
En la época colonial de la Nueva Granada ya se hablaba sobre el aguardiente. Pero en ese momento, ¿quién tenía el monopolio o potestad de esta conocida bebida?: los virreyes.
Por los años 1800 ya se consumía aguardiente, más específicamente en Antioquia. Allí se empieza a legalizar para que todos los departamentos del país pueden crear, distribuir y comercializar el producto.
Es un producto autóctono, propio y regional. “Nace de nuestro ADN, nosotros adoptamos la palabra aguardiente y preparamos esta bebida transparente”, aseguró el maestro ronero de la FLA Hugo Álvarez Builes.
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Después de que las diferentes regiones pudieran trabajar con este licor, en 1919 mediante una ordenanza, se crea la Fábrica de Licores de Antioquia. Para el año siguiente la producción arranca y el lugar está preparado para crear la típica bebida.
Al transcurrir los años, se empezaron a adquirir las máquinas más sofisticadas para poder envasar. La gente cada vez se sentía más atraída por la icónica bebida y se volvió costumbre tomar en horas de la tarde por lo menos seis tragos.
La producción del aguardiente tenía un toque de cada región. El anís, que es el producto esencial, se traía desde Giraldo, Antioquia. La miel o melasa desde el Norte del Valle. La cantidad de grados en el alcohol también cambió, en los años 60, 70, y 80 era de 37°. Para el año 2000 bajó a 29°.
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El Aguardiente Antioqueño es una reserva de la montaña, ícono de los ancestros y de la cultura colombiana. De ahí nace la edición limitada de Reserva de la Montaña. Es una bebida que enaltece las costumbres de hace algunos años y trae el típico sabor de los inicios del licor en el país.
