
Álvaro Leyva habla desde el exilio moral, lanza cartas como proyectiles, se victimiza como patriota traicionado y al mismo tiempo aparece negociando desde Miami el derribo de un presidente elegido. Gustavo Petro responde con metáforas, ataques, y una narrativa de persecución, pero sin responder de fondo a las acusaciones ni a la crisis que se desborda por cada rincón del Estado.
En este escenario de doble moral, ya no importan los hechos, sino quién grita más fuerte. La verdad es un rehén más.
Narcopolítica y narrativa envenenada
Mientras los poderosos se acusan entre sí de enfermos, adictos, corruptos o traidores, el país sigue desangrándose bajo una verdad más cruda: estamos inundados de cocaína. La ONU lo acaba de confirmar. Producción, consumo e incautación alcanzaron cifras históricas. Pero a nadie le importa. Ni el canciller caído, ni el presidente señalado, ni sus opositores atornillados en el juego del desprestigio.
Aquí no hay héroes. Solo egos que compiten por quién es más víctima y quién tiene el micrófono más grande.
El poder se juega en el lodo
Audios filtrados. Cartas públicas. Voces rotas. Señalamientos cruzados. Denuncias con nombres pero sin justicia. Testimonios que parecen guiones. Y el país… cada vez más fuera de control.
Hoy no se discute cómo salimos del abismo, sino quién cae primero. Pero cuando la política se reduce a guerra de archivos, lo que termina enterrado es la verdad.
¿Y nosotros?
Los ciudadanos quedamos en el medio: confundidos, indignados o resignados. ¿A quién creer? Al que grita más. Al que manipula mejor. Al que tenga una estrategia de victimización más efectiva. Ese es el nuevo manual de poder en Colombia.
Pero cuando la política se vuelve espectáculo y el país un laboratorio de mentiras, solo queda una opción: no tragarse el cuento de nadie. Ni de los que se disfrazan de salvadores, ni de los que llevan años cavando este hueco.