Al interior de una escuela de sacerdotes

Jue, 21/03/2013 - 08:35
Iván Ramiro Solano Parra aparece en medio del silencio absoluto que invade el Seminario Mayor de San José. Es robusto, de mediana estatura, manos impecables, ojos color miel y cejas pobladas. Huele
Iván Ramiro Solano Parra aparece en medio del silencio absoluto que invade el Seminario Mayor de San José. Es robusto, de mediana estatura, manos impecables, ojos color miel y cejas pobladas. Huele bien y parece estar recién bañado. Sentado en una silla isabelina, Iván enlaza sus manos y cuenta que lleva siete años interno en el seminario, un lugar de pisos brillantes, pasillos vacíos, frío insoportable y donde puede olvidar el trajín de Bogotá. Es uno de los 65 jóvenes que quiere convertirse en sacerdote. Una opción de vida poco común en esta sociedad dedicada al placer. De 23 años, Iván se diferencia poco de cualquier joven que asiste a una universidad. Cada semestre paga una matrícula que supera los tres millones de pesos. Dinero que sale del bolsillo de sus papás y de la parroquia a la que pertenece. Dice que es un aporte pequeño para lo que recibe a cambio: formación académica y estadía durante diez meses al año en un cuarto privado que tiene una cama, una silla, biblioteca, escritorio, armario, lavamanos y un espejo. También recibe más de tres comidas al día elaboradas por un nutricionista. El desayuno varía entre huevos, tamal, changua o fruta y en el almuerzo siempre le dan sopa. Confiesa que tal vez por eso tiene algo de barriga. Desde cuando decidió estudiar para ser sacerdote y obtener un título civil y eclesiástico como teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Iván madruga de lunes a viernes. La rutina de los seminaristas está determinada por un horario estricto. No hay espacio para la pereza. Iván Ramiro Solano, Seminario Mayor de Bogotá, Kienyke Desde los siete años, Iván fue acólito de la iglesia de su barrio.  Antes de la cinco de la mañana se levanta y toma una ducha caliente en un baño comunitario. A las 5.50, en una capilla pequeña y junto a sus compañeros, hace laudes, un rezo antiguo en el que se recitan salmos para consagrar el día. También a la Lectio Divina, una especie de reflexión de un pasaje de la biblia. Luego asiste a una eucaristía y sobre las 7.30 toma la primera comida del día. Como si se tratara de un entrenamiento militar, parte de la tarde está destinada al deporte. Parece que la iglesia requiere de sacerdotes con buen estado físico, dentro del seminario hay todo un complejo deportivo: cacha de tenis, voleibol, baloncesto, banquitas, fútbol, squash y microfútbol. También los seminaristas tienen la opción de ir a un gimnasio equipado con pesas, máquinas trotadoras y elípticas. Un grupo es responsable de organizar los diferentes equipos y torneos. Iván prefiere el baloncesto y el voleibol, deportes que practica en pantalón de sudadera. Iván cuenta que entre las 2.30 y 4.30 de la tarde es el momento del estudio personal. Un espacio dedicado a hacer tareas y trabajos. “Esto es una universidad. Siempre llaman a lista, te atrasas si no vas y pierdes la materia con cinco fallas y tres de estas sin justificar”, precisa. Los seminaristas tienen como ayudas académicas acceso a internet en salas especializadas o por red inalámbrica y su propia biblioteca. Cumplen con parciales y tiene derecho a vacaciones de mitad y final de año. Iván Ramiro Solano, Seminario Mayor de Bogotá, Kienyke El Seminario Mayor de San José prepara a los sacerdotes que estarán a cargo de las parroquias de Bogotá.   La formación en el Seminario Mayor de San José se divide en dos ciclos. El filosófico y teológico. Además, los jóvenes deben estar un año en pastoral para luego recibir el diaconado, una orden sacerdotal transitoria de un año donde prestarán servicio al altar y palabra. También podrán participar en el sacramento del bautismo, dar las exequias y proclamar la palabra. En el último año de formación, los seminaristas reciben el presbiterado. Podrán presidir una eucaristía y hacer todos los sacramentos. Será el inicio del servicio a la arquidiócesis de Bogotá. “A final del año, Dios mediante me ordenaría diácono”, dice Iván con cara de satisfacción. En la actualidad, cursa tercer año de teología. Estudia la historia de la iglesia en la Edad Media y aprende a determinar en cada salmo y libro sapiencial la exégesis, hermenéutica y contexto literario. Estudia los sacramentos del bautismo y confirmación. Durante sus años de formación aprenderá latín y griego básico e italiano. Seminarista Ivan Ramiro Solano En la actualidad, Iván está en su séptimo año de formación como sacerdote.  Pero la materia del semestre que más llama su atención es moral sexual, una cátedra acerca de la sexualidad del ser humano y su relación con la iglesia. El matrimonio, la vida sexual de la persona durante la toda la vida, del candidato a la vida sacerdotal y de la persona consagrada, son algunos temas que estudia. “Hay que partir de un principio, en la sagrada escritura la sexualidad es algo bueno. Para nosotros no es un estorbo y nunca va a ser una dificultad. Es un don de Dios. Lo que nos constituye como hombre y mujer. Específicamente, la persona consagrada se caracteriza por una vida célibe y casta que consiste en no tener una relación de pareja, no casarse y no mantener relaciones sexuales. La sexualidad no se limita a la genitalidad. Soy un ser sexuado por naturaleza”, dice. Luego de graduarse podrá buscar otro título como derecho canónico, una especialización en teología o psicología espiritual. La exigencia diaria no termina con la jornada deportiva. Cada tarde varía según el día de la semana. Por ejemplo, los lunes reciben la visita del cardenal para celebrar una eucaristía o hacer una reunión. El martes se hace un encuentro con el rector del seminario, el miércoles la tarde es el día libre desde la hora del almuerzo. Muchos aprovechan el día para ir al médico, visitar a su familia o resolver asuntos pendientes. La puerta del seminario se cierra a las diez de la noche, a las 10.30 cada quien debe estar en su cuarto y en el lugar reinará el silencio. Seminarista Ivan Ramiro Solano Los seminaristas cuentan con amplias zonas verdes, un gimnasio, cancha de tenis, fútbol y squash.  Los días jueves, la mayoría de seminaristas tiene clase de coro. Allí preparan el repertorio de canciones para las celebraciones más importantes. Iván recuerda que ha aprendido canciones en gregoriano y alemán. Este día también se hace una oración especial en la capilla, una reunión por cursos y en la noche se reúnen para preparar perros calientes. El resto de días terminan con el rezo de las vísperas y algunos salmos. El fin de semana rezan el Santo Rosario, hacen talleres de apostolado y participan en la eucaristía. Iván pertenece a la pastoral salud y visita a los enfermos del Hospital Universitario de la Samaritana. En décimo grado tuvo novia y entre sus planes estaba estudiar odontología. Aunque en el Colegio Restrepo Millán del barrio Quiroga de Bogotá le otorgaron una beca universitaria por excelencia académica, Iván no sabía qué camino tomar. Finalmente, en el último año de colegio y con 17 años, decidió iniciar el proceso vocacional. Terminó la relación de dos años con su novia y asistió al proceso vocacional para cumplir con el año de discernimiento vocacional. Fue así como conoció el sacerdocio, lo que implica y la espiritualidad que lo rodea. Al final de ese año, Iván asistió a un retiro de toma de decisión. Un momento definitivo para los jóvenes que quieren ser sacerdotes. “Discerní mucho. Es la vida la que está en juego. Me comencé a proyectar y a mirar una vida profesional como odontólogo. Me di cuenta que no era el camino. No me llenaba tanto. En cambio, cuando asistía a estos encuentros en la pastoral social ahí verdaderamente me sentía pleno. En mi salsa y palpitaba mi corazón”, dice. Al principio, la decisión no fue bien recibida por las hermanas mayores de Iván. “No les gustaba la idea pues soy el único varón y ellas querían ser tías. Para mi mamá también fue duro porque ella quería ser abuela y a mi papá le pasó igual. Pero nunca se opusieron”. Iván Ramiro Solano, Seminario Mayor de Bogotá, Kienyke El Seminario Mayor es uno de los más antiguos de América. Fue construido por el arquitecto José María Montoya Valenzuela. “Quiero consagrar mi vida a Dios porque de alguna u otra forma me enamoré de él, del servicio. Me apasiona la eucaristía, acompañar a una comunidad, ser buen pastor. Llegar a ser santo por medio del sacerdocio. La vocación es un don de Dios. Me apasiona dar catequesis, escuchar a la gente, celebrar la eucaristía”. Iván, quien lleva puesto un pantalón de dril y camisa de color azul, zapatos negros y una chaqueta negra para abrigarse, es uno de los cuatro sobrevivientes de un grupo de 27 que entró junto a él al seminario. Asegura que nunca se ha arrepentido de su decisión. “La sociedad tiene muchas propuestas atractivas, pero pienso que en medio de esto, el sacerdocio se impone como una propuesta totalmente válida”. Siempre lleva con él las llaves de la sacristía y de su cuarto. Además, de  su billetera donde por lo general tiene mil o dos mil pesos. A diferencia de muchos jóvenes, el dinero no es su prioridad. Mientras se ordena como sacerdote, Iván aprovecha el poco tiempo libre en el ocio. La religión no lo priva de la diversión. Le gusta ir a ver obras al Teatro la Castellana. También le gusta la música clásica y se deleita escuchando en su computador portátil a Cabas, Carlos Vives, Andrés Cepeda y una variedad de música electrónica. También seguirá asistiendo a cine, leyendo poesía de autores como Dante Alighieri y Francis Jammes, mandando unos cuantos trinos desde su cuenta de Twitter y juntando amigos en Facebook, tiene 726, y como fotos de perfil y portada, por supuesto, la imagen del papa Francisco.
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