El revuelo causado por las revelaciones de Claudia Morales en tiempo de campañas políticas tiene al país en vilo. En su columna, que pretendía defender el derecho que todos tenemos al silencio, acusó a uno de los jefes que ha tenido en la vida, de algo tan grave como una violación. No dijo el nombre pero dio pistas: “A mi violador ustedes lo ven y lo oyen todos los días”. Seguro sin saberlo, alimentaba a pocos leones hambrientos de información; porque Colombia es chismosa, está divida en sus opiniones y del periodismo pasa a la política y de la política a la cama, sin compasión.
Su revelación se convirtió en un juego de escogencia múltiple, y su derecho al silencio empezó a ser cuestionado por razones que apelan a la responsabilidad de denunciar a la bestia que se aprovecha de su poder para satisfacer sus bajos instintos, para que esos abusos no se repitan. En cuestión de horas Claudia pasó de acusadora a acusada. Y en un par de días, después de hilar delgado, los sabuesos creen haber dado con un nombre. Ella no ha salido a desmentir.
Por el contrario, hay una horda solidaria que se ha unido a su historia -ya no tan silenciosa- y le hace eco a sus revelaciones, en una especie de convocatoria a la confesión, para que la identidad del responsable sea revelada, como sucedió en Hollywood, con Harvey Weinstein y todos los demás. Pero ninguna ha tirado la primera piedra.
Paola Ochoa, que también había escrito una columna denunciando acoso de su jefe -también sin nombre- escribió el domingo pasado en su editorial de El Tiempo: “¿Cómo es posible que en Estados Unidos salgan docenas y docenas de periodistas a confesar los abusos de los que han sido víctimas, mientras en Colombia –que es mil veces peor en términos de machismo y de desigualdad de sexos– solo seamos cuatro las mujeres periodistas que hayamos confesado el haber vivido situaciones tan dolorosas, humillantes y vergonzosas?”.
La Fiscalía ha decidido abrir investigación por la acusación de Morales, mientras algunos de los candidatos se pronuncian al respecto y hacen un llamado a denunciar para aplicar la ley a los responsables; y los periodistas, por su parte, siguen haciendo conjeturas y preguntándose a dónde irá a parar esta historia que merece un final justo y acertado para que no queden responsables impunes, cabos sueltos y termine de una vez por todas esta cacería de brujas.
Los Harvey Weinsteins colombianos tienen que caer, pero habrá que ponerles nombre.
El #MeToo en época preelectoral
Mié, 24/01/2018 - 16:20
El revuelo causado por las revelaciones de Claudia Morales en tiempo de campañas políticas tiene al país en vilo. En su columna, que pretendía defender el derecho que todos tenemos al silencio, ac