La madrugada del sábado, Francesco Schettino, el capitán del crucero Costa Concordia, llamó a su madre Rose, de ochenta años, para contarle que la embarcación colisionó con unas rocas y se hundió. Según él, le dijo que no podía abandonar la nave hasta ver a su tripulación a salvo en tierra y que había salvado muchas vidas.
Pero otra cosa dicen los tripulantes. Lo señalan por haber sido el primero en abandonar, espantado, el barco, diciendo “ya vuelvo”. Otros dicen que antes de zarpar bebió con otros oficiales y algunas damas. Estaba feliz.
El viernes 13, a las 7:00 p.m. en el puerto de Civitavecchia, Lacio, zarpó el Crucero de 114.500 toneladas, con 3.206 huéspedes y 1.023 empleados de la embarcación. El feliz capitán navegó cerca de la isla de Giglio, lugar, que según los residentes, es de difícil navegación por la cantidad de rocas.
En el enorme crucero viajaban alrededor de 4.000 personas.
–Antonello, estamos cerca de tu Giglio –dijo el capitán al jefe de comedores del crucero.
–Ojo que estamos pegadísimos a la orilla –respondió Antonello Tievoli.
A las 9:40 se sacudió el crucero y se fue la luz. El agua empezó a penetrar y el miedo a cundir. Schettino se marchó con la promesa de volver. Mientras el capitán estaba en tierra, el barco se hundió. Seis personas murieron y hay 16 desaparecidas.
Schettino tiene 52 años. Nació en Castellammare de Stabbia en la región de Campania, Italia y estudió en la Nautical Institute Nino Bixio di Sorrento. En 2002 empezó a laborar como oficial de seguridad para Costa Cruceros, la empresa dueña del crucero Costa Concordia. Cuatro años después fue ascendido a capitán.
Después del naufragio, la empresa dio su veredicto: fue un error humano. El sábado Schettino fue detenido por las autoridades italianas. Su página de Facebook está repleta de insultos y burlas. Ahora el marino enfrenta cargos por asesinato múltiple involuntario y por cometer el mayor error para un capitán: abandonar su barco.