En casi cualquier negocio en el cual se intercambie dinero por un bien, el cliente siempre tiene la razón y la transacción da poco espacio para la discusión o la reflexión. Por ejemplo, si un cliente escoge un par de pantalones que —en opinión del vendedor— no ahorman bien pero parece muy interesado en comprarlos, es inoportuno y hasta grosero llevarle la contraria. De paso, la persona se lleva la mala experiencia de que su cuerpo fue cuestionado y su confianza fue atacada en ese lugar.
Un negocio que no funciona así es el de los libros. Quien vende libros en una librería tradicional se hace llamar librero y su función va más allá de cerrar un trato a ciegas. El librero debe leer los rostros y las preguntas de las personas para saber qué libro les sería de mejor provecho según su edad, formación e intereses. Después de todo, es ideal que las personas se acerquen a la lectura sin importar
Alejandro Rubiano, una de las cabezas de la librería Bukz, es consciente de este papel esencial del librero. Al principio le daba miedo ser descubierto en su ignorancia: “tenía mucho miedo que entonces viniera alguien a preguntar algo de lo que no haya leído nada”.
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Sin embargo, con el paso de los días descubrió que eso hacía parte del diario vivir de un librero y que era imposible leer absolutamente todo lo que los clientes pedían. Eso sí, “las conversaciones son muy positivas. Las recomendaciones pueden venir de muchas formas. Si uno es lector, tiene la forma de conversar con otro lector sobre temas relacionados o autores parecidos. A pesar de que hay gente más por delante de uno, y así la persona termine tomando una decisión autónoma, siempre es una experiencia de acompañamiento”.
El librero, además de ser lector, es un ser humano con criterio y preferencias. En el caso de Alejandro, disfruta mucho de los libros de Vargas Llosa e Isabel Allende. También admite sin pena que no le gustó para nada Sin novedad en el frente, un libro sobre la Segunda Guerra Mundial que es mencionado por García Márquez en El amor en los tiempos del cólera.
Él cree que es necesario quitarse el estigma de no terminar un libro que no guste, al estilo de dejar un plato de comida a la mitad y tirarlo. “Obviamente es más triste botar comida, pero sí se puede cerrar el libro y cambiarlo con un amigo; no se va a perder”, sugiere Alejandro.
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Hace más por un buen librero saber entablar una conversación y estar dispuesto a aprender que haberse leído todos los libros del mundo —lo cual, además, no es físicamente posible—. Además, a las librerías suelen acercarse muchas personas que apenas están acercándose a la lectura. El librero se echa encima una misión poco despreciable: la de conectar un buen libro con alguien que podría amar la lectura por siempre.
Pero ¿qué sucede cuando la librería no está cerca del lector primerizo? Siempre ha sido el caso de algunas personas que viven lejos de zonas culturales o centros comerciales; pero, durante los primeros meses de pandemia, todos tuvimos que alejarnos de las librerías aunque quedaran al pie de la casa. El libro se quedó como el amigo de los lectores de siempre, pero quienes aún no tenían el hábito de leer se quedaron haciendo scrolling en su casa.
Por otro lado, aquellos lectores que eran también ciudadanos del mundo antes de la pandemia podían traerse los libros que quisieran entre el equipaje documentado o mediante páginas de internet como Amazon. Esta última opción no es para todos: resulta costosa por los abusivos costos de manejo y envío hacia América Latina. Alguien con menos recursos debía limitarse a lo que importaran las tiendas de cadena o a hacer piratería. Además, los envíos internacionales presentaron retrasos por el embiste del covid.
Las librerías independientes, que están en conexión con los gustos de los lectores más refinados, están aprovechando el coletazo que dejó la pandemia para reforzar sus estrategias digitales. Contrataron libreros-domiciliarios, crearon membresías para que sus clientes frecuentes se ahorren los gastos de envío y organizaron eventos virtuales para lectores de nicho, como los potterheads.
¿Y qué pasa con la promoción a la lectura para quienes apenas se están iniciando en el hábito? Esa responsabilidad es delegada a las entidades públicas y a la beneficencia, que hacen lo que pueden con lo que tienen pero tuvieron menos desde que atacó el covid.
La librería Bukz, liderada por Alejandro, Esteban y Natalia, está abordando ambos flancos. En primer lugar, tiene un catálogo extenso que incluye ejemplares difíciles de encontrar en las librerías de cadena; el atractivo para los lectores refinados que quieren leer sin hacerse expertos en envíos internacionales. Por otro lado, le apunta a crear contenido de divulgación cultural y promoción de la lectura.
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“Independientemente de vender libros, el interés principal era ser aliado del contenido cultural y la educación. Tenemos en cuenta que hay mucho todavía por hacer, pero queremos acercarnos a nuestro usuario con cultura. Que leas libros y que consumas pódcast, que sigas cuentas en Instagram que son culturales y te aportan información, que recibas sugerencias”, dice Alejandro.
Ahora que es posible volver a las librerías, los de Buks tienen otro aliciente para atraer a los nuevos lectores: el infalible aroma del café. Al calor de una buena charla pueden pretender que el mundo de afuera sigue igual, decidir qué libro llevarse debajo del brazo y disfrutar del correr de las páginas.
De todos modos, si el lector no se siente cómodo con la presencialidad, siempre puede contactarlos por sus redes. Eso sí, su Instagram puede antojarlo para comprar más de lo que presupuestaba.