
13 policías fueron asesinados ayer en Antioquia tras el derribo de su helicóptero. Eran hombres en misión, no en guerra. Eran servidores públicos, no carne de cañón. Fueron blanco de un Estado ausente, que promete seguridad pero no la garantiza.
No es solo una tragedia. Es una humillación. Un mensaje claro: los violentos tienen la capacidad de derribar un Black Hawk y el Estado no tiene la capacidad de evitarlo.
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Mientras se habla de paz total, lo que tenemos es muerte total. Mientras se negocian pactos y se calculan elecciones, los uniformados son enterrados con discursos huecos y condecoraciones póstumas.
La pregunta es brutal: ¿de qué sirve firmar la paz si el Estado no puede garantizar que un helicóptero policial regrese a tierra?
Los policías caídos son el símbolo de un país al que le están quebrando el espinazo. Porque si derriban al Estado en el aire, ¿qué nos espera a los ciudadanos en tierra?