El habitante de calle que ayudó a acabar con el Bronx

Vie, 17/06/2016 - 03:41
Ese día aunque había sol hacía frío. Una leve llovizna, típica del mes de abril, empezaba a caer en el centro de Bogotá. Stiven no sabía qué hora era, hacía muchos días había perdido la no
Ese día aunque había sol hacía frío. Una leve llovizna, típica del mes de abril, empezaba a caer en el centro de Bogotá. Stiven no sabía qué hora era, hacía muchos días había perdido la noción del tiempo. Más o menos, dice él, eran las tres o cuatro de la tarde. Caminó sin prisa pero con afán. Era su último día como habitante de calle. Media hora antes había pedido regalado un minuto de celular y en la corta llamada le solicitó a su interlocutor que lo sacara de la Calle del Bronx. Lo recogieron en un carro particular y de vidrios polarizados en un sitio muy alejado de este sector. No lo tenía claro pero fue el viernes 29 de abril. Lea también: La desmesurada historia de un asesino a sueldo. Stiven no se llama así; este fue el nombre que utilizó durante los 71 días que permaneció camuflado como habitante de calle en una de las zonas más peligrosas de Bogotá y es el nombre que utilizaré para referirme a él en esta crónica. Stiven es uno de los policías que se infiltró en el Bronx para lograr el operativo de desmantelamiento de esta zona, considerada por las autoridades como el mayor expendio de droga de la ciudad. Lea también: Cinco cosas espeluznantes que se encontraron en la calle del Bronx. “El operativo tenía bastantes objetivos, entre ellos la recuperación de la zona, el ataque directo a las mafias de microtráfico de drogas, la captura de los líderes de las bandas criminales que allí actuaban, pero la motivación más grande que teníamos para hacer lo que hicimos eran los cientos de niños y niñas que se estaban perdiendo en este lugar”. Lea aquí: De guerrillero a pitonisa: el hombre que se hizo mujer en la cárcel. Stiven, que lleva más de ocho años en la policía, la mayoría de ellos, casi todos, en el área de inteligencia, le cuenta a KienyKe.com que el tránsito de adolescentes, que no superaban los 14 años, era aterrador. “Los niños y niñas ingresaban a cantinas de ‘mala muerte’ a beber, a bailar, a drogarse y no eran niños de la calle eran niños y niñas de casa, jóvenes que tenían un hogar, jóvenes que tal vez sus padres creían que estaban en el colegio. Necesitábamos rescatar a esos niños o al menos quitarles el lugar donde creían que podían hacer de todo sin que alguien les dijera algo”. Bronx-C2A Después de haber estudiado la situación y analizado cómo se iba a atacar el Bronx, el grupo de inteligencia al que pertenece Stiven planteó que la única opción de lograr capturas y de asaltar los puntos estratégicos de los bandidos sería teniendo ojos adentro. Le puede interesar: El inquilino más famoso de la calle del Bronx. Con varios antecedentes, como el asesinato de un policía en 2012, que también se había infiltrado en la misma zona y de la misma manera, personificando a un habitante de calle, y el secuestro y tortura de dos agentes del CTI en 2015 por parte de sayayines al servicio de ‘Gancho Homero’, se tomó la difícil decisión de infiltrar, y por separado, a tres fichas, entre ellos a una mujer. Lea: Mi vida en las peleas ilegales. La fecha de ingreso a la zona fue el 19 de febrero. Ese día Stiven desayunó muy bien. Comió de sobra para que el hambre no lo fuera atacar tan rápido. Desde el casino de oficiales de la Policía Metropolita de Bogotá le narra a Kienyke.com que ese 19 de febrero, después de que sus compañeros lo dejaran en la carrera 10° tenía puesta una camiseta esqueleto, una pantaloneta vieja y unos tenis estropeados; también llevaba consigo $1.400 y una cobija, que fue el único elemento que lo acompañó durante toda su caracterización como habitante de calle. Lea también: Este es el plato típico del Bronx de Bogotá. “No entré de una”, dice con su voz gruesa y sería que en el Bronx tuvo que cambiar por una más cálida y sonora, que despertara mayor empatía y confianza, igual estaba personificando a un joven recién salido de su casa. La historia con la que Stiven tocó las puertas del infierno fue que vivía en Las Cruces, un barrio tradicional y pobre del centro de la ciudad. Les contó a sus ‘pares’ que llegó a la calle detrás del bazuco, droga que lo había atrapado meses atrás. Bronx-C1 “Me le acerque a un reciclador que estaba sentado en el parque del Voto Nacional, adyacente al Bronx, le dije que me enseñara a ganarme la vida con el reciclaje y me rechazó”. Buscó la amistad de otros recicladores pero también halló rechazo. El trabajo no estaba tan bueno como para que llegara más competencia. Solo fue hasta el tercer día, y luego de ofrecer un cigarrillo, que un hombre lo dejó acercarse. Con él mantuvo ‘amistad’ hasta el final de su vida como habitante de calle. Stiven habla pausado y poco. Mide cada una de las respuestas que me entrega con la misma astucia con la que esquiva las preguntas que no puede o no quiere contestar. Es extremedamente serio. Sabe que analizo su personalidad y dice, en tono de excusa, “no es habitual que nosotros (la policía de inteligencia) hablemos con la prensa. La idea es que nosotros seamos lo menos visible de la institución". A él, como a la mayoría de los personajes, no lo puedo describir. Solo diré que es un hombre alto y  flaco, aunque él dice que no es así, que su delgadez es fruto de su intervención en el Bronx, donde muchas veces dejó de comer no por gusto sino porque no tenía dinero para hacerlo. También se puede decir que aunque tiene alrededor de 30 años, posee un rostro y sobre todo una mirada de un joven que no sobrepasa los 20. La misión de Stiven era visualizar e individualizar a líderes del negocio de tráfico de estupefacientes y de armas que se movían en el sector. Él tenía que ponerles rostro a los delincuentes. El trabajo no era  fácil y su vida se puso en riesgo, pero como él mismo lo dice “alguien tenía que hacerlo” y le tocó a él. Lo escogieron por su perfil, por su rostro de niño y porque sus características físicas se podían adaptar con facilidad a un habitante de calle. Antes de entrar al Bronx permaneció dos semanas con su nuevo ‘amigo’ reciclador. Tiempo en el que calcó, como un scaner, los movimientos, gestos y léxico de su compañero. Cuando entró a la ‘L’, como también le llamaban al sector, tenía el papel listo. El policía serio y poco hablador se hizo pasar por un joven medio loco. Un joven que se la pasaba saltando, bailando y cantando vallenatos, que era la música de la que más se acordaba y además la escuchaba con regularidad en la zona. Quería hacerse notar, buscó que lo mantuvieran en la mente y lo logró con facilidad. “Las primeras noches dentro del Bronx eran eternas. No podía conciliar el sueño, primero porque tenía que estar alerta de todo lo que pasaba alrededor, también porque el frío de la madrugada era insoportable. Los animales tampoco dejaban dormir: había ratas enormes que caminaban con tranquilidad, el ladrido y gruñido de los perros era fastidioso, pero sobre todo las pulgas, que fueron las únicas que descubrieron que yo no pertenecía ahí y que era carne nueva”. El policía dice que cuando el cansancio lo vencía se recostaba sobre su costal y le hacía el quite al frío con su cobija. Con rapidez Stiven captó hechos y momentos importantes. Identificó a líderes y comunicaba cuando estos iban a salir a la civilización. Así los policías que se apostaban a las afueras podían fotografiarlos y saber algunos de sus movimientos. Con su trabajo se logró la identificación y la captura de alias ‘Teo’ y ‘El Flaco’, dos bandidos que tenían control y poder dentro del Bronx. menu_bronx_C1 El Bronx nunca dormía, recuerda el policía. Dice que durante las 24 horas del día había música a alto volumen, gente consumiendo drogas, niños llorando, hombres y mujeres borrachos. “Era ‘Las Vegas’ de la degradación humana". Para pasar desapercibido, Stiven armaba su pipa de bazuco alejado de los otros habitantes de calle, la llenaba de tabaco, de cenizas de cigarrillo y de papel picado, la prendía, le daba dos aspiradas y la volvía a apagar. Esa técnica la usó varias veces, en otras oportunidades dijo que estaba muy drogado y que no le cabía más vicio. Al comienzo de la misión sus compañeros policías le dejaban el almuerzo en una caneca de basura a una hora específica. Stiven tenía que alejarse de sus nuevos 'amigos' e ir por su comida. En un par de oportunidades la halló pero la mayoría de veces no la encontró. Algunos habitantes de calle se le adelantaban. Así que desistieron de esa idea y desde ese momento tenía que arreglárselas por sí solo para alimentarse. Así empezó a comer el combinado del Bronx, un revuelto de todos los restos de comida que se recogen en los restaurantes del centro de Bogotá. “Hay de diferentes precios y yo compraba el de $200, el más barato”. En algunas oportunidades Stiven se vio obligado a pedir regalado pan en las panaderías, tanto por llevar a cabo su papel como por el hambre que sabía atacar con agresividad. Además, para conseguir dinero, le cantó y bailó a la gente que se encontraba caminando en la calle. La poca limosna que recogió la invertió en bazuco, que terminaba botado en el suelo, y en comida. También compró ‘chamber’, un licor hecho a base de alcohol etílico y endulzante, solo lo probó una vez y recuerda que le hirvió la garganta. Varias veces tuvo que pararse a defender sus cosas. Los demás indigentes intentaron en más de una oportunidad aprovecharse de él y pretendieron quitarle el costal del reciclaje, su cobija y hasta su pipa. “Al sumiso se la montan y no podía dejar que me vieran débil”. Recuerda que una vez tuvo bastante plata en el bolsillo, tanta que hasta invitó a almorzar a su compañero de reciclaje. Le gastó un combinado de $200. Ese día su amigo le robó a otro reciclador el costal que estaba lleno de cartón y papel. Recogieron unos $7.000 y repartieron las ganancias en partes iguales. Sus $3.500 eran una fortuna. El operativo de desarticulación del Bronx fue el 28 de mayo. Ese día 2500 hombres y mujeres de la Fuerza Pública (policía, ejército y CTI) armados hasta los dientes y protegidos de pies a cabeza ocuparon la zona. Bronx-03 Uno de los 1750 policías que hicieron parte del gigantesco operativo era Stiven, quien ahora uniformado recorrió los mismos pasos que por más de dos meses anduvo engañando a todos, hasta al mismo alias ‘El Flaco’, uno de los jefes de finanzas y sicarios del Bronx, a quien se encontró de frente en una tienda de la zona cuando Stiven prentedía calmar el malestar estomacal con una chocolatina.  “Ese día un guardaespalda de ‘El Flaco’ me sacó a coscorrones de la tienda porque yo olía a mierda”. La misión quedó cumplida el 29 de abril. Identificó personas, puntos estratégicos y otras cosas más de las que no puede hablar porque las investigaciones están en curso. Cuando se subió al carro que lo recogió sus compañeros lo recibieron con bromas sobre su aspecto y su asqueroso aroma. Después de las risas cruzadas le dieron la bienvenida y le dijeron “misión cumplida”, con esa frase en la mente y una leve sonrisa dibujada en el rostro, bajó un poco la ventana  del carro y dejó que su cuerpo se derrumbara en la silla trasera. Se quedó en silencio, al fin su mente, tras intensos 71 días, podía estar en blanco. Cuando llegaron al lugar de trabajo Stiven se fue directo al baño. Quería quitarse toda la porquería que traía encima. Aunque ya había perdido el sentido del olfato sobre su misma suciedad, sabía que literalmente “olía a mierda”. Permaneció casi una hora bajo la ducha. Se enjabonó cien veces y se aplicó shampoo otras cien. La barba, el pelo y las uñas le habían crecido con desespero y desorden. Después de pasar por la peluquería y la manicurista fue capaz de llamar su casa. Le informó a los suyos, con quienes no habla acerca de su trabajo, que iba para allá. No habló de él como persona civil, solo contó que la primera comida que probó concluida su misión fue con el sazón de su hogar: “Fue un arroz con pollo y una arepa con chorizo que me supo a gloria”, dijo esto y soltó la más notoria sonrisa que acompañó esta entrevista. Acostarse sobre su cama fue otro placer. “Es algo que uno no valora y no se imagina lo importante que es acostarse en una cama limpia y no se imagina lo importante que es estar junto a su familia”, dijo esto mientras desviaba la mirada, suspiró y remató con una frase que en ese momento no me esperaba, pero que me hizo respetarlo aún más: “Si toca volverlo hacer, por este país y por los niños, volvería a ponerme el costal encima".
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