Remesas en Colombia: para que vivas hasta que vengas

Mié, 16/06/2021 - 06:08
En el Día Internacional de las Remesas Familiares, Kienyke.com recuerda la importancia que tienen los envíos de dinero desde el exterior en la economía de las familias colombianas.
Créditos:
The Social Good

La migración es el cambio temporal o permanente de residencia de una persona. De acuerdo con información de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una de cada 30 personas en el mundo es migrante de primera generación —es decir, se trasladó hacia un país distinto del que nació—.

Un fenómeno común en países en vías de desarrollo es la emigración de ciudadanos: ante circunstancias como la violencia, una incompatibilidad con la cultura y la falta de oportunidades para estudiar y trabajar, muchas personas eligen marcharse hacia donde soplen mejores vientos.

Sin embargo, muchos de ellos no dejan atrás absolutamente todo lo que conocen. En ocasiones se llevan en la maleta la responsabilidad de ser guardianes, a la distancia, del bienestar de sus padres, abuelos, hijos, esposos u otros seres queridos que no pueden trabajar o cuyos ingresos no alcanzan para cubrir las necesidades mínimas.

Ahí aparece la figura de las remesas: dinero que es enviado desde el lugar de destino de los migrantes hacia el país de origen. Las personas que reciben estos ingresos los usan para cubrir parcial o totalmente sus necesidades básicas. Hay cerca de 200 millones de migrantes que envían dinero a 800 millones de destinatarios en el mundo. 

El 16 de junio se conmemora el Día Internacional de las Remesas Familiares, que recuerda la importancia de estos dineros para el desarrollo individual de sus beneficiarios y el impulso económico para los países donde ellos viven. Kienyke.com presenta una historia de cambio de dólares a pesos colombianos, de hijos a padres, de pobreza a estabilidad.

Colombia, exportador de valientes

Algunas personas que exhiben su xenofobia en las redes sociales y las calles olvidan un pequeño detalle: Colombia es uno de los principales expulsores de población en el mundo. Según la OIM, ocupó el tercer puesto en población emigrante de América Latina, después de México y Venezuela. Antes de que estallara la crisis económica y social del vecino país, éramos el segundo. 

Unos cinco millones de colombianos viven en el exterior, es decir, una de cada diez personas con esa nacionalidad. De esa cantidad, al menos la mitad vive en Estados Unidos, España y Chile. Según datos de Asobancaria, las remesas que estos colombianos enviaron a sus familias en 2020 representan un 2,1% del producto interno bruto (PIB) del país. 

Los tres departamentos que más dinero reciben por cuenta de las remesas coinciden con aquellos donde se ubican las tres grandes capitales de Colombia: Valle del Cauca, Antioquia y Cundinamarca. El Valle recibe un cuarto del total de remesas del país.

De acuerdo con el Banco de la República, el dinero que llegó de remesas el año pasado fue la mitad de lo que recibió por vender combustibles fósiles, 2.8 veces más de lo que el país recibe con exportaciones de café, 3.9 veces más de lo que recibe por su oro y 21 veces más de lo que le pagan por su azúcar. 

El emisor también señala que, lejos de disminuir por la pandemia, las remesas aumentaron en 2020. La explicación es simple: la covid-19 fue la oportunidad para que emisores y receptores del dinero se bancarizaran, así que fue más sencillo trazar la cantidad de dinero que entraba y de dónde venía.

Un valiente

Uno de esos colombianos es Juan, quien vive desde los quince años en Houston, la ciudad más poblada del estado de Texas, en Estados Unidos. Salió de una vereda del municipio de Candelaria (Valle del Cauca) con una carta de invitación de su padre, que se había radicado en la tierra del Tío Sam desde 1998, cuando Juan era apenas un niño.

El pequeño Juan, hijo único, recibió juguetes curiosos, ropa de moda y dinero por cuenta del trabajo duro y no calificado, pero bien pago, de su padre. Cuando creció fue invitado a recorrer los 3.500 kilómetros que separan Cali de Houston. Él no conocía una vida lejos de su vereda y su madre, Ana Milena, pero sabía que irse era una garantía de mejorar su vida y la de ella a largo plazo. Tomó el avión.

Seis años después, en mayo pasado, Juan regresó a su país convertido en un hombre, en medio del paro nacional, para visitar a su madre. Ahora se presenta como John, tiene pasaporte estadounidense, un acento agringado y ha olvidado varias palabras en español; pero tiene un nuevo pasado y una nueva promesa de futuro: está a un semestre de terminar la carrera de ingeniería mecatrónica tras pasar por un community college, una transferencia universitaria y una deuda inmensa, pero pagable con el dinero que se gana allí.

Juan ha trabajado desde cuando terminó las materias del community college. Además de los trabajos por horas en los que se involucran los jóvenes americanos, los internships —las prácticas de aquí, las de toda la vida— también son pagas para alguien en su campo laboral. Con ese dinero puede comprar comida rápida, parte de la renta, gasolina para su carro y remesas para su madre, quien todavía está viviendo en Candelaria y tiene un trabajo modesto en una empresa de maderas.

También envía mercancías, como zapatos y pequeños accesorios tecnológicos, para que su madre venda a sus vecinos. El dinero sirve para ahorrar en casa y que Ana Milena pueda vivir una vida sin preocupaciones.

Aunque se quedó sin prácticas durante algunos meses por cuenta de la pandemia, el subsidio de desempleo ofrecido por su estado le permitió sobrevivir mientras consiguió otra práctica, la cual comenzó el primero de junio. El dinero de ese subsidio todavía era suficiente para que Ana Milena recibiera su dinero mensual, el cual también ayudaba a su abuela paterna.

Juan le hizo esta confesión a Kienyke.com: cuando descubrió que la población de El Carmelo estaba bloqueada en su casa por cuenta de las protestas, con desabastecimiento en las tiendas y sin atracciones para visitar, le hizo una promesa a su mamá antes de irse: “mandar plata para que vivas hasta que vengas”.

Mientras Colombia siga siendo un país hostil para los jóvenes más pobres, el exterior ofrece a muchos jóvenes talentosos y guerreros la oportunidad de mejorar sus vidas. Desde una fábrica de autos, que es donde hoy trabaja Juan, y desde muchos otros puestos de trabajo calificados y no calificados en el exterior, la economía de este país se hace dinámica y fuerte.

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