
El mundo se prepara para uno de los rituales más antiguos y herméticos del poder espiritual: el cónclave. Tras la muerte del Papa Francisco, cardenales de todo el planeta se reunirán a puerta cerrada en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo líder de la Iglesia católica. Pero esta vez, la realidad parece haberse anticipado al cine, o el cine a la realidad.
Justo antes de que se inicie este evento histórico, llega a las salas de cine Cónclave, la película basada en la novela de Robert Harris. Dirigida por Edward Berger (Sin novedad en el frente) y protagonizada por Ralph Fiennes, la cinta se adentra en los misterios del Vaticano y plantea una pregunta esencial: ¿qué se elige realmente cuando se elige a un Papa?
Y es que hoy, el cónclave no solo decide el rumbo espiritual de más de mil millones de fieles. En medio de guerras, migración, crisis climática, inteligencia artificial y escándalos internos, el nuevo Papa será también una figura política, moral y simbólica para un mundo en convulsión. No es casualidad que el cine lo haya convertido en protagonista justo cuando el escenario se repite en la vida real.
En Cónclave, vemos un Vaticano lleno de secretos, lealtades cruzadas y cardenales divididos entre el conservadurismo y la apertura. No muy distinto al contexto real. Las apuestas ya circulan: ¿será africano, asiático, latinoamericano o volverá Europa a tomar el control? ¿Continuará el legado reformista de Francisco o habrá un viraje hacia las tradiciones más rígidas?
La película introduce un giro provocador: entre los posibles papables, aparece un cardenal intersexual. Una idea que desata tensiones dentro del argumento fílmico y que refleja los límites de tolerancia, tanto en la ficción como en la estructura real de la Iglesia.
Y es ahí donde el cine lanza su mensaje más poderoso: frente a los secretos, los miedos y las estructuras que aún excluyen, el ser humano —en toda su complejidad— merece un lugar. El verdadero milagro sería que la Iglesia, más allá de sus muros, entendiera que la fe también es abrigo.