El coronavirus ha creado un espacio para que los pesimistas afloren

Lun, 27/04/2020 - 18:36
“Lo malo del pesimismo defensivo es que no te libra de la ansiedad”, explicó Julie Norem, profesora de Psicología en Wellesley College.

He de confesar que tengo un talento innato para verle el lado negativo hasta a las mejores situaciones. Quizá no sea muy obvio para quienes no me conocen. Sonrío mucho y soy una conversadora alegre; cuando asisto a cenas, mi lado de la mesa no se parece al terrible horizonte final de la nave del terror donde se extingue la luz del sol. Sin embargo, muy dentro de mí, casi siempre es posible encontrar a un quejumbroso Igor (el pesimista amigo de Pooh).

Ese Igor ahora tiene motivos para explayarse. El coronavirus ha creado el espacio ideal para que los pesimistas afloren en todo su esplendor. Por mi parte, cada pensamiento sombrío que he tenido en torno a esta pandemia se ha vuelto realidad hasta cierto punto.

Por eso, cuando leo en las noticias que es posible que este invierno se presente una ola aún más devastadora de COVID-19, que los pacientes que se habían recuperado en Corea del Sur se infectaron de nuevo o que lo más probable es que el desarrollo y la producción masiva de una vacuna tarden más de dieciocho meses, mi primer pensamiento es: ¡Bienvenidos a mi cerebro! Esa es la letra que resuena todo el tiempo en mi banda sonora personal de death metal. Son palabras que retumban sin cesar en mi cabeza.

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Lo cierto es que, en los próximos meses, todos tendremos que idear estrategias para prepararnos psicológicamente e irnos adaptando a una nueva normalidad. Hay una frase a la que se recurre mucho en estos casos: “Al mal tiempo, buena cara”. Claro que no está mal, y hasta puede que sea conveniente en el ámbito económico y político.

Pero también quisiera exponer algunas razones por las que me parece bueno conservar cierta dosis de pesimismo o, para ser más específica, pesimismo defensivo. Lo cierto es que, si todo empieza a irse por la borda, solo quienes tengan una actitud de pesimismo defensivo estarán listos para asirse de algo.

Ahora bien, ustedes se preguntarán a qué me refiero con la expresión “pesimismo defensivo”. Los pesimistas defensivos son aquellas personas que dejan fluir su ansiedad en vez de reprimirla, calmarla con narcóticos o dejar que los petrifique. Son individuos que se dedican a imaginar las peores situaciones y hacer los planes pertinentes para enfrentarlas. Esta tendencia puede volver locos a sus amigos y parientes más optimistas, pues los pesimistas defensivos tienden a destruir el mundo ideal que otros se han creado y comunicar aspereza a cualquier atmósfera apacible.

Sin embargo, para el pesimista que se lamenta continuamente ante las calamidades, es una adaptación constructiva que le sirve mucho más que intentar animarse. Para los pesimistas defensivos, animarse no es una opción. Se rehúsan a sucumbir ante lo que la psicóloga teórica Barbara Held denomina “la tiranía de la actitud positiva”.

“Lo malo del pesimismo defensivo es que no te libra de la ansiedad”, explicó Julie Norem, profesora de Psicología en Wellesley College. “Pero su aspecto positivo es que le da cimientos sólidos a tu mente, lo que te permite concentrarte en los elementos que puedes controlar”. Por cierto, precisamente esta característica lo distingue de la ansiedad generalizada, el catastrofismo y la neurosis común y corriente. El pesimismo defensivo es productivo.

Norem, quien se ha dedicado a estudiar el pesimismo defensivo desde principios de la década de 1980, me dijo que recopiló su ronda más reciente de datos el 20 de marzo, ocho días después de que la Organización Mundial de la Salud había declarado la pandemia, pero antes de que California, el último de los estados en adoptar esa medida, les ordenara a los ciudadanos quedarse en casa. La correlación fue muy clara: mientras más pesimistas defensivos eran los participantes, más probable era que cancelaran viajes y evitaran reuniones en público, o que ya lo hubieran hecho.

Si me hubiera incluido en el estudio, yo habría quedado en ese grupo. Dejé de tomar el transporte subterráneo de la ciudad de Nueva York el 26 de febrero. En marzo, evité todas las reuniones concurridas, con excepción de una durante la primera semana de ese mes. Empecé a desinfectar con cloro mis compras, limpié todos los interruptores de corriente de mi casa e inventé pretextos extraños para no reunirme con amigos. Iba en contra de mi propia naturaleza en cierta medida (normalmente no me preocupa comer algo que cayó al piso y saludo a las personas con un abrazo), pero no en todos los sentidos. Cuando respondí el cuestionario en línea de Norem, resultó que podía catalogarme como una pesimista defensiva.

Más tarde, le envié un correo electrónico con mi puntuación y le pregunté cómo se comparaba con la de otras personas.

“Es alta”, respondió.

En general, tal vez valga la pena señalar que los depresivos tienden a ser los verdaderos realistas, no la gente que es feliz. Quizá sea porque tienen receptores adicionales para las señales negativas, o tal vez tengan una mayor capacidad para detectarlas, en todo caso. Un influyente estudio de 1979 demostró este fenómeno de una manera muy sencilla y elegante: los participantes se sentaban frente a un botón y una luz verde. El botón algunas veces controlaba la luz verde, pero no siempre. Los depresivos casi siempre distinguían cuándo no tenían control. A quienes no eran depresivos les costaba mucho más trabajo. Muchos de ellos prefirieron optar por suponer que intervenían de alguna forma aunque en realidad no era así en absoluto.

Los depresivos no siempre son pesimistas, por supuesto. Sin embargo, por lo regular existe una correlación.

Podríamos argumentar que el pesimismo, en este momento, no solo es prudente sino positivo en el ámbito social. El mes pasado, cuando leí que era probable que el 75 por ciento de los restaurantes de barrio cerraran para siempre, salí a comprar pastelillos para mis vecinos en la única panadería local que no resistiría ver desaparecer (les recomiendo hacerlo en su propio barrio, si todavía tienen la suerte de tener ingresos disponibles; hacerlo nos beneficia a todos). Asumir lo peor me obligó a sacudirme la pasividad y hacer algo al respecto. Solo espero seguir teniendo los medios para poder hacer lo mismo en adelante.

“Creo que la ventaja que quizá tengan los pesimistas defensivos cuando se reactive la economía”, escribió Norem en otro correo electrónico, “es que seguirán tomando más precauciones que quienes no lo son, así que estarán preparados para el ciclo continuo de aperturas y cierres que muchos predicen. Es más probable que planeen para distintas eventualidades y situaciones hipotéticas, por lo que el riesgo de que cualquier acontecimiento los sorprenda desprevenidos también será menor”.

Para hacernos llevaderos los próximos meses necesitaremos todo tipo de actitudes. Eso significa que no deberíamos desdeñar a los pesimistas. El optimismo, como bien ha demostrado el gobierno estadounidense, muy pronto puede rayar en el autoengaño, con consecuencias peligrosas. Si tendemos demasiado al optimismo, nos quedará muy poco por qué luchar.

Por: Jennifer Senior

Creado Por
The New York Times
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