el militar retirado y antiguo compañero de Hugo Chávez se levanta de la silla y gira su cuerpo para salir de la escena. Justo en ese instante se puede apreciar brevemente el inicio de una mueca socarrona, el comienzo de una sonrisa que define a la perfección una actitud, un modo. Es la culminación de un gesto que deshace de golpe la supuesta honestidad fúnebre y guerrera del acto, que desinfla la solemnidad y deja al aire la naturaleza del espectáculo.
Diosdado Cabello, el hombre más poderoso del régimen después de Nicolás Maduro, y el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, también hicieron el mismo performance: se presentaron en la embajada iraní a rendir honores al general difunto y a solidarizarse en la batalla contra el imperio norteamericano. Sus actuaciones se ajustaron más al libreto pero, tal vez por eso mismo, fueron menos convincentes. La sorna de Pedro Carreño es mucho más honesta. Tiene algo de burla, de ese desdén que el chavismo siempre ha mostrado por las formas, por la legalidad, por la política. Carreño no disfraza lo que sabe: no hay que tomarse demasiado en serio ese espectáculo. En realidad, todo ese acto forma parte, más bien, de un espectáculo mayor.
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