Día 4: La vida de ocio en el barco de Greenpeace

Lun, 19/03/2018 - 14:19
Kienyke.com, a bordo del barco de la organización Greenpeace, está en la Patagonia chilena; un viaje que busca conocer daños al planeta en este paraíso. Una aventura que será contada en v
Kienyke.com, a bordo del barco de la organización Greenpeace, está en la Patagonia chilena; un viaje que busca conocer daños al planeta en este paraíso. Una aventura que será contada en varias entregas. Esta es la cuarta parte… Las condiciones climáticas, con vientos que podrían ser peligrosos para salir en los botes a las aguas de la isla Carlos III, en los fiordos patagónicos, hicieron que el cuarto día en el barco de Greenpeace fuera diferente, más eso no significó que no hubiera acción. Fue una jornada de relativo descanso que generó el ambiente propicio para la integración. Cómo de costumbre, en pié a las 7 a.m. para tomar el desayuno antes de las 8 y empezar la limpieza. Fue mi turno con los ocho baños a bordo. Me puse la 10 - así digo en la oficina cuando toca hacer un trabajo duro o que no dan muchas ganas de realizar - y terminé rápido. Luego, una reunión de actualización de la campaña en la que nos informaron las actividades a realizar durante el día: básicamente continuar con las mediciones de diversas variables en el agua, que permitirán tener puntos de control para la investigación sobre las consecuencias que provocan en el ecosistema los cultivos de salmón, pero sin salir en los botes, y que el avistamiento de ballenas planeado estaba sujeto a las condiciones de viento. [single-related post_id="858942"] El Arctic Sunrise es un barco pequeño, además como estoy un poco resfriada porque no estoy acostumbrada a tanto frío y llovió durante todo el día me quedé en el interior. El tiempo disponible me permitió pensar en la vida de los marineros durante las temporadas que pasan sin otro lugar al que ir que de sus camarotes al baño, a la ducha, al comedor, al casco, al cuarto de máquinas. Estar durante tres meses en este navío, que es el tiempo que toma una campaña, debe ser difícil. Comprendí la necesidad de tener normas de convivencia claras porque hacen la vida más sencilla y llevadera. En un momento de pequeño desvarío, por ejemplo, pensé en la distancia entre mí habitación y el comedor, ya que son varias las veces en el día que me desplazo hacia este sitio: para desayunar, para almorzar, tomar un café o un té y cenar. En total, no son más de 50 pasos los que debo dar: 10 entre el cuarto y las primeras escalas, que tienen 10 escalones, luego otros 10 hasta las segundas escalas, que tienen el mismo número de peldaños, luego toca abrir una puerta, girar a las izquierda y tras cinco pasos más estoy en el lugar. (Advertí, fue un pequeño desvarío). En el lounge tuve la oportunidad de pasar un tiempo descansando, escribiendo algunas letras y socializando. Fue mi lugar de trabajo durante el día. A la hora del almuerzo quedó claro que era difícil salir a hacer el avistamiento de ballenas y minutos después nos confirmaron la mala noticia. Así que el colega argentino, Fernando de la Orden, tuvo la idea de organizar un pequeño torneo de ping pong. El encuentro quedó fijado para las 7 p.m. Mientras llegaba la hora, tuve tiempo de seguir divagando con mis pensamientos y tomar una siesta. Luego me puse a conversar con el voluntario Bryan Contreras sobre Santiago de Chile y sus altos costos de vida. Un pasaje de metro en la capital chilena cuesta 700 pesos, es decir, unos 3.200 pesos colombianos. También hablamos sobre platos típicos, sobre empanadas y mazamorra. Estos últimos dos platillos son muy diferentes en cada uno de nuestros países. [single-related post_id="859550"] A la hora de la comida comenzó la diversión. Los 32 habitantes de esta nave le cantamos el cumpleaños a la marinera Miriam Friedrich, una chica austriaca buena onda, muy joven y que se encarga de manejar con destreza el Sid, uno de los botes, y realizar otras actividades. Ella es vegana, así que su regalo fue un carta hecha sobre un mapa firmada por todos sus compañeros, una enorme jarra llena de sus frutas preferidas para hacerse un licuado, además de dos pasteles, uno preparado con los ingredientes que puede comer y otro para compartir con los demás, que tenía chocolate, nutella y arequipe. Todo estaba delicioso. La alegría, luego, se trasladó a la zona entre el lounge y el lugar donde se asignan las labores de aseo - le dicen el atrio o alcatraz-, en donde los muchachos armaron la mesa de ping pong e iniciaron los juegos. En parejas, y mientras se ponían cómodos con sus raquetas, el lugar se llenó de música y de espectadores. Mientras la bolita de plástico iba y venía, las carcajadas por las jugadas extrepitosas, que generaban controversia y requerían repetición en "slow motion" para definir quién ganaba el punto eran constantes y en medio de algunos tragos de cerveza, el Arctic Sunrise tuvo una atmósfera diferente en la que personas de diversos países de Latinoamérica y del mundo se encontraron para divertirse. No jugué, me dediqué a observar porque lo mío no son los deportes ni los balones, no soy una buena deportista ni me llevo bien con estos elementos esféricos, de hecho, tras un especie de cortina improvisada que colgaron para evitar que la pelotita llegará a algún rincón inaccesible del barco, se armó un micro juego de voleibol y de alguna forma el balón terminó en mi cabeza, cómo suele suceder siempre. Mientras todo eran risas y discusiones sobre puntos y jugadas, me puse a conversar con Diego Velázquez, un marinero chileno que lleva tres años trabajando con Greenpeace y espera visitar pronto Colombia. Es agradable conocer más de cerca a las personas con las que convives en un barco de pocos metros cuadrados y entender sus motivaciones para emprender una vida sin tantos arraigos pero con propósitos altruistas. Pasan tres meses en una embarcación y otros tres por afuera, así corren los años. Diego, por ejemplo, es ingeniero ambiental pero decidió dejar su profesión a un lado por un tiempo, salir de Valparaíso, su ciudad natal, y recorrer el mundo para conocerlo y aportar al objetivo de Greenpeace de proteger el planeta. [single-related post_id="860117"] Mientras las horas pasaron, el juego se terminó animando más y más. Kim, el segundo oficial, sacó sus dotes de koreano para anotar unos cuantos puntos como los mejores jugadores de ping pong pero, en definitiva, la dupla de Ernesto Molina, el oceonógrafo, y Cristian Zamora, el camarógrafo, fue la mejor. Al final, con menos jugadores en la competencia, este último derrotó a los últimos entusiasmados, incluso al  promotor del juego, Fernando, y se coronó campeón del torneo que rompió la rutina en el barco de Greenpeace.
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