
En la distopía de Los Juegos del Hambre, Panem es un país gobernado por un poder centralista que controla a los distritos a través del miedo y el espectáculo. Cada tributo enviado a la arena es un recordatorio brutal de quién manda y quién sobrevive. Colombia no es Panem, pero a veces pareciera que los discursos de campaña replican esa misma lógica: candidatos que prometen redenciones milagrosas, mientras millones siguen atrapados en el hambre, la desigualdad y la lucha diaria por subsistir.
Distritos vs. regiones olvidadas
En la saga, los distritos periféricos cargan con la pobreza y la explotación mientras el Capitolio concentra la riqueza.
En Colombia, departamentos enteros funcionan como “distritos” invisibles para el poder central: Chocó, La Guajira, Catatumbo. La brecha entre Bogotá y la periferia no se cierra con discursos. Sin descentralización real y recursos efectivos, las promesas de desarrollo son puro maquillaje.
El espectáculo como gobierno
El Capitolio convierte la tragedia en entretenimiento. En campaña, muchos candidatos también convierten los problemas en titulares para la prensa y X. Propuestas como las que prometen sacar a más de 15 millones de colombianos que hoy viven en pobreza monetaria, según cifras oficiales del DANE, parecen diseñadas más para el aplauso que para la ejecución. Como en la arena, el show importa más que la vida real de los ciudadanos.
Supervivencia: la verdadera política
Katniss caza para que su familia no muera de hambre. Millones de colombianos sobreviven en la informalidad, rebuscándose con trabajos precarios. Sin empleo digno, seguridad en salud y acceso real a educación, la “arena” colombiana es cotidiana: una lucha silenciosa por no caer en la pobreza extrema. ¿Qué tan claras son las rutas de los candidatos para enfrentar esa realidad?
Rebelión y resistencia
En la historia, los distritos empiezan a rebelarse contra un sistema injusto. En Colombia, los movimientos sociales, los jóvenes que marchan, los indígenas que reclaman sus derechos, cumplen ese rol: recordarle al poder que no puede gobernar de espaldas a quienes cargan con las peores condiciones. ¿Qué proponen los candidatos frente a estas resistencias: diálogo o represión?
Centralismo autoritario
El Capitolio dicta las reglas de todos. En Colombia, la concentración del poder en Bogotá sigue siendo el talón de Aquiles: decisiones que desconocen la realidad local. Promesas de descentralización abundan en campaña, pero a la hora de gobernar, pocos cumplen. El riesgo es que sigamos atrapados en el mismo libreto.
Conclusión abierta
La metáfora es incómoda pero clara: en Los Juegos del Hambre, la vida se reduce a sobrevivir mientras el poder se exhibe como espectáculo. En Colombia, las propuestas de campaña no deberían replicar esa lógica. El ciudadano no es un tributo obligado a jugar.
La pregunta que queda es directa: ¿Votaremos por un cambio real o por un espectáculo de campaña que nos convierte en simples espectadores de nuestra propia miseria?